La acogida debe ser una actitud de todo creyente fundamentada en la gran acogida que Dios ha tenido para él.
La palabra “acogida” se ha usado mucho en ambientes donde hay solidaridad con los pobres, los migrantes del mundo, los desvalidos o los perdidos. ¿Debe tener la acogida cristiana algunas características para que tenga autenticidad delante de Dios? Un punto de referencia para los creyentes es la Biblia y, dentro del texto bíblico, yo voy a subrayar algunas de las características de la acogida cristiana siguiendo el ejemplo de la parábola del hijo Pródigo.
El padre de la parábola ve a su hijo que vuelve en busca der acogida mientras que iniciaba la posibilidad de un diálogo mientras decía: “no soy digno”, “no puedo ser llamado hijo”… Hubiéramos podido esperar que el padre entrara en diálogo ante estas palabras, que confirmara su indignidad o que le hiciera algunas palabras de reproche ante su ausencia y el malgasto de bienes, pero no se da el diálogo.
Más bien parece que sus actos de acogida cortan el flujo de las palabras, corta estos balbuceos como si no fueran lo importante en el momento de la acogida. Ésta, el hecho acogedor, tiene prioridad sobre cualquier discurso o balbuceo de peticiones de disculpas o perdón.
El padre, ante ese hijo que necesita acogida, no se detiene en respuestas, no le dice esas palabras que pueden sonar tan bien: “Te perdono, hijo”, te perdono, hija”. Simplemente acoge. Padre con los brazos abiertos, iglesias con puertas abiertas a todos sin excusas ni necesidad de perdones previos, familias con mesas puestas sin preguntar la causa de la vuelta. La importancia de ese encuentro entre seres humanos, es mucho más importante que las palabras. Ya habrá tiempo de hablar, de pedirse perdón, quizás mutuamente.
En la Biblia, la acogida a los últimos, a los desclasados, a los pobres, a los excluidos del sistema mundo, a los robados de dignidad, a los diferentes, va mucho más allá del perdón. La acogida debe ser una actitud de todo creyente fundamentada en la gran acogida que Dios ha tenido para él.
Ante el hecho acogedor, ante la familia, la iglesia, la ciudad o el mundo que acoge, no hay palabras. Ya se hablará después, ya veremos las situaciones, las posibles soluciones, los perdones, las excusas, los posicionamientos. Lo primero es acoger, la acogida. Dios acoge… ¿y nosotros? ¿Podemos practicar la acogida siguiendo las líneas bíblicas?
Jamás una iglesia o familia acogedora puede comenzar al ver a la persona que necesita acogida con conceptos o frases como las que se podrían decir, desde la falsa acogida, al hijo pródigo: Ahí viene el malgastador, la prostituta, el pecador, el borracho o cosas peores. El que busca acogida, lo primero que tiene que ver son esos brazos abiertos. La acogida puede superar e ir mucho más allá del perdón. La acogida ya lo presupone. Sobran las palabras.
Ante la acogida no se puede dar la expresión, ni siquiera pensarla, de “te perdono, pero no olvido”, sino que, en lugar de frases extrañas e indignas como éstas, aflora el sentimiento de alegría por el reencuentro, la fiesta, la celebración, el gozo de la liberación, la compañía, el amor, la paz y la gracia.
Quizás, la acogida cristiana con estas características que superan la capacidad de amor y reconciliación de los humanos, es el hecho que nos está confirmando que el Reino de Dios “ya” está entre nosotros, aunque aún falte, como dicen los teólogos, ese “todavía no” que nos sigue limitando hasta que todos estemos en la Nueva Jerusalén.
Quien no tiene capacidad de acogida es que aún no ha comprendido en toda su profundidad los valores del Reino. Yo sé que es difícil practicar esta acogida, lo sé por mí mismo, pero el padre de la parábola acoge cortando todo discurso de disculpas, perdones o explicaciones. La acogida así, se conforma como algo prioritario. Ya vendrán los balbuceos, los agradecimientos, las frases de perdón o reconciliación.
Lo importante es que, cuando no hay acogida, todo queda paralizado. Los discursos son vanos, las frases explicativas son inútiles, la espiritualidad cristiana ha quedado tocada y se impide el desarrollo espiritual de los hombres. Allí donde no hay acogida, todo sobra, todo es superfluo, todo se desliza hasta las profundidades del sinsentido.
En la acogida es donde puede cumplirse uno de los más importantes valores del Reino: “Muchos postreros serán primeros y muchos primeros postreros”. Y con la acogida se cumple de una forma natural, aunque nos parezca una locura como ocurre con muchas de las enseñanzas de Jesús. Evitemos lo que va en contra de los valores del Reino: la no acogida, el rechazo del diferente, el desprecio a los débiles y desvalidos de mundo y el perdernos en palabras justificativas que, cuando no hay acogida, son para Dios una molestia que atruena sus oídos “como metal que resuena o címbalo que retiñe”… Porque no hay amor.
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