Para Antonio Muñoz Molina, “los derechos civiles están empapados del lenguaje bíblico, de metáforas bíblicas y las cosas están vistas a través del filtro narrativo de la Biblia”
Medio siglo después de su muerte, un buen lector de la Biblia como Antonio Muñoz Molina no podía dejar de titular su libro sobre Martin Luther King y su asesino, con la expresión de un Salmo en la versión Reina-Valera –la más apreciada por los intelectuales españoles desde la edición que popularizó Alfaguara–, el 102, Como la sombra que se va. El libro que Booket ahora publica en formato de bolsillo, es una de esas obras para leer despacio, apreciando cada palabra. Algunos pierden la paciencia con este tipo de literatura, donde parece que no pasa nada, pero a mí me ocurre lo contrario: disfruto su morosidad.
La verdad es que no puedo escribir sobre Muñoz Molina sin entusiasmo. He leído casi todos sus libros y tengo el privilegio incluso de conocerle. De hecho, me ha sorprendido escribiendo sobre mí –aunque no mencione mi nombre–. Comparto su sensibilidad, tenemos intereses semejantes y una forma parecida de mirar al mundo. Le descubrí en los años ochenta y desde entonces mantengo por él, una admiración que he extendido ahora a su esposa, Elvira Lindo, que se desnuda en sus últimos libros como hace él en su última novela.
A ciertas alturas de la vida, uno ya está cansado de imposturas. Busca la honestidad del que ya no tiene pretensiones, sino que se muestra en realidad tal y como es. Tras treinta años escribiendo y unos veinticinco libros, acompañados de una constante presencia en la prensa, Muñoz Molina ha adquirido una sencillez y claridad, que le permite expresarse con una lucidez y serenidad poco habitual en el mundo intelectual de habla hispana. Su larga estancia en Nueva York, le ha dado también una visión de la vida que va más allá del provincianismo que ha marcado la literatura española durante siglos.
Más que un libro sobre Luther King –a quien dedica todo un capítulo, el 25, un magnífico ejercicio introspectivo en que demuestra ser un gran conocedor de sus luchas internas y espiritualidad bíblica–, esta es una declaración de amor a la ciudad de Lisboa, donde estuvo el asesino de King, diez días, antes de ser atrapado en Londres...
EN LA CIUDAD BLANCA
Hasta no hace mucho, la localidad portuguesa parecía un lugar por el que no había pasado el tiempo. Cuando todo cambia, la urbe en ruinas que vemos en la película de Tanner, En la Ciudad Blanca (1983), parecía encallada como los restos de un naufragio. Su visita producía la evocación melancólica del músico de jazz que protagoniza la novela de Muñoz Molina, El invierno en Lisboa (1987), al recordar el amor de su vida. El escritor nos cuenta ahora qué ocurría cuando escribió ese libro.
Sus recuerdos me han trasladado a los años de adolescencia, cuando yo iba también con mis padres en el Expreso Lusitania. Como él, a mí también siempre me han gustado los trenes y he hecho a menudo el recorrido nocturno de Madrid a Lisboa –desde los años 70 hasta su desaparición en 1995–. Al final, la comodidad era mayor, pero al salir de la estación de Santa Apolonia con la luz incipiente de la mañana y las gaviotas sobrevolando el Tajo, te sobrecogía con una impresión que tienes pocas veces en la vida. Tal vez la primera vez que salí de la Estación Central de Amsterdam, o cuando llegue a la estación de Santa Lucia en Venecia, y bajando los escalones, me encontré frente al Gran Canal…
“Una luz como la de Lisboa no la habían visto nunca mis ojos –escribe Muñoz Molina–. Alumbrados por ella los colores tenían una cualidad atenuada: el azul del cielo y el rojo de los tejados, los azules y verdes y amarillos de los muros castigados por la intemperie marítima; el brillo de los azulejos; las flores rojas y abiertas en las copas de grandes árboles tropicales con troncos como lomos de paquidermos.”
Es la impresión cuando “el sol recién salido más allá de los edificios portuarios y la lámina del río relumbraba en los azulejos de las fachadas y en las ventanas de los edificios, en la ropa tendida, en las terrazas escalonadas que ascendían por una ladera. De los pequeños cafés y las pastelerías llegaban aromas cálidos de desayuno, caminando junto a muros de almacenes abandonados; por calles con nombres antiguos de mercancías… quién no ha estado en Lisboa no sabe cómo es.”
