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Protestante Digital

 
Por Gloria Q. De Morris
 

El desafío del ministerio

No olvido su generosidad y muestras de cálida amistad, a pesar de la distancia.
ACTUALIDAD AUTOR Jacqueline Alencar SALAMANCA 29 DE SEPTIEMBRE DE 2013 22:00 h

Gloria Quiroga de Morris.


Desde este domingo Gloria Morris está con el Señor. Nunca pude conocerla personalmente, pero sí había leído y estaba suscrita a la revista Caminemos Juntas, de la que ella era una de sus fundadoras. En 2007, y con motivo de la celebración del 75 Aniversario de la iglesia de Paseo de la Estación de Salamanca, decidimos editar una revista de mujeres, pero de alcance general al pueblo evangélico. Gloria fue una de las personas a las que escribimos para que colaborara con un artículo, que ahora se reproduce a modo de homenaje. Y no solo aceptó, sino que me infundió ánimo para iniciar este ministerio y continuarlo. No olvido su generosidad y muestras de cálida amistad, a pesar de la distancia. La revista “Sembradoras” siempre estará en deuda con ella. Jacqueline Alencar.
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EL DESAFÍO DEL MINISTERIO
Gloria Q. de Morris

¡¡Setenta y cinco años!! Muchas fueron las mujeres que se cobijaron al amparo del amor de esta iglesia durante esos años. Al­gunas fueron simples espectadoras... no dejaron huella. Otras, en cambio, fueron mu­jeres fieles que perseveraron en la oración de fe, sosteniendo así como columnas a los ancianos, líderes, y miembros de esta congregación. Junto a ellas también estuvieron las involucradas en otros ministerios igual­mente fructíferos.

Una nueva etapa comienza, por lo que será bueno recordar que como miembros del cuerpo de Cristo todas tenéis una fun­ción que realizar, y una misión que cumplir. Hay unas palabras muy llamativas dirigidas por el apóstol Pablo a Arquipo, y por exten­sión a nosotras, que bien pueden represen­tar una exhortación o un recordatorio: "Mira que cumplas el ministerio que recibiste en el Señor" (Col. 4:17). Lo acertado de ese térmi­no se aprecia al comprobar que el diccionario define "ministerio" como "servicio especial que se realiza en favor de una persona". La Palabra de Dios muestra que todos los creyentes hemos sido llamados a ministrar en nuestras diversas capacidades. Como nos dice Ef. 4:7: "A cada uno fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo". Es maravilloso pensar en la distinción especial que hemos recibido, el privilegio de ejercer un ministerio para Dios. Al leer otra vez esta exhortación vemos que también destaca la procedencia del ministerio: "que recibiste en el Señor". Esto nos recuerda la verdad de Jn. 15:16: "No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros...".

No se trata de un ministerio que nosotras hemos asumido o comenzado por cuenta propia porque nos ha atraído o nos ha apelado, sino de un ministerio que hemos recibido del Se­ñor como don Suyo.

Pero hay otra palabra significativa en nuestro texto: "Cumplas". Sugiere que al­gún día tendremos que rendir cuentas de ese ministerio que hemos recibido del Señor, se sabrá si hemos sido fieles o no en el desempeño del ministerio que se nos ha en­cargado. De ello dependerá si recibiremos o no recompensa. Pero aún ahora debiéramos hacernos un autoexamen preguntándonos: "¿Estoy yo cumpliendo con el ministerio que el Señor me ha dado?". Hermanas, la mis­ma naturaleza del tema que estamos exami­nando exige que no nos conformemos con algo meramente teórico, sino que busque­mos ser prácticas y veamos las formas en que podamos asegurarnos que cumplimos el ministerio y la misión que el Señor en Su gracia soberana nos ha encomendado.

Eso sólo será posible si hay de parte nuestra la disposición a hacer precisamente lo que Dios nos indica, a obedecerle y someter nuestra voluntad a la Suya. Dios mide nues­tro servicio, no por nuestra capacidad sino por nuestra disposición. Hay otra palabra en nuestro texto a la que quizás no hemos pres­tado demasiada atención por ser la última de la frase, o por utilizarla con demasiada fre­cuencia: "Señor". Hay un versículo que sin duda servirá para darnos cuenta de la trascen­dencia de este nombre: "Porque Cristo para esto murió y resucitó, y volvió a vivir, para ser Señor" (Rom. 14:9,1). Asimismo, lo que eso significa para nosotras lo encontramos en la punzante pregunta que el mismo Jesús hicie­ra: "¿Por qué me llamáis Señor, Señor, y no hacéis lo que Yo digo?" (Le. 6:46).

