Si en los Evangelios le vemos actuando como hombre, también le vemos obrando como Dios.
La primera afirmación del Credo referente a la persona de Cristo tiene que ver con su filiación divina. Dice: "Creo en Jesucristo, su único Hijo".
Al designar a Cristo como Hijo de Dios, los primeros cristianos estaban expresando su fe en la filiación divina del Maestro.
En los Evangelios abundan las referencias a Cristo como "Hijo de Dios". Hasta los mismos diablos proclamaban esta filiación. Dice Lucas: "Al llegar él a tierra, vino a su encuentro un hombre de la ciudad, endemoniado desde hacía mucho tiempo: y no vestía ropa, ni moraba en casa, sino en los sepulcros. Este, al ver a Jesús, lanzó un gran grito, y postrándose a sus pies exclamó a gran voz: ¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te ruego que no me atormentes" (Lucas 8:27-28).
En el Evangelio de San Juan son muy frecuentes las alusiones del propio Cristo a su filiación divina. El Padre ha entregado todas las cosas en manos del Hijo y sólo por el Hijo se obtiene la vida eterna: "El Padre ama al Hijo -nos dice el Libro de Dios-, y todas las cosas ha entregado en su mano. El que cree en el Hijo tiene vida eterna: pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él" (Juan 3 :36) .
Toda la epístola a los Hebreos, y especialmente sus primeros capítulos, destacan la filiación divina de Cristo. Como Hijo es superior aun a los ángeles: es "el resplandor" de la gloria de Dios, "la imagen misma de su sustancia", la prueba última y definitiva en la escala de la revelación: "Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo: el cual, siendo el resplandor de su gloria y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la majestad en las alturas" (Hebreos 1 :1-3).
Aun cuando se insiste en que Cristo jamás afirmó ser Dios, los Evangelios revelan lo contrario, es decir, que Cristo tenía plena conciencia de Su divinidad. Veamos, si no, algunas citas: "Yo y el Padre una cosa somos" (Juan 10:30): "El que me ha visto ha visto al Padre": "Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí" (Juan 14:9 y I0): "Todo lo que tiene el Padre, mío es" (Juan 16: 15): "Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba: vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo" (Juan 8:33): "Salí del Padre y he venido al mundo: otra vez dejo el mundo, y voy al Padre" (Juan 16:28) , y muchas otras expresiones semejantes.
Cuando Pedro le dice: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo" (Mateo 16: 16), no le recrimina por esta confesión, sino que le llama bienaventurado por el grado de revelación alcanzada. Y cuando el sumo sacerdote, desesperado, le pregunta: "Te conjuro por el Dios viviente que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios", Jesús responde con calma y con seguridad: “Tú lo has dicho" (Mateo 26:63 64).
¿Qué hombre, qué profeta, qué semidios se ha presentado jamás al mundo como la Verdad absoluta, el Camino único de salvación, la Luz del mundo, la Vida eterna, la Puerta al cielo, la Paz para el torturado, el Alivio para el cansado, el Salvador de los pecadores, el Redentor de los condenados, el Fundador de la Iglesia, el Pastor de los extraviados, el Sumo Sacerdote, el Abogado eterno, el único en quien descansa toda autoridad en el cielo y en la tierra? Un hombre que va por el mundo diciendo que es todo eso y mucho más, proclamando a los vientos Su divinidad, o es un loco, o es un charlatán, o es realmente Dios. ¿Loco Cristo?
¿Cristo embaucador de multitudes? Hasta sus más encarnizados enemigos han reconocido en Él a un hombre bueno. Luego si Cristo no es ni lo uno ni lo otro, ni es desequilibrado ni es un farsante, Cristo es lo que pretende ser, Cristo es Dios. Y aun cuando Él no lo dijera, su vida lo pone de manifiesto. Su Persona lo proclama. El carácter divino del Maestro se revela desde los días de Su nacimiento, en las circunstancias especiales que rodearon Su venida al mundo. Nace como Dios y como Dios vive. Sin pecado se presenta entre nosotros y sin pecado se mantiene todos los años de su vida terrena. Y no sólo eso, sino que además perdona a los hombres que viven en pecado. Vence a la enfermedad, vence a la Naturaleza, vence al Diablo, vence a la vida, vence a la muerte y sale victorioso sobre la tumba que a todos los hombres ha aplastado. Cumple en detalle todas las profecías relativas a Su Persona divina y un día desaparece entre el mismo coro de seres celestiales que cantaron Su venida al mundo. Y Su historia no termina ahí, sino que aún asegura que en el cielo seguirá viviendo, en el cielo seguirá reinando, en el cielo seguirá intercediendo por los suyos. Cristo es Dios desde la eternidad de los tiempos. Era, como dice el apóstol Juan, "con Dios, y era Dios" (Juan 1 : 1).
Porque si en los Evangelios le vemos actuando como hombre, también le vemos obrando como Dios. Y Pablo lo pone de forma que no cabe refutación posible cuando escribe que "en Él habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente" (Colosenses 2:9). Es decir, que en su cuerpo de hombre se encerraba la vida de Dios.
Cristo mismo era consciente de su doble naturaleza, divina y humana, y de la relación eterna que le unía al Padre durante Su permanencia en la tierra. Por eso Él pudo decir: "No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo" (Juan 17: 14). Y otra vez, todavía con más claridad: “todas las cosas me son entregadas de mi Padre; y nadie conoció al Hijo, sino el Padre; ni al Padre conoció, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo lo quiere revelar" (Lucas 10:22). El apóstol Pablo añade en su epístola a los corintios: "Dios... resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo" (2ª Corintios 4:6).
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