Estas fechas de inicios de diciembre, mientras nos preparamos para celebrar la Navidad, son fechas también de recordar que la Navidad vino a solucionar un problema muy humano.
Quizás no sea nada inoportuno que el día internacional para la lucha contra la corrupción sea el 9 de diciembre para recordarnos que no hay ningún país que llegue a ese índice perfecto del 100 y que todos, los de arriba y los de abajo, nos recordemos que aún tenemos alguna mancha que borrar, que
la corrupción de cada ser humano (la corrupción de los países no es nada más que una muestra colectiva de la corrupción de los seres humanos que los formamos)
necesita una goma de borrar que penetre hasta lo íntimo del corazón y de los pensamientos.
Transparency International
cada año, cerca del 9 de diciembre, saca su ranking y también nos recuerda que, aunque repartido por el mundo,
la mancha de la corrupción humana está repartida de forma desigual en las sociedades. Hoy quisiera acercarme a ese ranking desde otra perspectiva. Entiendo que hay muchos factores que explican por qué un país ha cedido más espacio a la corrupción que otro. No hay una sola razón que lo explique todo, pero creo que hay causas menos exploradas que otras y no sería justo dejar de echar luz sobre ellas.
De los 10 países con un índice de corrupción más bajo, 9 son países que tienen una larga influencia de la ética protestante. Los países son de varios continentes, de varios contextos, pero todos ellos tienen ese elemento en común. La única excepción es Singapur, que es una sociedad muy multicultural sometida a varias influencias. De los 10 países siguientes en la lista, 5 tienen la misma característica. Y es que casi no quedan países de larga tradición protestante más allá del puesto 20 de la lista. Es curioso ver como un país como China aparece en el lugar 90 de la lista, pero una parte de China que quedó bajo el influjo británico, Hong Kong, aparece en el lugar 15 de la lista.
En
el otro extremo de la lista, en el de los países con mayor percepción de corrupción aparecen una mayoría de países de larga tradición islámica y algunos que sufren gobiernos dictatoriales de carácter intensamente secularista, como Corea del Norte. Es difícil esquivar el hecho de que nuestro acercamiento a lo espiritual, a lo largo de generaciones, acaba afectando el corazón y la mente de los seres humanos que viven bajo regímenes que hacen bandera de su secularismo radical o de una comprensión global de la vida como el Islam. Lo que creemos condiciona profundamente nuestras conductas.
Como un día dijo Amós, para señalar que no pertenecía a la casta de los profetas profesionales de Israel, yo tampoco soy profeta ni hijo de profeta, pero
apuesto a que nuestros países occidentales que están dejando sus raíces espirituales y están avanzando hacia sociedades cada vez más radicalmente seculares, van a experimentar un retroceso en el área de la corrupción a lo largo de las próximas generaciones. Puede que no estemos aquí para verlo, pero no es inteligente serrar la rama del árbol sobre la que uno está sentado. Nuestras creencias trascendentes afectan las sociedades que constituimos.
Hace unos años un pastor protestante en Alemania,
Dietrich Bonhoeffer, en unas cartas desde una cárcel (recopiladas en el libro “Resistencia y sumisión” de Ed. Sígueme) en la que se encontraba por su oposición a un régimen totalitario de carácter radicalmente secular, hablaba de la parte del año en la que estamos viviendo, el adviento, los días que preceden la Navidad, y encontraba que su situación en la cárcel era muy parecida a lo que vivimos todos los seres humanos en adviento.
Decía Bonhoeffer que el adviento es como estar encerrado en una cárcel, haciendo todo lo normal que se hace en un día, pero dándose cuenta de que la salida depende de que otro venga desde afuera y abra la puerta. Ahí estamos nosotros, haciendo nuestro día a día, pero encerrados en una cárcel de corrupción, que sólo Dios a través de mandar a Jesucristo pudo y podrá seguir abriendo en el futuro.
Esta Navidad, muy consciente de que la corrupción no sólo está en el corazón “del otro”, muy consciente de que si estoy en el lugar 40 de la lista en lugar de en el 90 no es para alegrarme, sino para echarme a llorar, muy consciente de que la corrupción mata a gente cada día, voy a celebrar que el Padre envió al Hijo a abrirme la puerta de la cárcel. Tengo algo que celebrar.
Si quieres comentar o