Creo conocer como pocos la trayectoria de las iglesias cristianas evangélicas en España.
Apuntar de manera muy general que para la Iglesia católica española siempre ha conformado una minoría tan exigua numéricamente e imprecisa confesionalmente, que no le ha prestado más atención que la que se debe con los “vecinos molestos”.
En efecto, la Iglesia católica en España, a través de su Comisión de Relaciones Interconfesionales (CERI), de la Conferencia Episcopal Española (CEE), ha mantenido diversas "relaciones" no siempre de hermandad, pues ha imperado en no pocas de ellas la prepotencia y arrogancia que ofrecen los números, que no la calidad, de fieles y su pretendido tono de superioridad ecuménica, frente a "comunidades eclesiales" alejadas de Roma, a las que ha considerado, salvo excepciones como la Iglesia Evangélica Española (IEE), la Iglesia Luterana en España o la Comunión Anglicana o IERE, como de escasa vocación ecuménica, y en la mayoría de los casos de antiecuménicas.
La CERI (Comisión Episcopal de Relaciones Interconfesionales de la Conferencia Episcopal Española), bien a través de su director o algún asesor técnico, bien a través de sus obispos, miembros o presidente, se han dejado notar bien poco en los acontecimientos más importantes del protestantismo español, así como han limitado también la ayuda del “hermano mayor” a lo estrictamente protocolario.
Que un servidor sepa, la Iglesia católica siempre ha mantenido relaciones “amistosas” y respetuosas con el resto de iglesias cristianas, pero sin ir más lejos de lo que unas relaciones interconfesionales sanas puedan demandar.En el caso español ha demandado acciones pastorales conjuntas; peticiones expresas de “perdón” por actos históricos lesivos por parte de la Iglesia católica dominante… Por ejemplo, la Iglesia católica en España ha desechado al resto de iglesias cristianas en la presencia de éstas en ámbitos como el ejército alegando su escasísimo personal militar confesional no católico (años atrás se utilizó los mismos argumentos para negar su presencia pastoral en cárceles y hospitales), ámbito en el que sigue manteniendo en exclusiva tanto la formación moral como la oferta religiosa y espiritual la Iglesia católica, con una presencia de categoría arzobispal, con suficiente dotación de personal militar y civil, medios, edificios y cuerpo sacerdotal, equiparado éste económica y militarmente a los Mandos de carrera militar.
Pero no es mejor la visión que las diócesis españolas, sean éstas personales como territoriales, o instituciones y toda clase de organizaciones católicas españolas, tienen del amplio espectro de confesiones cristianas en España, considerando desde una supuesta supremacía a algunas de éstas como “sectas”, con todas las connotaciones peyorativas y negativas que el término adquiere en una sociedad abierta como la nuestra.Pongo por ejemplo a los Adventistas del Séptimo Día, o bien algunas comunidades pentecostales, que reciben el estigma del sectarismo por personas y/o entidades que se presentan como católicas romanas desde la arrogancia que nace de la creencia de ser árbitro o juez de las creencias y prácticas religiosas de grupos humanos, sin el menor atisbo de rubor ecuménico, sin la consideración cristiana y respeto humano debido a la aceptación de la pluralidad en la organización y creencias dentro del cristianismo, y a la negación teológica cristiana de la exclusividad o superioridad de una Iglesia histórica (como es el caso de la Iglesia católica de Roma), sobre el resto de iglesias cristianas.
Calificaciones como la de “sectas” al “distinto” ofrece a los cristianos y a la sociedad en general una visión de intolerancia y prepotencia por parte de la Iglesia católica, que vela así su empeño ecuménico, contradice su ideal de servicio y coloca en tela de juicio su misma presencia pública.
Entiendo bien las reclamaciones (ya históricas) de estas iglesias en España. Y no solamente comprendo su descontento ante lo inicuo de la situación actual, sino que comparto con todos los cristianos evangélicos españoles su deseo, por otra parte muy ejemplar y cristiano, de ser respetados, de ser debidamente atendidos en todos los ámbitos de la sociedad española, con independencia de su número, de ser tratados en igualdad y paridad con el resto confesional español,
pues les ampara primero la justicia histórica (unas iglesias que han vivido un largo período en la sombra, bajo el peso de un estado confesional católico, que les negaba e incluso perseguía), segundo el nuevo orden que los españoles consagramos en la Constitución de 1978, en donde queda establecido la separación entre confesiones religiosas y Estado.
Este es el espíritu constitucional del artículo 16.3 de nuestra Constitución, al declarar que “ninguna confesión tendrá carácter estatal”. El hecho de ser citada, en dicho artículo, la Iglesia católica por su nombre y las demás confesiones de manera general, no indica en absoluto que la Católica tenga primacía, prebendas, prerrogativas o espacios pastorales en exclusiva en nuestro país, siendo así que si la Iglesia católica detentara alguno como propio, o bien disfrutara de mayores consideraciones por parte del Estado, la Constitución, su letra y espíritu, serían gravemente lesionados, por lo que se hace necesaria la revisión del citado artículo, como una nueva Ley de Libertad Religiosa que ponga fin a una situación de facto, camuflada de poder y favoritismo de una Iglesia frente al resto confesional español.
De acuerdo entonces en que el próximo gobierno “aplique de una vez por todas las directrices de la Constitución” y las leyes que regulan el derecho a la libertad religiosa, que remuevan los obstáculos existentes y se garantice una libertad de culto real y efectiva”.
Y para este empeño, muy de acuerdo en que se de a conocer el problema y se desarrollen actos de protesta y manifestaciones por toda España para el próximo día 31 de octubre.
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