El populismo puede ser ideológico y político, pero también eclesiástico, con variedad de tendencias y fenómenos que serían evangelios populistas y que tienen que ver más con la credulidad que con la fe.
Una palabra que ha adquirido notoriedad en los últimos tiempos es la de populismo, referida a las ideologías y partidos políticos que lo propugnan, cuya característica reside en presentar soluciones rápidas y sencillas a problemas complejos y profundos.
Como el mundo actual se encuentra en una peligrosa pendiente hacia un abismo que nos retrotrae a periodos convulsos que ya se produjeron anteriormente, es por lo que han levantado cabeza todo tipo de populismos, que están poniendo en entredicho los planteamientos clásicos, al no ser capaces de solventar las difíciles cuestiones a ser resueltas. Este tipo de movimientos, de diverso y hasta contrario signo, pero agrupados todos bajo el vocablo común de populistas, se están expandiendo por toda Europa y también en la otra orilla del Atlántico, prometiendo traer esos remedio que la gente de a pie anhela. Como no hay nada nuevo bajo el sol, es preciso tener en cuenta las lecciones que la Historia enseña, en el sentido de que este tipo de soluciones se convierten, a la postre, en problemas y fracasos mayores de los que intentaban resolver.
Pero además de en el terreno ideológico y político, el populismo tiene también presencia en el terreno eclesiástico, constatándose toda una variedad de tendencias y fenómenos que entran de lleno bajo ese calificativo, pudiendo calificarse sus proclamas y presentaciones con el nombre de evangelios populistas.
Tienen tirón entre la gente común y sencilla, porque prometen soluciones totales a los problemas inmediatos, prácticos y materiales que asedian, ofreciendo la panacea y el cielo en la tierra, aquí y ahora. La obtención de las promesas de los evangelios populistas depende de una fe ciega en las premisas que sus predicadores han elaborado; premisas que están falseadas de antemano, mediante una interesada selección y manipulación de textos bíblicos o extra-bíblicos.
Los evangelios populistas son fáciles de digerir, no siendo preciso usar apenas la cabeza para que funcionen sus recetas. Es más, todo lo que tenga que ver con la cabeza es sospechoso, lo cual les añade un plus de demanda, porque pensar supone un esfuerzo en el que hay que poner en juego una serie de facultades que cuesta trabajo ejercer.
Los evangelios populistas no tienen tanto que ver con la fe sino con la credulidad, habiendo un abismo de diferencia entre la una y la otra.
La fe se basa en lo que Dios ha dicho; la credulidad en lo que el hombre dice que Dios ha dicho.
El gravísimo problema que tienen estos evangelios populistas es que son un engaño disfrazado de autenticidad, siendo la única manera de descubrir tal engaño su comparación con el verdadero evangelio. Del mismo modo que ocurre con los billetes falsos, que tienen todas las apariencias de ser verdaderos pero alguna o algunas de sus características les delatan, así sucede con estos falsos evangelios.
Y como los portadores de falsos billetes creen, o quieren hacer creer, que poseen algo genuino, lo mismo sucede con los portadores de los evangelios populistas. Claro que hay una diferencia entre poseer un billete falso y hacer caso de un evangelio falso, porque lo primero solo supone una pérdida relativa, mientras que lo segundo significa una pérdida total.
Hubo gente que siguió a Jesús pensando que en él habían encontrado el evangelio populista, esto es, al hombre de las soluciones a las necesidades apremiantes. Aquellas maravillas que realizaba hacían fácil llegar a esa conclusión. Una de esas maravillas fue el detonante para que la multitud quisiera apoderarse de él para hacerlo rey[i], cuando les alimentó con cinco panes y dos peces. ¿Dónde se había visto cosa semejante? ¿Quién era capaz de emular algo así? Aquí estaban todos los problemas de la vida resueltos en un instante y sin necesidad de hacer nada. Con este hombre no había que preocuparse por los graves conflictos que la vida plantea, ni por sus luchas congénitas sobre la subsistencia. Lo único que había que hacer es que él se ocupara de esos asuntos y todo estaría resuelto.
Pero cuando Jesús explicó que la señal era solamente eso, una señal, es decir, un signo que apuntaba a algo más alto y más profundo, de naturaleza espiritual y celestial, no material ni terrenal, la decepción se apoderó de la mayoría, al comprobar que el evangelio de Jesús no era populista, siendo la reacción dar la espalda al que hasta entonces habían seguido. Ante esa reacción lo que no hizo Jesús fue rebajar su mensaje para recuperar a esos adeptos perdidos, sino confirmar a los que creyeron en ese evangelio espiritual y celestial.
Hoy hay muchos que prefieren creer en evangelios populistas y pocos son los que creen en el evangelio. Igual que ayer y que siempre. Y la grave responsabilidad que tiene todo predicador es ser fiel al mensaje que Dios ha dejado. En ello va el futuro de sus oyentes y el suyo propio.
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