Es totalmente incomprensible que le lla­memos a Él "Señor" y no reconozcamos Su señorío y autoridad sobre nosotras, y digamos "No" a lo que Él nos indica hacer. Me recuer­da lo que pasó en Jope con el Apóstol Pedro. Estaba en la azotea de la casa de Simón el curtidor orando cuando le vino una visión y una orden divina muy clara. Pero él respondió diciendo: "Señor, no" (Hch. 10:14). Esas dos palabras evidentemente eran incompatibles y por eso el Señor tuvo que amonestarle.

Muchos siglos después, en un Retiro Es­piritual que se ha venido realizando durante más de 120 años en el norte de Inglaterra, en un lugar llamado Keswick, un siervo de Dios muy conocido habló sobre el Señorío de Cristo. Al final hizo un llamado a la consa­gración y varios se quedaron. El predicador se acercó a uno de ellos, una mujer, y ella le manifestó con lágrimas en los ojos: “Quiero rendirme a Cristo pero no puedo”. Entonces él le hizo abrir su Biblia en este pasaje de Hch. 10:14. Le entregó un bolígrafo y le dijo: "¿Ve esas dos palabras: Señor, no? Tache la que no corresponda", y se fue para conver­sar con otros.

Al cabo de unos minutos volvió y miró por encima del hombro de esta mujer y vio la página humedecida por sus lágrimas, pero notó con alegría que había tachado la palabra "no" y subrayado el título "Señor". ¿Qué harás tú? Es muy importante que contestes esta pregunta. Si estamos dispuestas a so­meter nuestra voluntad a la Suya, entonces podremos considerar lo que demanda nues­tro ministerio. Sin duda habréis escuchado la expresión "Nunca mucho costó poco". Pero en relación con el ministerio cristiano un siervo de Dios fue más explícito al afirmar: "El ministerio que no cuesta nada tampoco logrará nada". Parece que el rey David en­tendía esto bien cuando afirmó: "No ofrece­ré a Jehová holocaustos que no me cuesten nada" (2 Samuel 24:24). ¿Pensamos así no­sotras? Pero ¿cuántas estarán dispuestas a pagar ese precio?

Me recuerda aquella mujer que había quedado embelesada de la forma en que el violinista Fritz Kreisler había tocado en un concierto, y cuando terminó se acercó al vir­tuoso y le dijo: "Daría mi vida por tocar como Ud.". Para su sorpresa, él le contestó: "Es precisamente lo que yo he dado, mi vida".

LA ENTREGA QUE DEMANDA NUESTRO MINISTERIO
Dar lo mejor. Quizás no lleguemos al ex­tremo que se señala en Malaquías 1:6-8, de ofrecer lo peor al Señor; pero cuántas veces sólo le damos las sobras de nuestro tiempo, nuestros talentos y nuestras posesiones. De­bemos dar lo mejor de nuestro amor, como María que ungió los pies del Señor con aquel ungüento costosísimo. Lo mejor de nues­tros años. Apelo a las hermanas jóvenes que estén leyendo este artículo, que tienen toda una vida de servicio y ministerio por delante, recuerden que el Señor, y los demás, espe­ran lo mejor de vuestros talentos y dones empleados en Su ministerio.

Pero... quizás te preguntes: ¿Por qué debo dar lo mejor? Porque Él ha dado lo me­jor por nosotras dejándonos un magnífico ejemplo de entrega: "Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella" (Ef. 5:25).

Además, sólo disfrutaremos de lo mejor si hemos dado lo mejor primero, y así descubriremos la verdad de "Más bienaventurado es dar".

Dar lo máximo, o sea, no sólo lo que so­mos potencialmente, sino lo que podemos llegar a ser al desarrollar aquellos dones y talentos que Él nos ha dado para emplear en Su servicio cada día más, ayudadas por el Espíritu Santo. Resulta importante, además, sentir nuestra responsabilidad, para que se pueda confiar en nosotras porque asumimos plenamente nuestros compromisos y cum­plimos nuestra palabra y promesas. A esto cabe agregar perseverancia. Para la mayoría de las mujeres el entusiasmo por lo que ha­cen es demasiado pasajero o temporal. Gra­cias a Dios por aquellas que despliegan un entusiasmo constante. Debemos reconocer, como nos dice el apóstol Pablo, que hay di­versidad de dones. Sería imposible nombrar­los todos, así que solamente haré mención de algunos que considero muy necesarios para la congregación, y no se están ejercien­do, o sí lo están en una forma muy escasa.

