Toda organización tendrá mujeres a las que ha fallado. Pida públicamente disculpas, pregúnteles lo que quieren que usted haga, y hágalo, aun cuando signifique una pérdida de estatus o quedar mal, para usted o para la persona que la ha abusado.
En 2014 un amigo en Tanzania me pidió que hablara a un grupo de jóvenes vulnerables. Sus trasfondos eran de pobreza, abandono y desempleo. Pregunté a mi amigo si el abuso sexual se encontraba dentro de su problemática también. En mi país de origen, Australia, dicen que una de cada cinco mujeres ha experimentado abuso sexual. ONU Mujeres sugiere que es alrededor del doble en Tanzania.[1] Mi amigo me dijo que, en un encuentro de estudiantes universitarios en Kenia habían pedido a las mujeres que levantaran la mano si habían sufrido agresión sexual. Quedó estupefacto al ver que el 80 por ciento alzó la mano.
UN PROBLEMA MUNDIAL
Hay algunos tecnicismos con relación a las diferencias entre acoso, agresión y abuso sexual, que pueden ser parte de lo que sesga las estadísticas, pero son asuntos de grado. El acoso, la agresión y el abuso forman parte del mismo paquete mediante el cual las mujeres son vulnerables y presas de hombres en las sociedades de todo el mundo. #metoo es un hashtag de Twitter que se ha viralizado, dando un sentido de la magnitud del problema del acoso y el abuso sexual:[2]
Un hashtag derivado, #churchtoo, vio a mujeres y niñas compartir sus experiencias de acoso y abuso similares en la iglesia.[6] Hablaron de ser culpadas, descreídas, desalentadas de ir a la policía y obligadas a disculparse por la agresión sexual que recibieron. Además, hubo historias de perpetradores que se pusieron de pie y se disculparon públicamente por su conducta, sin ninguna consecuencia adicional. El abuso de las mujeres no es solo un problema de la sociedad en general. Es, también, un problema para la iglesia.
Otros tipos de abuso que las mujeres sufren mundialmente son la mutilación genital femenina (FGM), la prostitución forzada, la esclavitud,[7] el matrimonio infantil y la violencia doméstica y familiar (DFV).
IGUALDAD
En este clima mundial en el que las mujeres son vulnerables y es una experiencia normal para ellas ser abusadas, una estrategia predominante para abordar este tema ha sido abogar por la igualdad de las mujeres como una clave para levantarlas. Esto ha ocurrido en la iglesia también. Grupos como Christians for Biblical Equality (Cristianos por la Igualdad Bíblica)[8] tienen la palabra en su nombre. Se ha vuelto una abreviatura para el tratamiento de las mujeres por Jesús también, como en el tweet de Nicky Gumbel de febrero de 2018[9] que hace equivaler la liberación y la afirmación de las mujeres con ser tratadas como iguales a los hombres.
Sin embargo, el significado de “igualdad” podría no ser consistente a través de las culturas. Por ejemplo, las mujeres tanzanas afirman la igualdad, pero se sienten mucho más cómodas con la jerarquía que yo:
Los intentos por ver este entendimiento cultural rechazado como algo no bíblico deben lidiar con la suposición de Santiago de que habrá desigualdad económica en la iglesia, y el uso matizado de Pablo de la “igualdad” en 2 Corintios 8:13-15, donde el énfasis está en que las necesidades de los cristianos empobrecidos sean suplidas en la amistad.[11]
LA IMAGO DEI
Con la igualdad como un concepto polémico en un mundo global, una manera más fructífera de dar forma a nuestra respuesta al abuso de las mujeres es con la Imago Dei, es decir, la imagen de Dios.
En Génesis 1:27, la humanidad es creada a la imagen de Dios:
‘Y Dios creó al ser humano a su imagen;
lo creó a imagen de Dios.
Hombre y mujer los creó’ (NVI).
Juntos, el hombre y la mujer representan a Dios; son como él y le dan gloria. Si una parte de esta sociedad es reducida, la humanidad se ve empobrecida y la gloria de Dios se ve empañada. El abuso de las imágenes de Dios es un insulto a su Creador. La doctrina de la Imago Dei ubica la dignidad de las mujeres no tanto en su condición con relación a los hombres (su “igualdad” o falta de ella), sino en que representen al Creador. Es debido a quién es Dios que a las mujeres se les debe proporcionar su plena dignidad. Desde una perspectiva cristiana, plantear el abuso de las mujeres tiene una razón fundamentalmente teocéntrica: maltratar a los que él ama es entristecer al Creador; desfigurar su imagen es empañar su gloria.
La doctrina de la Imago Dei ubica la dignidad de las mujeres no tanto en su condición con relación a los hombres (su “igualdad” o falta de ella), sino en que representen al Creador.
