Redi(l)midos

Todos los que cobraban impuestos para Roma, y otras gentes de mala fama, se acercaban a escuchar a Jesús. Y los fariseos y maestros de la ley le criticaban diciendo:

–Este recibe a los pecadores y come con ellos.

Entonces Jesús les contó esta parábola: “¿Quién de vosotros, si tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las otras noventa y nueve en el campo y va en busca de la oveja perdida, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra la pone contento sobre sus hombros, y al llegar a casa junta a sus amigos y vecinos y les dice: ‘¡Felicitadme, porque ya he encontrado la oveja que se me había perdido!’ Os digo que hay también más alegría en el cielo por un pecador que se convierte, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. En Lucas 15, 1-7.

Cobradores de impuestos para Roma y personas de mala fama le escuchaban y observaban de cerca. De igual modo fariseos y maestros de la ley estaban allí, de antemano se habían propuesto no darse por aludidos en el mensaje que oirían del Maestro. Le señalaban con el dedo porque se creían justos, sanos, inmaculados, suficientemente formados como para dar opiniones. Ninguno de ellos se veía perdido y mucho menos se identificaba con la oveja número 100 del relato. A pesar del orgullo que reinaba en el ambiente, Jesús levanta su voz y les habla, no sabemos si los convenció con su argumento pero ¿y a nosotros?, ¿nos convence hoy o simplemente observamos?

Parece que Cristo no espera a morir para vernos redimidos y cuenta esta parábola en la que un pastor busca a su oveja, la atrae hacia él y la une a las demás. Sabe que se ha desviado y no cavila en los motivos que puedan justificarlo, simplemente la echa de menos y la busca. Cuando la encuentra, pues no parará hasta lograrlo, en ningún momento le pone requisitos ni se enfada con ella, no le pide explicaciones, tampoco le echa en cara su condición de prófuga o de pecadora, ni hace que se sienta culpable. Si lo hiciera, la redención no sería gratuita puesto que estaría reclamando algo a cambio. Aquí lo vital es la demostración de amor. Claramente la ama, le duele su ausencia y va a por ella adonde quiera que esté, la envuelve con su persona, la rescata y la incluye.

Él pastor y las ovejas forman un todo, como un todo es el número 100* en su simbología. Las cuida y ellas se dejan querer seguras de que, si les pasara algo, su dueño apostará por ellas con amor repleto de compasión. Esto es lo que siente Dios por nosotros, pura compasión.

Para el buen cuidador, cuando una oveja desaparece, el motivo no importa. Se fue, se distrajo, no sentía cabida en el rebaño, se dio cuenta de que no era como las demás, andaba con frecuencia rezagada o cualquier otro motivo indefinido que podamos calcular. ¿Por qué perdió el norte? ¿Cómo fue que no se dio cuenta de que las demás no estaban a su lado? ¿Le importó o no fue significativo retirarse del resto? ¿Se ahogaba en el redil al no disponer de espacio suficiente para vivir en plenitud? Da igual. Nada de esto le importa al que la guarda, nada de esto le importa a Dios. Va y la rescata. La restablece. Lo hace y, además, le va a aportar todo aquello que necesita para realizar su función vital de seguridad y deleite.

Para el bueno de la parábola, las noventa y nueve no eran suficientes. Para el Señor lo más importante, lo que le proporciona más felicidad, es que todos estemos y nos sintamos redi(l)midos y llevados sobre sus hombros. Ya sean pocas o muchas las veces que esa oveja se pierda, él irá a por ella siempre sin pedirle nada a cambio y se alegrará en gran manera de tenerla para sí.

*Diferentes símbolos del número 100: http://www.farodevigo.es/opinion/2013/11/10/numero-100/911681.html