A pesar de tantas oscuridades y lugares sombríos y fantasmales, la luz puede llegar, una luz que espante todo tipo de tinieblas.
El Adviento es tiempo de expectación, de espera, de estar mirando ávidamente para ver si a nosotros se nos está acercando la luz. En el mundo, en sus diversas áreas y facetas, abunda la oscuridad, las sombras, el aliento del mal, el olor a sótano oscuro lleno de humedades infectas. Existen unas cloacas de la tierra, los bajos fondos de la codicia, de la insolidaridad, del pecado. Nos damos de golpes contra las negras esquinas de maldad. No hay luz, sólo el reino de las sombras.
Parece que el Adviento nos quiere decir que, a pesar de tantas oscuridades y lugares sombríos y fantasmales, la luz puede llegar, una luz que espante todo tipo de tinieblas, de negros nubarrones, de negruras que nos agobian. En la expectación mesiánica hay un componente de deseo de luz, de querer ver en medio de unas sombras que pueden derretirse, esfumarse y desaparecer.
Verso de Adviento, profecía que se cumple con la venida del Señor: “El pueblo que andaba en tinieblas, vio gran luz”. Alguien prometió que nos alumbraría. Se cumplió. Otro de los versos del Adviento: “Los que moraban en tierra de sombras de muerte, luz resplandeció sobre ellos”.
Sí, estad expectantes. Merece la pena. No desmayéis en la esperanza del que viene, del que se acerca. Viene a pasos agigantados. Se va acercando. Se cumplirá la promesa: Alguien nos iluminará con una luz que, además, va a transmitir alegría, calor, medicina para nuestros huesos que fortalecerá las rodillas cansadas.
Si tenéis miedo de las sombras que os rodean, no temáis. Estamos en Adviento y otro de los versos nos anima a que os digamos esto: “Decid a los de corazón apocado: no temáis”. Se acerca la luz, desaparecerán las sombras, esos fantasmas negros que pueblan nuestras mentes, nuestros entornos, nuestras vidas. La luz del Adviento los destruirá. El Señor viene.
En la corona de Adviento, cada domingo se enciende una luz. La primera, una luz sola, parece que aún no ilumina lo suficiente. En el segundo domingo de Adviento ya serán dos. Así hasta el último cuando se encenderán las cuatro velas que, apoyadas las unas en las otras, irradiarán la luz de Navidad que nos indica que se ha cumplido el tiempo, que la luz está entre nosotros, que las tinieblas nunca podrán con la luz de Dios. Incluso esa luz de las velas ya quedarán en palidez cuando irrumpa en nuestro mundo la verdadera luz de Jesús que nace entre nosotros dejando que en la tierra se despliegue la luz del Reino como un gran foco de amor.
El reino de la luz, no el reino de las tinieblas que desaparecerá con la luz anunciada por el Adviento y encendida con toda su fuerza en el día del Nacimiento. Luz, calor, alegría. Es el Adviento que camina corriendo, volando hacia la Navidad. Es una espera que, progresivamente, va dando esperanzas cada vez más cercanas, esperanzas fundadas.
El Adviento, la fuerza anunciadora de que Dios viene, se acerca, llega con la promesa de que su luz nos va a inundar. Todo va a quedar iluminado con su presencia. Dios quiera que esa gran luz que todo pueblo verá, deje al descubierto a todos los demonios de las sombras del mal. Que esa luz ilumine de tal forma los ambientes y personas corruptas, que la corrupción deje de existir y pase al reino del no ser. Que deje al descubierto a los culpables de las crisis económicas, de los desiguales repartos y de esa paradoja que asola la humanidad: ricos cada vez más ricos y pobres cada vez más pobres. Paradoja oscura, de tinieblas de muerte que debería desaparecer con el gran resplandor de la luz de la Navidad.
Luz de Adviento. Luz anunciadora y denunciadora, con función profética. Luz que debe quemar a los opresores del mundo, a los torturadores, a los que reducen al hambre a mil millones de personas en el mundo y hunden en la pobreza a más de media humanidad. Que abrase a los explotadores y a aquellos que abusan de los más débiles. Todo esto debe desaparecer. Es el Adviento. Debemos ir mostrando las veredas que conducen a la irrupción de esa gran luz que disipará todo tipo de oscuridades, de sombras de ángulos oscuros en donde reina la maldad.
Esa gran luz iluminará a todo el mundo eliminando todo yugo opresor, toda fuerza del maligno y romperá el cetro de los opresores. Otro verso de Adviento que nos habla de los resultados de esa luz en el mundo: “lo dilatado del imperio del Señor y la paz no tendrán límite”. ¡Estad expectantes, tened esperanza! Merece la pena. Luz anunciada desde los anales de la historia de la humanidad y que nos llega, se acerca para irrumpir entre nosotros con todo su esplendor. Luz que también quiere entrar en nuestros corazones inundándolos de amor.
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