Mientras que la igualdad no puede apelar tanto a las culturas jerárquicas como a las menos jerárquicas, la Imago Dei provee la moneda común para que ambas honren a las mujeres. Cuando Jesús sana y afirma a la mujer encorvada en Lucas 13, habla de ella como una hija de Abraham que Satanás ha atado. Es decir, habla de ella como parte de la familia de Dios y una heredera de las promesas de Dios, sin referencia a su posición en comparación con los hombres. Lo que salta a la vista es la dignidad de esta mujer. Independientemente de nuestras ideas culturales de la jerarquía, podemos estar unidos con Jesús en preocuparnos por ella y verla restaurada. Un ministerio a estudiantes universitarias en Tanzania se llama “Mujeres elevadas”, que resume esta idea. La doctrina de la Imago Dei nos da un lenguaje bíblico que puede unirnos a través de las culturas para buscar el florecimiento de las mujeres.
¿QUÉ SIGUE?
En la Imago Dei, los cristianos tienen los recursos teológicos para buscar el florecimiento de las mujeres. ¿De qué recursos prácticos podemos servirnos para ayudarnos a vivir y aplicar esta doctrina al abuso de las mujeres? Si los líderes cristianos han de buscar una restauración de la dignidad de las mujeres, deberán desmantelar varios obstáculos y realizar un proceso de educación, restitución y reestructuración. Aquí van tres sugerencias:
1. Capacitar mejor a los pastores acerca de lo que es el abuso, cómo reconocer a un abusador y cómo responder a las personas abusadas.
Los pastores que no tienen formación sobre las distintas categorías de abuso (físico, emocional, financiero, verbal, espiritual, sexual) podrán tener problemas para identificar por qué un hombre que no golpea a su esposa pero la menosprecia constantemente y controla todo su dinero es abusivo. Sin un entendimiento adecuado del acoso sexual de menores, a un pastor podría resultarle difícil creer que un hombre que parece tan encantador y piadoso en la iglesia podría ser el abusador que describe su esposa. Los pastores podrían verse tentados a culpar a la víctima por el abuso, preguntándole cómo provocó el abuso o diciéndole que se vista o actúe de otra forma en el futuro, con lo cual coloca la responsabilidad en ella en vez de hacerlo firmemente donde corresponde: en el abusador. “Safer” es un buen recurso de Australia.[12]
2. Incluir a más mujeres en el liderazgo cristiano, entre ellos los equipos de personal.
Sea por convicción teológica o por casualidad, el liderazgo cristiano está dominado por varones. Esto significa que las perspectivas masculinas toman preferencia en las estructuras institucionales y la teología,[13] y pueden ser rápidos en afirmar #notallmen[14] o lentos para escuchar a mujeres, porque les resulta ofensivo la franqueza con la que las mujeres lo han traído a su atención.[15] La solución debe ser escuchar más de las mujeres, para que los líderes varones puedan ampliar su perspectiva y obtener una mayor empatía.
Sugiero que todo equipo de personal cristiano se asegure de tener por lo menos dos mujeres. Una sola mujer es fácilmente desestimada, y con las voces de las mujeres siendo consideradas generalmente como menos autoritativas que las de los hombres, se requiere más de ellas para que sean escuchadas.[16] Tener varias mujeres protege de que la experiencia de una sola mujer se convierta en universal y nos permite ver los diferentes matices en las experiencias y las perspectivas de las mujeres. Finalmente, ser la única mujer en un equipo de personal puede ser muy aislador. Dos o más mujeres pueden apoyarse mutuamente además de amplificar las voces de cada una de ellas.[17]
3. Buscar restitución y reconstrucción.
Toda organización tendrá mujeres a las que ha fallado. Considere un proceso de algunos años, identificando, escuchando a estas mujeres y preguntándoles qué quieren cambiar. Pida públicamente disculpas, pregúnteles lo que quieren que usted haga, y hágalo, aun cuando signifique una pérdida de estatus o quedar mal, para usted o para la persona que la ha abusado. No se involucre en encubrimientos, no trate los temas “silenciosamente” ni barra las alegaciones bajo la alfombra, para que nunca sean tratados.[18] Implemente procedimientos para la jerarquía administrativa y para las quejas. Traiga mujeres de afuera para consultarlas sobre la cultura de su equipo de personal y su iglesia u organización. Págueles bien y acepte sus conclusiones y puntos de acción.
Cuando los incrédulos miran la iglesia, si han de ver a Cristo con alguna claridad, deben ver mujeres que florecen.
Un amigo estadounidense ateo señaló que estaba sorprendido que yo pudiera considerar al cristianismo como una fuente de vida y florecimiento para las mujeres, ya que entendía que el cristianismo ha sido una fuente de opresión para ellas. Sus comentarios me hicieron ver que nuestra capacidad para tratar con el abuso de las mujeres en la iglesia incluye también un elemento de testimonio. “Si afirmamos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no tenemos la verdad” (1 Juan 1:8); de modo que debemos buscar a Aquel que puede purificarnos de toda injusticia y aprovechar con avidez las oportunidades que se nos presentan para arreglar las cosas. Cuando los incrédulos miran la iglesia, si han de ver a Cristo con alguna claridad, deben ver mujeres que florecen.
Notas
La conmemoración de la Reforma, las tensiones en torno a la interpretación bíblica de la sexualidad o el crecimiento de las iglesias en Asia o África son algunos de los temas de la década que analizamos.
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