EXAMEN DE CONCIENCIA
El regreso a Lisboa por el cumpleaños de su hijo –que ahora vive allí–, le hace recordar su estancia medio furtiva hace veintiséis años, cuando el muchacho acababa de nacer y el escritor intentaba escapar de su vida familiar como funcionario en Granada. El sentimiento de culpa que le embarga, por el distanciamiento de su esposa y el descuido de sus hijos, tras comenzar una relación secreta con su nueva mujer, hace que diga: “ahora es cuando siento vergüenza”. Muñoz Molina quiere “escribir con franqueza sobre la propia vida”. Y su honestidad te deja sin palabras.
La autocrítica que ejerce sobre su vida entonces, le lleva a verse como un “adolescente tardío”. Hasta en su literatura, le parece que “escribía de oídas”. Lo que él no se atreve a hacer ahora, lo he hecho yo, estos días. He vuelto a releer El invierno en Lisboa. Hace quince años lo tuvo que revisar para una traducción. Le pareció que “había demasiado humo”. Sin embargo, el libro ganó merecidamente el Premio Nacional de Literatura. Es esa humildad, por la que muchos apreciamos a Muñoz Molina. La verdad es que la gente que realmente he admirado en esta vida, han sido precisamente personas que no tienen un gran concepto de sí mismos. Son los mequetrefes, quienes se creen alguien...
Es esa visión de su propia miseria, la que le lleva a identificarse con un hombre tan despreciable como James Earl Ray, el asesino de King. “Hay que hacer el esfuerzo de ver a la gente en sus propios términos –dice el autor de Como la sombra que se va – y gracias a la inmensa documentación sabemos que fue un personaje con una vida espantosa desde que nació”. Cuando en El Cultural le preguntan si “ha llegado a comprenderlo, a perdonarlo”, contesta que no. Para él, comprenderlo todo no es perdonarlo todo. En ese sentido, no le compadece. Su admiración claramente es por King. Entiende su fe bíblica, pero también comprende sus debilidades.
¿DOBLE MORALIDAD?
King es uno de esos personajes que la América liberal ha mitificado y la conservadora ha demonizado. Hasta el día de hoy, el acercamiento protestante a la figura de King, oscila entre la admiración ciega de aquellos que silencian sus muchas debilidades –por su lucha por los derechos civiles– y aquellos que se niegan a verle como un ejemplo –por su inmoralidad sexual–. Así mientras unos prefieren desconocer el testimonio de su íntimo amigo y colaborador Ralph Abernathy, otros le atribuyen cosas que él nunca dice. Así he leído decir que el pastor que estuvo con King, la noche de su muerte, reveló en su autobiografía de 1989 (And The Walls Came Tumbling Down) que estuvo sus últimas horas con prostitutas… ¡no es cierto!
Es verdad que el FBI acusó al pastor bautista de tener relaciones con prostitutas en otras ocasiones, pero lo que dice Abernathy es que esa noche estuvo con una mujer con la que mantenía una relación clandestina desde hace tiempo. La senadora Georgia Davis reveló en su libro de memorias de 1995, lo que muchos ya sabían, que ella era la mujer que King amaba secretamente. Lo que inspira a Muñoz Molina en sus últimas páginas, a pensar cómo vivió ella, la mañana de su muerte en el motel Lorraine...
Este problema moral, para muchos conservadores, desautoriza a King como líder cristiano, mientras que el protestantismo liberal lo considera un asunto privado. Lo que ocurre es que el cristianismo fundamentalista norteamericano consideró siempre al pastor bautista como un comunista, mientras mantenía la discriminación racial en sus centros educativos, que llevó a la prohibición del matrimonio mixto en universidades como la de Bob Jones. Hasta el día de hoy, este es un tema tabú en círculos evangélicos estadounidenses, que sólo en los últimos años se ha atrevido a mostrar aprecio por la figura de King, como en el caso de John Piper.
HÉROES VULNERABLES
Para Muñoz Molina, “el mundo de Luther King es inseparable de la Biblia”, ya que “los derechos civiles están empapados del lenguaje bíblico, de metáforas bíblicas y las cosas están vistas a través del filtro narrativo de la Biblia”. Especialmente emocionante en el libro, es el último discurso, días antes del asesinato, cuando King habla del Sermón de la Montaña, como bien entiende el autor de Como la sombra que se va, utilizando el lenguaje de Deuteronomio.
