Se esperaba que la última obra de John MacArthur levantara mucha polvareda y lo ha conseguido. Las palabras del polémico pastor no son nuevas, pero si su virulencia. Cuando el pastor MacArthur escribió su libro Los carismáticos en 1978, su pensamiento teológico ya estaba totalmente fijado, pero no su posición hacía los pentecostales.
El regalo de John MacArthur al movimiento pentecostal y carismático que este año cumple 114 años no ha podido ser más duro. El escritor y pastor norteamericano lleva décadas polemizando sobre los más diversos temas, en especial sobre la salvación y la encarnación de Cristo.
En los años ochenta, MacArthur fue el centro de una agria polémica sobre la salvación por medio de la Gracia, y la doctrina de la pérdida o no de la salvación. MacArthur en aquel momento defendía que la Gracia no podía sostenerse sin las obras, que la salvación se perdía. Sus enseñanzas mostraban una línea calvinista muy marcada. Poco tiempo después, MacArthur volvía a los medios cristianos por su polémica declaración sobre la sangre de Cristo, al afirmar que no “la hemorragia, pero si la muerte” es la que perdona pecados.
En su reciente libro, Fuego Extraño, MacArthur escribe un ensayo ligero sobre las doctrinas e historia del movimiento pentecostal y carismático.¿Por qué digo ligero? La razón es que a pesar del calado del tema y la amplia historia del pentecostalismo y carismatismo moderno, MacArthur simplemente mete a todos los movimientos, denominaciones y avivamientos en el mismo saco y los golpea con fuerza con el bate de “la sana doctrina”.
La tesis del libro señala desde el principio que todo el movimiento pentecostal y carismático es falso. Que no existen conexiones con ninguna tradición cristiana, que sus enseñanzas además de falsas son diabólicas y que sus ministros están viviendo en la herejía más absoluta. En el libro del escritor norteamericano no hay excepciones ni paliativas. Analicemos brevemente el texto.
La primera parte del libro se titula: Cómo enfrentar un avivamiento falsificado. Ya en las primeras líneas MacArthur ridiculiza e ironiza sobre el “Hablar en lenguas” y utiliza para arrancar su tesis, un artículo de un pastor pentecostal africano que describe un culto exaltado.
Tras esa breve introducción, que él toma como argumento válido, durante varios capítulos MacArthur toma varios casos de escándalos de predicadores y evangelistas pentecostales como muestra de lo falso de sus enseñanzas. MacArthur reúne una docena de anécdotas y las califica como práctica habitual del pentecostalismo: golpear a la gente para que sea sanada, abofetear enfermos, etc.. Después al autor se mete con TBN (polémica televisión neocarismática), la teología de la prosperidad y de la palabra de fe. Para acto seguido entrar en los beneficios económicos de los ministerios carismáticos y su presunta avaricia.
Esta parte continúa con una confusa y somera explicación del nacimiento del movimiento pentecostal. Para MacArthur lo sucedido en 1900 en el Seminario de Topeka, Arkansas, no pasa de ser una pantomima histérica, manipulada por Charles Parham. La descripción de Parham apenas es la caricatura de un pobre diablo, entre avaricioso y lascivo. MacArthur critica duramente la idea de Parham de que “las lenguas” eran idiomas humanos y que por eso serían útiles para evangelizar en lugares como África o Asia. Después describe a Parham como un estafador y sectario, además de racista.
La visión sobre William J. Seymour no es mucho mejor, pero al no encontrar el autor nada especialmente escabroso en su biografía, se limita a descalificarle como un fanático. En ambos casos, las fuentes de información de la época son medios de comunicación seculares o religiosos contrarios el naciente movimiento pentecostal y alguna biografía.
Después de despacharse a gusto con los fundadores del pentecostalismo, MacArthur se dedica a meterse con Essek William Kenyon, creador de la doctrina de la Palabra de Fe. Para MacArthur es un carismático más, a pesar de que Kenyon no fue nunca pentecostal, siempre ministró como pastor y maestro de las Iglesias Bautista del Libre Albedrío, seguramente al escritor norteamericano le debió parecer que tan maña herejía debía provenir de los socorridos pentecostales.
MacArthur no se atreve a criticar “El Gran Despertar del siglo XVIII, de origen fundamentalmente metodista, aunque si comenta que sus excesos y emocionalismos fueron un lastre para el protestantismo. Primero critica en parte al evangelista Jonathan Edwards, gran predicador del siglo XVIII, pero luego utiliza sus enseñanzas sobre el avivamiento, para probar si los avivamientos pentecostales son o no de Dios.
Por alguna razón que escapa a mi comprensión, MacArthur se salta el segundo Gran Despertar y el Movimiento de Santidad, aunque ambos son la preparación al gran avivamiento pentecostal, especialmente el segundo caso. El Movimiento de Santidad fue concebido y apoyado sobre todo por las iglesias bautistas, metodistas y otros grupos fundamentalistas. La mayoría de los primeros pentecostales provenían de estos grupos. Tal vez la razón de MacArthur, para no hablar de estos dos movimientos sea no apuntar con su propia arma al pie de las iglesias fundamentalistas a las que pertenece, ya que de esa Movimiento de Santidad salieron todo tipo de líderes estrafalarios y surgieron tanto El Adventismo del Séptimo Día, como los Mormones o Los Testigos de Jehová.
