Lo que somos en el presente es el resultado de lo que hemos venido siendo en el pasado.
Cuando un caso judicial adquiere relevancia en los medios de comunicación, ya sea por la importancia del acusado o por la atención que despierta la clase de delito cometido, al principio el foco se centra en el presente inmediato del presunto culpable, por su actuación en el hecho que se le imputa. Pero una vez que del impacto inicial ya se ha sacado todo el jugo posible, el interés se centra en el pasado de la persona, para encontrar en el mismo las claves que conectan, amplían y explican lo ocurrido. Es así como se escarba, para ver si se pueden descubrir sombras, indicios y hasta hechos que hasta el momento permanecían ocultos, lo cual puede ser ocasión para que se manifieste que, efectivamente, el caso que destapó la acusación es sólo la punta de un iceberg que había estado escondido durante mucho tiempo.
Aunque también puede ocurrir, y ocurre, que la investigación en el pasado es sólo una excusa para fomentar un cúmulo de dimes y diretes que ayuden a mantener la atención y a que la noticia siga siendo rentable, más allá de lo estrictamente ecuánime. De este modo, las habladurías acaban en juicios implacables, para los cuales todo el mundo se considera el mejor juez. Una de las peores condenas que puede haber consiste en ese juicio superfluo y paralelo, ante el cual no hay defensa posible, quedando la persona sometida a la difamación y la calumnia.
Pero el método periodístico de intentar relacionar el presente con el pasado de una persona no solamente es exclusivo de los medios de comunicación, ya que funciona en la batalla política también. Uno de los grandes arsenales empleados para destruir de antemano a un rival en unas elecciones, consiste precisamente en bucear en su historial en busca de todo aquello que pueda desprestigiarlo. No importa si los hechos sucedieron hace mucho tiempo o no están contrastados del todo, lo que importa es su letal efecto en la opinión pública. Todos los trapos sucios son bienvenidos y cuantos más mejor, porque el pasado se convierte en un lastre imposible de sacudirse en el presente.
También es el método policial que en determinadas circunstancias se sigue en una investigación, cuando no hay pruebas determinantes que incriminen a un sospechoso. Si una persona ya fue condenada en el pasado por determinado delito y un delito similar se ha cometido en sus inmediaciones, las pesquisas se centrarán en esa persona, con lo cual su pasado le persigue como si fuera su sombra. En ocasiones, debido a que hay la tendencia a la reincidencia, ese método da en la diana, pero evidentemente no es infalible y hasta puede ser profundamente injusto, ya que está basado en el prejuicio, esto es, el juicio hecho a priori.
Pero el pasado también se puede constituir en una losa insoportable para el propio individuo, sin necesidad de que terceros lo usen en su contra. La conciencia, abrumada por el peso de la culpa y el recuerdo condenatorio, queda hecha rehén de lo que ocurrió, no ejerciendo el paso del tiempo ningún efecto paliativo calmante. Es así como el pasado se convierte en un cruel verdugo atormentador, que está continuamente presentando su cara factura y restregando por el rostro el hecho vergonzoso.
En resumen, nuestro pasado nos condiciona totalmente, ya sea que seamos personas públicas o privadas, que tengamos enemigos o que no los tengamos, porque lo que somos en el presente es el resultado de lo que hemos venido siendo en el pasado.
Por eso me gusta la traducción del texto de Miqueas 7:18, que dice así: ‘¿Qué Dios como tú, que perdona la iniquidad y olvida el pecado del remanente de su heredad?’ Que el ser humano olvida, es algo que por propia experiencia sabemos cada uno. A veces olvidamos rápidamente lo que deberíamos recordar. Por ejemplo, la bondad y fidelidad de Dios en nuestras vidas, y al hacerlo nos convertimos en olvidadizos ingratos. Otras veces olvidamos lo que nos interesa, como promesas realizadas que nos cuesta trabajo cumplir. Otras veces, el olvido es fruto de la limitación retentiva de nuestro cerebro, que hasta puede convertirse en una enfermedad degenerativa.
Pero lo que suena impropio y hasta ofensivo es afirmar que Dios olvida. Y sin embargo, eso es lo que dice el pasaje. Que se olvida de nuestro pecado, no porque haya perdido la memoria sino porque su perdón es total. Es una manera bien ilustrativa, expresada en términos muy humanos, para expresar esa maravillosa verdad. Que donde los hombres no están dispuestos a olvidar, que donde la propia conciencia es incapaz de olvidar, Dios ejerce el olvido. Un olvido que es curativo de las heridas que nuestro pasado nos haya podido infligir. Un olvido que es la expresión de su misericordia infinita, manifestada en la muerte sustitutoria de Cristo, quien llevó en la cruz nuestro pasado para abrirnos la puerta a un futuro glorioso.
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