Leer este capítulo escrito en Memphis, desde el punto de vista de MLK –como en Estados Unidos se suele llamar a King–, es impresionante. Primero, porque está lleno de citas de la Reina-Valera, cuando curiosamente muchos evangélicos están dejando de usarla. No es extraño que un misionero extranjero prefiera una traducción como la Nueva Versión Internacional, porque suena como en inglés, pero cualquiera que conozca nuestro idioma en profundidad, tiene que darse cuenta como Muñoz Molina, que la obra de los reformadores españoles es un monumento a la lengua castellana –la Biblia del siglo de Oro, como dice la Sociedad Bíblica española–.
En segundo lugar, el escritor muestra una sensibilidad que brilla por su ausencia, tanto en los cristianos que le han idealizado, como los que le critican. Se mete en la piel de este hombre cansado y abatido, que sufre la incomprensión tanto de los conservadores como de los liberales blancos. Se oponen a él, tanto los musulmanes negros de la Nación del Islam de Malcolm X, como los partidarios de la violencia de las Panteras Negras. Ya que en su lucha se enfrenta tanto al afroamericano que quiere mantener las cosas como están –su propio padre– como al “orgullo negro” que no entiende su creciente preocupación por la pobreza y la guerra del Vietnam.
En tercer lugar, el autor muestra los detalles de alguien que conoce la vida de King, hasta en las pequeñas costumbres. A algunos evangélicos les chocará todavía que fumara y bebiera alcohol, cuando era una práctica habitual incluso en los líderes históricos del fundamentalismo. A King le gustaba comer, pero le cansaba la gente, sobre todo jóvenes ambiciosos como Jesse Jackson. Su mejor amigo fue Abernathy, pero era en la intimidad que tenía con una mujer como Georgia Davis, que se mostraba tal y como era, un hombre débil, pero utilizado por Dios para una gran tarea. Fue en ese sentido, un instrumento de Su Gracia.
VASOS DE BARRO
Si hay algo que deja claro la Escritura es que el Señor se complace en utilizar “vasos de barro” (2 Corintios 4:7), para hacer Su Obra en este mundo, “para que la excelencia del poder sea de Dios y no de nosotros”. No depende de nuestra fidelidad, que Dios nos use, ya que utiliza incluso a personas que no le conocen. El puede usar a cualquier persona, monarcas paganos como Ciro o profetas de motivaciones tan dudosas como Balaam… ¡habló hasta por una burra! No debemos confundir la manera en que Dios nos usa con su aceptación final.
Llevo la mayor parte de mi vida tratando de seguir a Cristo, pero tan a tropezones e ineptamente, que me despierto todos los días con la conciencia de que soy un siervo infiel. Nunca he sido un gran admirador de Billly Graham, pero me emocionó hasta las lágrimas cuando Diane Sawyer le preguntó en televisión: “¿cómo le gustaría ser recordado?”. Tras un momento de silencio, el evangelista contestó con rostro sombrío: “Me gustaría oír decir al Señor de mí, buen siervo y fiel, pero no creo que pueda decirlo”… ¡ya quisiera yo tener esa humildad!
Declaraciones como esta, no sólo explican por qué Billy Graham es el evangelista más popular de Estados Unidos, sino qué gran diferencia hay entre él y sus seguidores. El año 69 Woody Allen le entrevistó en televisión. Después de hacerle objeto de continuas ironías y sarcasmos, a los que responde una y otra vez con una simpatía desarmante, Graham parece haberse ganado el respeto del humorista. Al dejar al final al público hacer unas preguntas, un señor le dice a Allen si se imagina en el ministerio cristiano. Graham se adelanta y dice: “yo puedo responderle, ¡sería un excelente ministro!... ¿Sabe por qué? Porque los grandes ministros del Evangelio han sido siempre grandes pecadores”.
¿Te escandaliza que King pudiera ser utilizado por Dios, con todas sus debilidades? ¡Lee la Biblia! Sus páginas están llenas de siervos indignos. Mira a Noé, por ejemplo, un hombre de fe que se enfrentó al ridículo, construyendo el Arca ante el anuncio del juicio de Dios. ¿Y qué hizo después? “Se emborrachó y se desnudó” (Génesis 9:21). Los hombres y mujeres que Dios usa, pueden ser valientes y sensibles como David, pero también asesinos y adúlteros. Dios parece complacerse en utilizar a notorios pecadores…“¡para que la gloria sea de Dios y no nuestra”!
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