A diferencia de los tiempos en que vivimos, a Juan le importa la verdad. Y le importa porque a Dios le importa.
Para medir el peso de un diamante no se emplea como unidad el gramo sino el quilate, de manera que al afirmar que una pieza tiene determinados quilates no se está representando su cualidad sino su cantidad. Es diferente al quilate en el oro, que sí representa calidad. De ese modo, un diamante de pocos quilates tiene la misma pureza que un diamante de muchos quilates, estando la diferencia entre uno y otro únicamente en su peso, es decir, su tamaño, pero la calidad intrínseca de ambos es la misma.
Hay algunos libros de la Biblia que son largos en extensión, como el de los Salmos, que es el más grande de todos, mientras que otros son muy cortos, como la segunda carta de Juan, el más breve de todos. El primero ocupa páginas y páginas del centro de nuestra Biblia, pero el segundo solo ocupa media página casi al final de la misma. La conclusión que se sacaría es que el libro de los Salmos es de mayor calidad que 2 de Juan, debido a la gran diferencia de tamaño. Sin embargo, dado que tanto el autor último del primero es el mismo que el del segundo, la verdadera conclusión es que, independientemente de su tamaño, la calidad de ambos documentos es la misma. Uno es un diamante grande y el otro es un diamante pequeño, pero ambos son diamantes.
Y lo que llama la atención en ese pequeño diamante es la repetición de la palabra verdad, que aparece cinco veces en la primera parte de la carta (versículos 1,2,3,4). Esta reiteración no puede ser una casualidad, sino que denota la gran importancia que para Juan tiene la verdad. Veamos su enseñanza al respecto.
En primer lugar se constata la existencia de la verdad. Hoy vivimos en un tiempo en el que se niega que exista algo como la verdad, habiéndose hasta inventado una nueva palabra que es posverdad, para expresar lo que en realidad es mentira. La manipulación de las palabras es una manera deliberada de enrarecer la claridad de la verdad y de este modo despojarla de su precisión y nitidez, emborronando de paso la distinción entre verdad y mentira. Pero Juan no tiene dudas al respecto y al intento de manipular esa verdad y convertirla en otra cosa lo llama abiertamente engaño (versículo 7). No lo denomina media verdad ni posverdad, lo llama sencillamente engaño, que es sinónimo de error y desemboca en el extravío de quienes lo siguen. La verdad, tal cual, existe, dice Juan.
En segundo lugar hay que fijarse en la presencia del artículo determinado, la, delante de la palabra verdad. Es muy importante ese artículo determinado, porque determina, valga la redundancia, lo absoluto de la verdad. Si Juan hubiera empleado el artículo indefinido, una, entonces se podría deducir que se trata de una verdad entre varias, lo cual haría de ella algo relativo y subjetivo. Precisamente la tendencia dominante hoy en cuanto a la verdad es que, en caso de que exista, a lo sumo es solamente una verdad nada más, existiendo otras que tienen el mismo derecho a ser calificadas como tales. Todas tienen algo de verdad, pero ninguna es la verdad absoluta. Juan afirma rotundamente con esa pequeña partícula gramatical, la, que no sólo existe la verdad sino que es absoluta.
En tercer lugar esa verdad procede de Dios, lo cual le confiere su cualidad de absoluta. Si procediera del hombre, entonces no tendría más valor que el que tiene el hombre, con todas sus mudanzas y variaciones, sus aciertos y sus errores. Si procediera del hombre, esa verdad no pasaría de ser una conjetura o una opinión. Pero puesto que procede de Dios eso es lo que le da su carácter definitivo.
En cuarto lugar esa verdad está centrada en Jesucristo, quien en su persona es Hijo del Padre y en su obra es Cristo. Todas las definiciones que no dan en el blanco en cuanto a su persona y su obra son mentira, no importa quién las diga. Decir que fue un iluminado, un revolucionario, un maestro, un sabio o un hacedor de prodigios, es errar totalmente en cuanto a la verdad de quién es él y qué vino a hacer. Puedo equivocarme en cuanto a quién fue y qué hizo Carlomagno y ese error no tendrá repercusiones trascendentes para mí; pero no puedo equivocarme sobre quién es y qué vino a hacer Jesucristo, porque él es quien ha fraguado la salvación.
En quinto lugar esa verdad no es una noción etérea que se difumina en lo abstracto, como cuando los filósofos del siglo XIX hablaban del Absoluto. Juan emplea una palabra que concreta la verdad y es el vocablo doctrina. La doctrina es la verdad puesta en palabras y expresada en un conjunto de proposiciones ordenadas e inteligibles. Y esa doctrina es la doctrina de Cristo.
En sexto lugar la verdad es demandante. No se trata de ser considerada o estudiada, sin más, como si fuera un objeto de disertación intelectual o un ejercicio de habilidad académica, sino de vivir conforme a ella. Andar en la verdad, es la frase que Juan emplea.
Definitivamente, a diferencia de los tiempos en que vivimos, a Juan le importa la verdad. Y le importa porque a Dios le importa. También a nosotros debe importarnos. La segunda carta de Juan es un diamante, uno de cuyos destellos que relumbra con brillo inusitado es la verdad.
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