Aquellos que en la IEE proclamaron el verdadero evangelio, sentirían inmenso pesar viendo sus descendientes inmersos en la idolatría de esta generación.
Causa profunda tristeza ver a una iglesia que en otro tiempo fue “madre en Israel”, y cuyos pastores eran reconocidos, respetados y apreciados por todo el espectro evangélico español, repudiada por sus hermanos de otras denominaciones.
Pero todavía más triste es verla proclamando como “buena nueva” las vergüenzas de este mundo y su rebelión contra Dios; ondeando la bandera de quienes caminan altivamente en sus pecados, y cuyos colores no son el resultado de la descomposición de la luz divina a través del prisma de la gracia, sino las tinieblas disfrazadas de luz del engañador e imitador, al que se ha llamado, con razón, el mono de Dios.
Pero la IEE no ha llegado a este punto de la noche a la mañana, sino a través de un largo proceso, iniciado en los años 60 del siglo pasado, en el que ha ido abandonando la verdad bíblica enseñada por los apóstoles, la Iglesia primitiva, la Reforma protestante y el movimiento evangélico (surgido en el siglo XIX cuando la “alta crítica” empezó a interferir en la teología cristiana). No hay más que leer la Confesión de Fe de 1872 ─Prefacio de la actual─ de aquella Iglesia Evangélica de la que la IEE se dice heredera, para descubrir una verdadera iglesia evangélica y reformada.
La Confesión actual se basa en cuatro principios que ─según dicen─ son “básicos y suficientes”, representan la tradición teológica y doctrinal de la Reforma Protestante y definen la fe cristiana. En esta segunda Confesión de fe se presenta un “evangelio” en el que brillan por su ausencia el pecado y la culpabilidad del hombre, la santidad de Dios, el sacrificio expiatorio de Cristo en la cruz, el arrepentimiento y la obra regeneradora del Espíritu Santo. No es de extrañar, por tanto, que en la Declaración de Mamré (2015) se asuman como propios, y parte del testimonio cristiano, los postulados LGTBI+ o que la IEE se haya fusionado con la “Iglesia” Metropolitana.
Sin embargo, el mensaje central del Nuevo Testamento y de la Biblia entera ─el evangelio de Jesucristo─ no ha cambiado, y ello porque el hombre sigue siendo el mismo y manifestando los frutos de la Caída y una rebeldía innata contra Dios y su Palabra. Si acaso, el estado actual del ser humano es peor que en épocas anteriores.
El evangelio constituye el remedio contra ese mal endémico de la humanidad ─de hombres y mujeres, ricos y pobres, por igual─ que no han podido cambiar, ni serán capaces de hacerlo, siglos enteros de filosofía, educación y avances científicos, médicos o tecnológicos. El evangelio de la gracia de Dios en Jesucristo, del arrepentimiento para perdón de los pecados, de la reconciliación con el Creador mediante el sacrificio de Jesús en la cruz del Calvario, y de nuestra adopción como hijos de Dios si de veras creemos en Él ─así como del Juicio y de la condenación final de quienes le rechazan─, no solamente salva el alma, sino que transforma a las personas en “nuevas criaturas” haciéndolas nacer de nuevo por el Espíritu Santo. En palabras del apóstol Pablo: “Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él”.
Aquellos que en la IEE proclamaron el verdadero evangelio de salvación en Jesucristo, sin duda sentirían un inmenso pesar viendo a sus descendientes inmersos en la idolatría de esta generación.
Los que tenemos familiares y amigos queridos en la IEE ─que fue nuestra iglesia─ deseamos y oramos que se conviertan al Señor, y Él les quite el velo que “está puesto sobre el corazón de ellos” cuando leen las Escrituras .
Por otro lado, el resto de nosotros debemos prestar atención, no sea que el engaño de este mundo se vaya infiltrando en nuestro medio y nos lleve a decir, como ha hecho recientemente cierto teólogo de la IEE, que la Biblia no sabe nada de las personas homosexuales, y que debemos tener una base más amplia que las Escrituras, y apoyarnos en la ciencia (¿la filosofía humana, la psicología secular? ), para abordar sus problemas.
En el siglo XVI Lutero y los reformadores tuvieron que combatir la influencia de la teología escolástica en la enseñanza de la Iglesia, y los evangélicos de los siglos XIX y XX las especulaciones humanas de la “alta crítica”, para afirmarse en la verdad de la Palabra de Dios. Hoy hemos de decir que, si bien sobre otras cuestiones caben distintas interpretaciones, en cuanto a la ideología y las prácticas LGBTI la Biblia es meridianamente clara.
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