El PP y la elección de alcaldes

El gobierno impulsa una modificación de la ley electoral para que el alcalde sea el candidato con más votos. Parecería lógico si pensamos en unos resultados en los que un candidato obtenga el 49 % de los votos y los demás se pongan de acuerdo para cortarle el paso pactando entre ellos. No parecería tan lógico si los votos se reparten, por ejemplo, 20%, 18%, 22%, 21% y 19%; no sería tan de cajón que gobernase el del 22% si no es capaz de concitar un acuerdo con otros.

Es este el problema que lleva al gobierno actual a promover su iniciativa: en la inmensa mayoría de los ayuntamientos el PP sólo puede gobernar si obtiene mayoría absoluta, porque se muestra incapaz de llegar a pactos estables de programa con otras formaciones. ¿Creen que si no fuese así el gobierno sacaría esta propuesta? Al mismo tiempo, es frecuente que varios grupos se unan no por un programa definido compartido, sino por evitar el gobierno del PP.

Esta situación se arrastra desde la transición inicial y no ha cambiado mucho. Obedece a un déficit democrático que no se ha cubierto: la incapacidad de pactar desde la discrepancia, de escuchar, de transicionar (sí, es buena si no se limita a un mercadeo).

El PP se ha ido arrinconado en el irredentismo y la mayoría de los demás parece que se han instalado en el "todos contra el PP". No es bueno para la democracia. El PP debe abrirse a entenderse con los demás y mostrar que es capaz de ceder para ganar consenso, renunciar al rodillo y, si se me permite, a la soberbia política. Todos recordamos aquella celebración de Aznar, cuando creía que había conseguido la mayoría absoluta, coreado con el "Pujol, enano, habla castellano" y cómo la tuvo que envainar inmediatamente para pactar con CiU confesando que hablaba catalán en la intimidad.

Justamente PP y PSOE deben dejar de estigmatizar a los nacionalistas en este terreno y recordar que sólo los nacionalistas les ofrecieron la posibilidad de pactos que dieron estabilidad a sus gobiernos.

El propio debate de la ley debe reconducirse para construirse desde el consenso y no desde el rodillo de la mayoría, que puede ser legal, pero muestra escasa voluntad de acuerdo democrático.

Los evangélicos sabemos lo que es pactar desde la discrepancia, y consensuar desde los principios y objetivos básicos. No debemos dejarnos contagiar por la tentación de imponer cuando tienes poder para hacerlo, y hemos de ser un ejemplo en un momento de la historia de este país tan necesitado de modelos, paradigmas de concurrencia y flexibilidad desde la coherencia. Hemos de volver a recordar 1Co 3.4 y 3.9.