La influencia de la palabra como elemento concienciador de la sociedad, de los hombres y de los que están bajo el yugo de los valores antibíblicos, es inmensa.
Los cristianos siempre decimos que damos mucha importancia a la palabra, a la Palabra. La palabra hablada o escrita. Sin embargo, deberíamos cuestionarnos un poco cual es el valor real que damos a la palabra, sí, la palabra, así con minúscula. Si realmente valoráramos la palabra en profundidad y fuéramos conscientes de su gran valor, influencia y poder, seríamos más denunciadores, entroncaríamos con más facilidad con la denuncia profética que se nos enseña en la Biblia y con la cual Jesús enlaza con ella dándonos ejemplo de cómo ser más sal y más luz en el mundo en el que Dios nos ha puesto.
Dios es palabra. En el principio era el Verbo, la Palabra. Una palabra dinámica, activa, que crea, que enlaza con los frutos, que nunca vuelve vacía. Si supiéramos o si fuéramos conscientes del valor transformador de la palabra, de cómo la palabra puede cambiar situaciones, valores, de cómo la palabra puede construir o destruir, de cómo puede transformar, la usaríamos más en compromiso con Dios y con el mundo.
La palabra para el cristiano no puede tener únicamente la función de usarla en el templo para alabar, para orar o para cualquier otra parte del ritual. Eso hay que hacerlo, pero sin dejar de usar la palabra con su función profética en el mundo para cambiar valores, actitudes, prioridades y estilos de vida.
¿Se podría moldear el mundo entero a golpe de palabra? ¿Sería ésta más efectiva que las bombas, las metralletas y los carros de combate? ¿Podrían los creyentes en el mundo, sólo con el uso comprometido de la palabra, tener más poder transformador que los misiles y las armas químicas? ¿Por qué no usamos mucho más la fuerza de la palabra? En el fondo sería evangelizar, pues la evangelización no tiene sólo la función de transmitir ideas válidas para el más allá, sino que debe tener un componente de promoción del hombre, de promoción de lo humano, de promoción de los valores del Reino que no son únicamente apocalípticos y para el más allá, sino aplicables al aquí y el ahora en el que vivimos y nos desenvolvemos.
El arma del creyente debe ser la palabra, una parte esencial de la armadura cristiana. Un apalabra que anuncia y denuncia, que trastoca valores y situaciones. Una palabra transformadora de una sociedad injusta y montada sobre valores antibíblicos, una palabra que, usada con compromiso por los cristianos, puede abrir horizontes de esperanza tanto para nuestro aquí y nuestro ahora, como para la eternidad. Necesitamos más esfuerzos y más celo para el uso de la palabra comprometida con las problemáticas del mundo en el que estamos sin dejar de ser anuncio de vida eterna.
Muchas veces nos esforzamos tanto en nuestra iglesia en usar la palabra para alabar y comunicar realidades trascendentes que nos olvidamos una parte esencial del cristianismo: el uso de la palabra con función profética en el mundo, con función de compromiso con la injusticia en la tierra, con función de transformación de las estructuras injustas de poder, con función de defensa de los pobres y los oprimidos, de un mejor y justo reparto de las riquezas del mundo. Jesús se preocupó de todo esto de una forma tremendamente clara que no estamos recogiendo en su radicalidad.
Los cristianos, con el uso de la palabra, deben ser testigos activos del Jesús de la historia, de nuestra historia humana y terrestre. Usando la voz en compromiso con el hombre, buscando la promoción humana como una característica de la evangelización, conseguiremos ser agentes de reino de Dios que ya está entre nosotros, podremos evangelizar siendo trastocadores de los valores consumistas, valores falsos y empobrecedores de más de media humanidad e injustos. Sí, lo podemos conseguir con el uso de la palabra.
Los cristianos, a través de la historia, hemos dado mucho valor a la palabra escrita. También ésta sería una forma adecuada para el compromiso con el hombre y la sociedad en la que está inserto. La palabra escrita permanece y puede llegar lejos, muy lejos. Muchas veces más que la palabra hablada, aunque hoy en día, con los potentes medios de comunicación que muchos cristianos pueden tener a su alcance, la palabra hablada también puede volar como las águilas y circular por el mundo como palabra profética que transforma, que cambia la realidad injusta y cruel del mundo. Esto nos puede animar para usar la palabra tanto escrita como hablada como herramienta, como “bomba” para la transformación del mundo.
La influencia de la palabra como elemento concienciador de la sociedad, de los hombres y de los que están bajo el yugo de los valores antibíblicos, es inmensa. ¡Hablemos, hablemos, escribamos, escribamos! Sí, todos los cristianos del mundo. Trabajemos a golpe de palabra. Es mejor que trabajar a golpe de espada, de fusiles o de armas químicas o de cualquier tipo. Enseñemos al mundo a trabajar a golpe de palabra. Quizás acabemos avergonzando a los poderosos, acumuladores e injustos del mundo. Quizás, colaboremos así en la liberación de los oprimidos, de los empobrecidos, de los injustamente tratados, de los quebrantados. Quizás así podamos acercar el año agradable del Señor. A golpe de palabra. Nuestra mejor arma.
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