Si de las explosiones menores no se obtiene más que desolación y terror, ¿cómo puede ser que de aquella explosión saliera belleza, orden y vida?
La reciente explosión de un almacén clandestino de pirotecnia en Galicia ha dejado sin nada a decenas de familias que vivían en sus inmediaciones, ignorantes de su existencia. La catástrofe se ha llevado la vida de dos personas y ha dejado varios heridos, quedando la zona, en un amplio radio, devastada, con numerosas casas totalmente destruidas y semi-destruidas. El panorama es similar al de una zona de guerra tras un bombardeo.
Hace menos de tres meses pude visitar en Cádiz la exposición dedicada a la explosión que sacudió esa ciudad en agosto de 1947, cuando el arsenal militar de varios cientos de toneladas de munición saltó por los aires, acabando con la vida de 150 personas y dejando miles de heridos, además de destruir media ciudad. La explosión se oyó a decenas de kilómetros y las secuelas reparables de la catástrofe tardaron años en ser reparadas.
Pero si hay una explosión de consecuencias inusitadas, seguramente es la de la central de Chernóbil, cuando en abril de 1986 se produjo el mayor accidente nuclear de la historia, que si bien sus víctimas mortales directas e inmediatas fueron solo unas decenas de personas, las indirectas no se han podido calcular, bailando las cifras desde varios miles a varios cientos de miles, aparte de las enormes pérdidas ecológicas que el desastre produjo y que continúan hasta el día de hoy.
Las explosiones son siempre sinónimo de destrucción y muerte, no habiendo nada positivo en las mismas, fuera de tomar nota de los errores que las provocaron para que no pasen de nuevo, lo cual es evidencia de que hay que evitarlas a toda costa. Y aunque es verdad que hay determinada clase de explosiones que son necesarias y sirven a buenos propósitos, como las controladas para la construcción de túneles y vías de comunicación, tales explosiones por sí mismas, sin el posterior trabajo de construir sobre lo destruido, no pasarían de ser episodios de devastación. Porque la explosión, por propia definición, nada construye. Dejada a su propia fuerza, arrasa todo lo que encuentra a su paso. Nada más.
Sin embargo, contradiciendo lo que la experiencia enseña, ha surgido la teoría de que el origen del universo se debió a una gran explosión, el famoso Big Bang, al que se podría denominar la Explosión Primordial, o la Madre de todas las Explosiones, en cuya comparación lo de Chernóbil es un inocente juego de niños. Pero si de las explosiones menores no se obtiene más que desolación y terror, ¿cómo puede ser que de aquella explosión saliera belleza, orden y vida? ¿Es creíble que de forma aleatoria aquella explosión produjera lo que ninguna de las demás explosiones produce? ¿Es razonable pensar que lo que la experiencia afirma, y la experiencia repetida y demostrada se erige en ley científica, no funcionara en aquel Big Bang? ¿Por qué las cosas pasan siempre de una manera, menos aquella vez? ¿Dónde está el soporte intelectual que sostenga esa argumentación? Hay una gravísima contradicción en este razonamiento. De acuerdo a ese planteamiento, para que el universo produzca más y más belleza, orden y vida, lo ideal sería que nosotros mismos le ayudáramos, provocando explosiones aquí y allá, a cuál más letal, sabiendo que en última instancia serán réplicas de aquella primera explosión edificante y constructiva. Pero solo a un loco o a un monstruo se le ocurriría tal despropósito.
Tal vez se puede argumentar que las explosiones destructivas son las que el hombre produce, por error o por mala voluntad, pero las que produce la naturaleza son diferentes. Pero en estos días asistimos a la erupción del volcán Kilauea en Hawái, que ya ha desplazado a más de mil personas de sus hogares. Aunque las imágenes de la erupción son ciertamente asombrosas, prefiero no vivir allí. Tampoco las gigantescas explosiones que ocurren en la superficie del Sol son beneficiosas para la Tierra; si no fuera por el campo magnético que la rodea, la vida que hay en ella no podría resistirlas.
Por eso, llegados a este punto, me quedo con el relato que Génesis presenta sobre la creación del universo, en el cual una mente sabia y bondadosa y una poderosa acción, dirigida por dicha mente, hizo posible que las cosas existieran, que la vida se produjera y que el orden y la armonía fueran las leyes que rigen todo. En definitiva, que la belleza de la creación, en todas sus esferas, inanimada y animada, animal y humana, reflejara la belleza de su Autor.
Creo que la primera explosión primordial que se produjo en el universo no fue ningún Big Bang creativo, sino otro destructivo, consistente en la rebelión de la criatura contra el Creador. Allí, en el cielo, sucedió el primer Big Bang, cuando Lucifer quiso ser como Dios. Y aquí en la tierra, tuvo lugar la réplica, cuando Adán le siguió. La onda destructora expansiva de ese Big Bang moral, sigue vigente. Pero fue el Creador mismo quien descendió a este epicentro de la explosión y haciéndose hombre, comenzó una obra que es preludio de un cielo nuevo y una tierra nueva. Porque el cielo y la tierra actual están destinados a ser destruidos por la acción de un Big Bang judicial.
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