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José de Segovia
 

El tiempo empieza ahora

Bullitt es un personaje contenido y de expresiones parcas, que aunque no resulta hierático, tampoco es un sujeto violento. Es el héroe vulnerable.

MARTES AUTOR José de Segovia 24 DE JULIO DE 2018 08:00 h
La encrucijada vital en la que se encuentra Bullitt anuncia la soledad y desesperanza del cine de los 70.

“Con el tiempo, ¿qué será de nosotros?”, pregunta el personaje de Jacqueline Bisset en Bullitt (1968). “El tiempo empieza ahora”, contesta el policía que interpreta Steve McQueen en la película que cumple ahora medio siglo. La encrucijada vital en la que se encuentra, anuncia la soledad y desesperanza del cine de los 70. Su desazón, nihilismo y carpe diem nos muestran que como dice la Historia de Heródoto, “la peor angustia del mundo estriba en tener conciencia de muchas cosas, pero no poder controlar ninguna”.



En esta serie inconfesada, que estoy haciendo este verano sobre cosas ocurridas hace cincuenta años, vuelvo a las calles de San Francisco, una de las pocas ciudades de Estados Unidos donde puedes encontrar los sitios medio siglo después sin apenas cambios. La temporada que estuve en la universidad jesuita de esta ciudad californiana, no pude resistirme a buscar la casa de Bullitt y entrar en la tienda donde el protagonista compraba comida preparada. Allí estaba el local con otro nombre y sin la máquina expendedora de periódicos en la puerta, pero si no fuera por un par de fotos descoloridas de la película que hay en la pared, sería como cualquier otro comercio del barrio.



 



La película que McQueen hizo hace medio siglo se ha convertido hoy en objeto de culto.

Uno de los momentos que más me gustan en las historias de detectives, es cuando vuelven a casa. Esos instantes de soledad en la intimidad de su habitación me resultan más fascinantes que las persecuciones de coches. Los interiores de la casa están rodados en este edificio, ya que McQueen –no sólo actor, sino productor del film–, se enfrentó a los nuevos propietarios de la Warner, para no hacer nada en estudio. El nuevo conglomerado de la compañía no duraría apenas hasta 1969, que vuelven a vender de nuevo la empresa que un día hizo famoso a Jack Warner.



A finales de los 60 los grandes estudios estaban en crisis y cambiaban de mano constantemente, ante la llegada de la televisión en color, que también sale a Las calles de San Francisco con Karl Malden y un joven Michael Douglas. La ciudad que sirve de escenario a “Vertigo” (De entre los muertos, 1958) de Hitchcock, se convierte en el decorado de series como la del comisario McMillan y esposa, que hacen Rock Hudson y Susan Saint James en los 70. Años antes McQueen hace esta película en exteriores y localizaciones auténticas como el hospital y aeropuerto de San Francisco.



 



EL HÉROE VULNERABLE



Conocemos a Bullitt cuando es despertado por su compañero Delgetti, pero vuelve como un niño a la cama, después de abrir la puerta y confundir el zumo que éste se sirve con un ofrecimiento. Es un héroe cansado, somnoliento y vulnerable. Es cierto que otras películas empiezan en la cama, pero suele ser mostrando a un héroe musculoso que tiene una modelo espectacular al lado, o en la resaca de la miseria y autocompasión del perdedor. El único despertar que me recuerda Bullitt, es el de Harper, el detective de Macdonald llevado al cine por Newman dos años antes, pero éste apagaba el despertador a golpes y se despejaba la cara en una pila llena de hielo.



La misión del teniente encarnado por McQueen es proteger cuarenta horas a un miembro destacado del sindicato del crimen que ha aceptado declarar contra los suyos, pero como suele ocurrir en estas historias, el soplón no es lo que parece y la custodia no resulta sencilla. Mientras Delgetti se encarga del primer turno, Bullitt va a recoger a Cathy, una mujer joven que trabaja en un despacho de arquitectos. La escena en que conocemos a Jacqueline Bisset, él es incapaz de ayudarla a buscar un dato técnico en un libro. Te llama la atención también que no se besen nada más verse, sino que entablen una conversación que muestra confianza y cariño, incluso rutina.