Ministerio de aliento y ánimo según apreciamos en 1Tes. 5:11: "Animaos unos a otros..., así como lo hacéis". Cuánta falta hace este ministerio. Significa estimular, empujar a la otra persona con nuestras palabras y nuestro ejemplo. En Isaías 41:6,7 tenemos un ejemplo de cómo funciona esto: "Cada cual ayudó... esforzó... animó". Allí tene­mos algunas de las formas de infundir ánimo y aliento en los demás, de modo tal que ayu­damos a dotarlos de los elementos y fuerzas necesarios para enfrentar el presente y el fu­turo con determinación y confianza. Animar es edificar, fortalecer, es elevar sus reservas de esperanza y fe. A su vez el aliento impul­sa el potencial hasta el logro de lo propues­to. Es buscar lo bueno en la otra persona y ayudarle a magnificarlo. Otra forma de servir y ayudar a otros es mediante el:

Ministerio de aconsejar. Este es efectivo tanto en el hogar como con los miembros de la iglesia. La base escritural para ello la ve­mos en Col. 3:16: "Enseñándoos y exhortán­doos los unos a los otros". El verbo procede de la misma raíz griega que "paracleto", em­pleada por el Señor para describir al Espíritu Santo como el Consolador. Significa ponerse al lado para ayudar mediante un consejo, ex­hortación o amonestación en amor.

Ministerio del consuelo. Se podría decir de muchas personas, especialmente mujeres, como Jeremías dijo de Jerusalén: "No tiene quien la consuele". Algunas de nosotras, en cambio, hemos sido bendecidas con el consuelo del Dios de toda consolación a través del ministerio de una hermana. El propósito de consuelo es muy claro. Hemos sido consoladas para que a su vez podamos consolar a otros (2 Cor. 1:3,4).

Ministerio de la enseñanza. Buen parte de la enseñanza bíblica para niños y adolescentes está en las manos de las mujeres. Muchas son las que enseñan y predican a otras mujeres, ganándolas y edificándolas para Cristo.

Ministerio de hospitalidad. Obviamente ha de ser una prioridad para la mujer cristiana. Además, es un requisito para las esposas de los Ancianos, pero también es un privilegio para las solteras. Aunque hay muchos otros ministerios mencionaremos uno más, el Mi­nisterio de ayudas, que abarca muchos otros.

Todo ministerio debe caracterizarse por la docilidad y humildad. Esta es la virtud que consiste en tener una correcta estimación de una misma y actuar de conformidad a ella. Es a su vez reconocer nuestra propia indignidad ante Dios y tener la disposición de servirle. La humildad nos hace conocer el límite de nuestras fuerzas, nos revela nuestros propios defectos para corregirlos. Nos hace vivir en la verdad de lo que nosotros somos ante Dios. Este espíritu de humil­dad nos llevará a una dependencia absolu­ta en Él, recordando las palabras del Señor: "Sin mí nada podéis hacer". Él nos exhortó, además: "Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí". En el campo el yugo sig­nifica trabajo, servicio. En el yugo hay dos sitios de apoyo, si inclinamos la cabeza y la ponemos bajo uno de ellos, queda todavía el otro. Tenemos que permitir que el Señor lo ocupe, para así trabajar juntos. De esa ma­nera, será una realidad la segunda parte del versículo: "porque mi yugo es fácil y ligera mi carga". ¿Sientes cansancio, apatía, des­gano en el ministerio que estás ejerciendo? Seguro que lo estás haciendo sola, entonces el yugo es una carga.

Vuelve al primer amor y al Deseo de agra­dar a Dios, y Él te ayudará a hacer todo de bue­na gana, "sirviendo o ministrando de buena voluntad como al Señor y no a los hombres" (Ef. 6:7). El ejemplo sublime de nuestro Se­ñor fue magistralmente demostrado al lavar los pies de Sus discípulos. Él dijo entonces: "Ejemplo os he dado". Servirle con humildad y devoción debe ser nuestro deseo.
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Gloria Q. De Morris nació en Argentina. Desde 1965, junto a su esposo Carlos Morris, estuvo dedicada por completo a la obra evangélica a través de conferencias, programas radiales, artículos en prensa y, de forma destacable como directora de la revista Caminemos Juntas. En 1991, Dios puso en su corazón proponer la realización de encuentros anuales de mujeres en Cataluña para compartir la palabra de Dios. En febrero de 1994 se llevó a cabo el primer encuentro de mujeres de la Asamblea Femenina Evangélica de Cataluña (AFEC). Actualmente esos encuentros acogen una media de 700 mujeres.
 

 


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