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Juan Simarro
 

No hay descanso en la brecha

El sentarse relajadamente a la mesa, no podremos hacerlo mientras haya gritos de auxilio, demandas de ayuda urgente y desesperada.

DE PAR EN PAR AUTOR Juan Simarro 15 DE MAYO DE 2018 15:00 h

Conozco muchos cristianos que piensan que sirven al Señor buscando el estar sentados a su lado, el tener el deseo de invitarle para cenar con él, para recostarse sobre su hombro y dormitar buscando un éxtasis que, quizás, no se corresponde con las exigencias del servicio al Maestro. Jesús, en el Evangelio de Lucas, narra con una fuerte crudeza el deber del siervo que, quizás, no encaja con el romanticismo religioso que a veces buscamos, quizás, insolidariamente.



Jesús se declara como nuestro amigo, pero creo que no elimina las exigencias del servicio cristiano en este mundo en relación tanto con Él como con el prójimo, especialmente el prójimo sufriente. Yo creo que, bíblicamente, se puede decir que servimos a Dios cuando servimos al prójimo, aunque haya otras líneas mirando más a lo metahistórico, a lo místico a la vivencia de una espiritualidad que se desplaza en dirección vertical.



El Evangelio que se encarna en nuestra historia debe tener en cuenta que el servicio se expanda y abrace tanto el servicio a Dios como al prójimo en relación de semejanza. Pero, ¿Cuáles son esas duras exigencias de servicio que el Maestro nos deja de una forma tan cruda? ¿Debemos hacer un servicio encarnado en la crudeza de la vida y que no nos eleva por encima de los demás mortales aquí en la tierra?



A veces nos gustaría dirigirnos a Dios al que servimos y que Él nos dijera: “Muy bien. Siéntate a mi diestra, cena conmigo y goza de mi presencia. Has servido muy bien”. Sin embargo, en el Evangelio de Lucas, uno de sus siervos que buscaba algo similar, se encuentra con esta frase de recibimiento cuando regresa esperando descanso en el regazo de Dios. Frase dura: “Prepárame la cena, cíñete, y sírveme hasta que haya comido y bebido; y después de esto, come y bebe tú”. Parece que el Señor no nos da lugar al reposo, al disfrute de su presencia, a la contemplación de su rostro. La intencionalidad es decir que el cristiano siempre debe estar disponible para servir.



Cuidado no sea que el deseo tan grande que tenemos de estar y comer con el Señor haga que nos olvidemos de nuestro papel de siervos. Parece que cuando acudimos al regazo del Señor nos podemos encontrar con estos imperativos: “Prepárame, cíñete, sírveme”… Ya llegará el momento en el que tú también puedas comer. Parece que el servicio no tiene límites, que el Señor nos ordena estar siempre en la brecha, que no es un Señor que aprueba a los descuidados o que buscan el gozo o el disfrute por encima del duro trabajo que hay que hacer.



El razonamiento es sencillo. El Señor nos quiere siempre en marcha. Nos hace esta dura pregunta que a muchos cristianos cómodos puede llegar a escandalizar: “¿Quién de vosotros, teniendo un siervo que ara o apacienta ganado, al volver él del campo, luego le dice: Pasa, siéntate a la mesa?”. Quizás haya que seguir al servicio del amo, del Señor, del Maestro. Es como si Jesús nos estuviera comunicando que vivimos en un mundo de emergencias, de abusos, de pecado, de desequilibrios que marginan a los débiles, de trampas de Satanás. No es tiempo de sentarnos, de relajarnos, de acurrucarnos aunque busquemos el regazo del mismo Dios.



Quizás el deseo de la felicidad propia hay que posponerlo. El Señor nos dice que “es más feliz dar que recibir”. Creer es comprometerse con el servicio, con el mundo, con el prójimo… y la tarea es muchísima. Por ahora, no hay lugar al descanso. Ya tendremos tiempo de sentarnos al lado de nuestro Dios. No es que sea malo buscar la pausa en el trabajo y el sentarnos junto al Señor, sino que no es el momento. Hay que trabajar. Aún no se nos permite olvidarnos ni siquiera un momento del servicio.



Algunos pueden quejarse al encontrase con la dura frase: “Prepárame la cena, cíñete, y sírveme hasta que haya comido y bebido”. Podemos pensar que es injusto y podemos comenzar nuestra retahíla insolidaria impropia de un buen siervo: “Señor, que ya he arado, que ya he cuidado el ganado, que ya he labrado los campos, que he estado recogiendo los frutos para ti. Quizás no me comprendes, Señor”… pero nuestra retahíla insolidaria no será oída. El mandato es no parar de trabajar los campos y de servir al dueño, al señor de las tierras de cultivo.



Así, a veces, cuando esperamos agradecimientos por parte del Señor, o ciertas recompensas, nos encontramos con los inevitables imperativos: “prepárame, cíñete, sírveme”. Por favor, leed Lucas 17:7-10. Es la urgencia del servicio, el no caer en descansos y desidias. Servir es amar. Sólo ama el que sirve. Esto es lo mismo en relación a Dios que en relación al prójimo. Aunque, en el fondo, estos dos amores se funden: “En cuanto lo hiciste a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hiciste”.



Las palabras: “Bien, buen siervo y fiel”, pueden tardar en llegar. No deben ser nuestro objetivo. Ya las dirá el Señor en su momento. El sentarse relajadamente a la mesa, no podremos hacerlo mientras haya gritos de auxilio, demandas de ayuda urgente y desesperada de tantos y tantos que han sido apaleados y tirados a los lados de los caminos de la vida. Señor, no nos dejes inactivos, que no nos quedemos de brazos cruzados, que no seamos insolidarios y que nunca nos quejemos del servicio a ti que, en el fondo, es también el servicio al prójimo.


 

 


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