Van al Café Cantata, que todavía existe con otro nombre y bastante cambiado, para cenar con un grupo de amigos. Te sorprende que no haya diálogo alguno. Él la observa a ella con mirada cómplice, apenas una sonrisa esbozada. Van luego a su casa, pero cuando están en la cama, Delgetti llama para avisar del cambio de turno. Es el tono pausado de una película que no se puede reducir a la persecución de coches que la ha hecho famosa. Bullitt no es Harry, el sucio. Es un personaje contenido y de expresiones parcas, que aunque no resulta hierático, tampoco es un sujeto violento. Es el héroe vulnerable.



 



San Francisco es una de las pocas ciudades de Estados Unidos donde puedes encontrar los sitios medio siglo después sin apenas cambios, como la casa de Bullitt.



HACE MEDIO SIGLO



Tras el asesinato de JFK en Dallas en 1963, la sociedad americana perdió la inocencia. Son años de protestas, guerras no declaradas y desigualdad racial. Es la época de la Guerra Fría, la revolución sexual, Vietnam y la lucha por los derechos civiles. Hace cincuenta años Martin Luther King y Robert Kennedy son asesinados, Nixon llega al poder y los niños del “baby boom” de Estados Unidos han llegado a la mayoría de edad. Es el auge del movimiento hippie, el rock y la droga. Precisamente en 1968 Roszak acuña el término contracultura.



El cine se hace oscuro y pesimista. Es el año del distópico Planeta de los simios y el desolado Nadador; un año después del violento Bonnie y Clyde, En el calor de la noche o A quemarropa, pero también de la melancólica El graduado; y otro antes del atrevimiento de Easy Rider, Cowboy de Medianoche o Grupo salvaje. Junto con El detective, Madigan y La jungla humana, Bullitt anuncia lo que va a ser el cine policíaco de los 70. Un reciente estudio de dos profesores universitarios, Luis Aragón e Iván Gómez, analiza la historia y el mito de este policía en un libro de cuatrocientas páginas, que ha publicado Laertes en Barcelona.



Vemos un cuadro de corrupción en una nación, cuyos detectives observan una sociedad en descomposición de la que nadie quiere hacerse responsable. Como decía JFK, “el éxito tiene muchos padres, pero el fracaso es huérfano”. Bullitt no es el policía incomprendido y rechazado por sus superiores, ni el agente honesto rodeado de corrupción, como Al Pacino en Serpico. Es un personaje en medio de una encrucijada vital, que se encuentra en el momento mismo de la disyuntiva.



 



EL NIÑO MALO DE HOLLYWOOD



McQueen personalizaba la imagen del rebelde americano de los años 60. Hecho a si mismo, tuvo una infancia horrorosa. Su madre era una prostituta a la que abandonó su padre, pocos meses después de nacer. Tuvo otra hija, que intentó conocer al actor cuando rodaba Bullit, pero él no quiso verla. Como la madre era alcohólica, le mandó a vivir con sus abuelos durante la Depresión. Su madre le reclamó, al volverse ella a casar, pero su padrastro le maltrató de tal manera que se escapó de casa, para convertirse en un delincuente juvenil. Volvió a la granja de los abuelos, hasta que su madre se casó por tercera vez, pero el nuevo padrastro resultó ser otro maltratador. Se unió a bandas de la calle, siendo arrestado por un robo e ingresado en un reformatorio.



Si había alguien difícil de imaginar como agente de autoridad, ese era McQueen. Sin embargo fue en él quien pensó un joven productor televisivo, Philip D´Antoni, al que llegó el guión. El actor había formado una pequeña productora independiente, Solar, pero no había hecho con ella más que algunos acuerdos financieros para coproducir algunas de sus películas. Él y D´Antoni contratan a un joven director inglés, Peter Yates, para realizar este proyecto al servicio de McQueen. No era un socio fácil. D´Antoni lo describe de la siguiente manera: “si tú dices no, eso es exactamente lo que hace”. Llevaba la contraria a todos y era impredecible.



McQueen tenía una personalidad inestable por la inseguridad de su infancia. Tan pronto amargaba a todos los que le rodeaban, como era el más amable y generoso de los mortales. Como estaba de buen humor, dejó a muchos asistir al rodaje, desde estudiantes de arte al periodista que escribiría la mítica saga de ciencia-ficción Dune, Frank Herbert. Al contrario de lo que la leyenda dice, no tuvo relaciones sexuales con Bisset, ya que tenía otras mujeres que le entretuvieron su estancia, hasta que apareció su esposa el día de su cumpleaños y descubrió un cepillo con el pelo de una de ellas. Lo que provocó una fuerte discusión. Otra amante despechada le abofeteó en público.