En los siguientes capítulos, MacArthur utiliza el método de Edwards para juzgar si el carismatismo es fiable. Aquí comete el escritor estadunidense un nuevo fallo, ya que no distingue entre las diferencias de pentecostales, carismático, neopentecostales y neocarismáticos. Debe pensar el autor, que son todos lo mismo y que no merece la pena entrar en matices. Entre análisis y análisis doctrinal, el escrito airea todos los escándalos que ha encontrado sobre pastores pentecostales o carismáticos, ya sea abusos a menores, palizas a sus mujeres, engaños, robos o prácticas homosexuales.
Tras su análisis superficial, arbitrario y nada riguroso de la supuesta veracidad del batiburrillo de “carismáticos”, MacArthur ya se ve capaz de adentrarse en las doctrinas teológicas de los “herejes”. Por eso titula su segunda parte “Los dones falsos expuestos”.
El primer tema es el nuevo apostolado. Naturalmente, el autor vuelva a mezclarlo todo. No pone de manifiesto que esta doctrina surge de una visión neocarismática o la denominada Nueva Ola, de hecho el mismo Peter Wagner, fundador del movimiento, dice que no se considera pentecostal ni carismático. En muchos artículos y en mi libro Los Zapatos del Predicador, menciono las diferencias entre los cuatro grupos, por eso recomiendo al lector que los lea, para recibir orientación sobre el tema.
Peter Wagner crea en 1996, el Movimiento de la Nueva Iglesia Apostólica y vaticina la era posdenominacional. Wagner habla de cinco puntos, MacArthur ni los menciona, sobre el nuevo movimiento apostólico: las nuevas iglesias no son pentecostales ni carismáticas, son apostólicas, líderes indiscutibles, lideres autodidactas, la teología de la visión, adoración pasiva de los miembros y dirigida por el grupo de alabanza. Por tanto, MacArthur cree que todos los pentecostales, carismáticos son neoapostólicos, ignorando una vez más la realidad teológica de decenas de denominaciones y miles de iglesias.
Después entra a juzgar las ideas del don de profecía, como algo no vigente en la actualidad. MacArthur compara a los pentecostales con la Nueva Era, advierte del peligro de las profecías y para ello menciona a William Miller y Ellen G. White, los mormones o los Testigos de Jehová, todos ellos movimientos anteriores al pentecostalismo.
Al
Hablar en Lenguas, MacArthur lo denomina “Lenguas Torcidas”. La calificación es muy poco respetuosa, ya que además de ofender a cientos de millones que tienen en el Hablar en Lenguas, un don dado por el Espíritu Santo, puede ofender al mismo Espíritu Santo, dador de esas lenguas especiales. MacArthur las califica de “cháchara sin sentido”.
Para ello, MacArthur utiliza palabras de San Agustín sacadas de contexto, ya que las menciona como si este estuviera mencionando que las lenguas fueron dadas únicamente para el principio de la iglesia, pero como MacArthur no ha leído a San Agustín desconoce que este mismo dice que utilizaba la imposición de manos para que los creyentes hablaran en otras lenguas. También el movimiento hugonote (Calvinista) tuvo estas prácticas, al igual que los Husitas, Moravos, etc. Lo mismo hace MacArthur con el tema de la sanidad y su supuesta vigencia en la actualidad.
La tercera parte, podría parecer estar escrita en tono más positivo, ya que trata sobre la verdadera obra del Espíritu Santo. Aunque al final, el autor norteamericano habla de los peligro de los continuacioncitas, que creen que en la actualidad siguen vigente los dones del Espíritu Santo tal y como están descritos en la Biblia. De esta manera, MacArthur termina con el último contendiente, los dudosos o abiertos, intentando mandarlo a la lona. No sólo es peligroso todo movimiento pentecostal y carismático, también la mera creencia de que las sanidades o los dones son posibles en la actualidad, ya que abre la puerta al malvado carismatismo.
El libro concluye con una selección de comentarios de padres de la iglesia en la que apoyar sus ideas, aunque estos textos estén, en muchos casos sacados de contexto.
Por desgracia, el libro MacArthur está repleto de prejuicios y generalidades. Un libro, que por otra parte era necesario para aclarar la confusión reinante, pero que más que aclarar añade más confusión.
Los principales fallos del libro son su falta de rigor y orden, la escasa fuente documental, que la mayoría de las veces no está contrastada. La cicatera utilización de los escándalos para extenderlos a todo el movimiento pentecostal y carismático. El trato negativo del pentecostalismo, al que no se le concede, al menos, su gran esfuerzo evangelístico en el siglo XX, su inmenso esfuerzo misionero, los cientos de mártires que ha dado a la causa del Evangelio y sigue dando en el mundo. Por no añadir su apuesta por los más pobres, la dignificación de la mujer en la iglesia y su desarrollo ministerial, la integración de las minorías étnicas, la reforma de la liturgia, la salvación de muchas denominaciones tradicionales que estaban literalmente extinguiéndose, el papel del pentecostalismo en la lucha contra la droga y otras adicciones.
MacArthur intenta desesperadamente dar en la línea de flotación del pentecostalismo, pero apenas logra desconchar la pintura. Una pena, ya que si hay algo que denunciar en la Iglesia del Siglo XXI es el peligro del materialismo, el conformismo y de un liderazgo muchas veces servil o dictatorial.
En el movimiento pentecostal hay de todo, bueno y malo, excelente y mediocre, la simple amalgama del ser humano en la eterna tensión entre servir a Dios o servirse a él mismo. Espero que este libro no vuelva a levantar los prejuicios y las barreras que hubo hacia el pentecostalismo los primeros cincuenta años de su historia.
Los pentecostales son personas y se equivocan, pero de eso precisamente está compuesta la iglesia, de pecadores y yo el primero.
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