 



McQueen tenía una personalidad inestable por la inseguridad de su infancia.



SOLITARIO Y ATORMENTADO



El guión había cambiado el protagonista de la novela. Ya no era un cuarentón y fatigado teniente gris de Nueva York, sino un joven lacónico agente de San Francisco. La novela que en 1966 leyó un joven director llamado Ernest Pintoff, Testigo mudo, estaba escrita por alguien con el seudónimo de Robert Fish. Para preparar el papel, McQueen convivió durante unos días con dos inspectores de policía, pero se inspiró sobre todo en un agente de homicidios, que sería el encargado de investigar los famosos asesinatos de Zodiac. David Toschi llevaba pajarita y tirantes, pero el actor se hizo una réplica de su pistolera al hombro y quiso llevar su misma arma.



Amante de la velocidad y los excesos, McQueen era un hombre lleno de contradicciones, humilde y desafiante, problemático y generoso, amable y violento, confiado e inseguro. Norman Jewison le recuerda como “un solitario, atormentado, que busca un padre”. El relato de su biografía siempre me ha conmovido. Amo sus películas, pero no creía que su conversión era genuina, hasta leer el relato de su viuda, La última milla, que ha revisado hace poco.



Providencialmente, McQueen se libra de ser asesinado por la secta de Manson, la noche de verano de 1969, que mataron a la esposa de Polanski. Durante el rodaje de La huida (1972), comienza una relación con la actriz Ali McGraw, que rompe su matrimonio de quince años. Ali era la esposa del productor que había lanzado el Nuevo Hollywood, Robert Evans de Paramount. Luego le acusará de malos tratos, abuso de drogas y continuas infidelidades. Con su inflado ego, experimentando con todo tipo de sustancias, su estrella empieza a palidecer. Se siente vacío e insatisfecho.



 



POR FIN PAZ



A causa de un problema pulmonar, el actor decide retirarse a la pequeña localidad de Santa Paula. Un piloto de 60 años llamado Sammy Mason, le enseña a volar y le habla de la fe cristiana. Fue él quien le llevo a la Iglesia Misionera Ventura, donde escucha predicar el Evangelio al pastor Leonard Dewitt. Su conversión fue sorprendente. Fue un cambio dramático. Empieza a orar y a leer la Biblia. Su texto preferido era Juan 3:16.



McQueen dio testimonio a su asistente personal, Mario Iscovich, de cómo se había perdido por “el feo y oscuro camino” del pecado. “Sentía haber hecho daño a mucha gente”, pero finalmente “tenía paz con Dios” –dice Iscovich–. Escuchó entonces la canción de Kris Kristofferson, ¿Por qué a mí, Señor?, con la que se sintió fuertemente identificado. El alcoholizado músico de country había hecho profesión de fe en la iglesia de Johnny Cash a principios de los años 70, cuando escribió esas palabras entre lágrimas, al sentirse libre de culpa.



 



El libro de su viuda, La última milla, cuenta la conversión de McQueen al final de su vida.



Steve se casó con una joven cristiana, Barbara, que había sido modelo, a la que doblaba casi en edad. Con ella conoció la paz y la felicidad. Ella hizo sus últimas fotos, que aparecen ahora en el libro. La última película, la hace en Chicago, con la salud ya muy deteriorada, Cazador a sueldo (1980). A final de año le diagnosticaron un cáncer –mesotelioma de pleura–, tan extendido y rápido, que no tenía sentido operar. Intentó algún tratamiento alternativo, siendo intervenido finalmente en México. “Mi cuerpo está roto, pero mi espíritu no”, dice en una grabación sobre su fe en medio de la enfermedad.



Con voz quebrantada, el actor habla en esa cinta de sus sueños de “cambiar la vida de personas con lo que ha conocido del Señor”. Es entonces cuando habló con Billy Graham, que le regaló su Biblia –fotografiada en el libro con su dedicatoria–. Murió abrazado a ella, cuatro días después. El texto en el que meditaba, era Tito 1:2. Partió “en la esperanza de la vida eterna, la cual Dios, que no miente, prometió desde antes del principio de los siglos”. Por fin encontró la paz en casa del Padre eterno.


 

 


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