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Ve, pues, y haz tú igualito

¿No será más importante, sea quien sea el necesitado, seamos quienes seamos nosotros, aportar nuestra ayuda sin que nuestra procedencia o posición deje su primordial impronta como hecho principal?

TUS OJOS ABIERTOS AUTOR Isabel Pavón 11 DE NOVIEMBRE DE 2016 11:45 h


Un maestro de la ley fue a hablar con Jesús, y para ponerle a prueba le preguntó: 



–Maestro, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?



Jesús le contestó: 



–¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella? 



El maestro de la ley respondió: 



–‘Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y ama a tu prójimo como a ti mismo.’ 



Jesús le dijo: 



–Bien contestado. Haz eso y tendrás la vida. 



Pero el maestro de la ley, queriendo justificar su pregunta, dijo a Jesús: 



–¿Y quién es mi prójimo? 



Jesús le respondió: 



–Un hombre que bajaba por el camino de Jerusalén a Jericó fue asaltado por unos bandidos. Le quitaron hasta la ropa que llevaba puesta, le golpearon y se fueron dejándolo medio muerto. Casualmente pasó un sacerdote por aquel mismo camino, pero al ver al herido dio un rodeo y siguió adelante. Luego pasó por allí un levita, que al verlo dio también un rodeo y siguió adelante. Finalmente, un hombre de Samaria que viajaba por el mismo camino, le vio y sintió compasión de él. Se le acercó, le curó las heridas con aceite y vino, y se las vendó. Luego lo montó en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, el samaritano sacó dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: ‘Cuida a este hombre. Si gastas más, te lo pagaré a mi regreso.’ Pues bien, ¿cuál de aquellos tres te parece que fue el prójimo del hombre asaltado por los bandidos? 



El maestro de la ley contestó: 



–El que tuvo compasión de él. 



Jesús le dijo: 



–Ve, pues, y haz tú lo mismo. 



Lucas 10: 29-37




Esta es una de las parábolas más conocidas de Jesús y aunque él, como narrador, explica quien es cada uno de los personajes que van llegando para situarnos en la escena, también nos hace reflexionar sobre la persona herida.



El maestro de la ley parece andar un poco despistado en su pregunta, pues, aun sabiendo la respuesta, daba a entender que la vida eterna se podía conseguir por méritos propios.



De los bandidos lo único que sabemos es que asaltaron a un hombre que bajaba el camino de Jerusalén a Jericó, que le robaron la ropa, le golpearon y se fueron dejándolo medio muerto. Son meros personajes necesarios que aparecen en la historia para introducir la enseñanza final. Sí conocemos lo significativo que resulta que ni el sacerdote ni el levita se acercaran a ayudar al necesitado y que fuera un samaritano quien lo hiciera. Pero ante la gran necesidad de ser ayudado, me pregunto ¿hasta qué punto le importaba al herido si el sacerdote era sacerdote, si el levita era levita y si el tercero era samaritano? Son datos que el narrador cuenta para ilustrarnos. Realmente los dos primeros actuaron según lo tenían establecido por sus leyes: no tocar muertos ni medio muertos. ¿Quiere decir Jesús que hay que saltarse las normas? Creo que sí, todas las que nos conduzcan al amor, a hacer el bien, a dignificar a las personas y a restaurarlas:  Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y ama a tu prójimo como a ti mismo. Cumplir esto lleva a despreciar las leyes.



No cuenta Jesús si el herido vio pasar a los dos primeros, sí dice el texto que el sacerdote y él venían por el mismo camino y que el levita simplemente pasaba por allí. Tampoco sabemos si vio cómo se acercaba el tercero, que igualmente venía por el mismo camino. Lo que está claro es que los tres sí vieron al asaltado, que el sacerdote y el levita hicieron exactamente lo mismo: dar un rodeo y seguir adelante.



Si les hubiese visto, ¿cómo se sentiría el herido? Es fácil saberlo simplemente con cerrar los ojos y ponernos en esa situación. Pero en realidad, no lo sabemos porque no tiene voz en la historia. Jesús sólo dice que ellos sí le vieron. Tampoco especifica quien era el asaltado, ni su profesión, ni su lugar de origen. Sí anuncia de donde venía y hacia adonde iba. Estaba claro que se trataba de alguien que pasa por la vida con su pasado a cuestas y se encamina hacia su destino desconocido, alguien como cualquiera de nosotros. 



¿Por qué en esta historia no tenemos más señas de esta persona? Porque para ayudar a alguien no es preciso conocer esos datos, simplemente ver la necesidad del otro que está vivo y puede dejar de estarlo si no le prestamos atención.



Si volvemos a ponemos en esa situación en que estamos caminando por una calle, nos golpean y nos roban, pensad si en ese momento necesitamos información sobre nuestros asaltantes, o sobre las personas que pasan a nuestro lado mientras estamos tumbados sobre el suelo sin que se acerquen. El necesitado, en esos momentos de dolor, no requiere ninguna información sobre quien le daña o quien le ayuda, lo que quiere es ser rescatado, curado, que sus necesidades sean solventadas, quiere recuperar lo que le han robado, quiere vivir, salir de la situación en que se encuentra lo antes posible, quiere dejar de sentir dolor. De momento, no quiere más. 



¿Y por qué escribo esto? Es posible que cuando lo necesites, quien esperas que actúe como prójimo no lo haga y te lleves una sorpresa. De quien más se espera menos se recibe, quien más puede ayudar o tiene más poder en su mano, menos ayuda. También puede ser que si tienes la suerte de que alguien se te acerque, si es de nuestro gremio estate al loro porque hará mucho hincapié en proclamar que somos protestantes, o evangélicos, que vamos a tal o cual iglesia, que tienes que convertirte pronunciando  una sola frase, sencillita, antes de ser ayudado y luego, ya curado, comprometerse a ir al culto los domingos y si puedes da publicidad del nombre que te salvó y te llevó a la iglesia. Nos mueve "nuestra profesión", no nuestro corazón. Nos mueven intereses, no el amor y la compasión de hacer el bien sin mirar a quién.



Veo que volcarse hacia el otro es lo primero, lo más importante, aunque el beneficiario nunca sepa a que iglesia vamos, incluso, aunque parezca grave lo que digo, ni siquiera importa en quien creemos. Ese es el testimonio más grande que podemos dar, somos manos en manos del Dios creador y ayudador que es el que hace la obra, no es nuestra cara ni la tarjeta que podamos dejar en su bolsillo queriendo demostrarle no sé qué. Porque a veces, más que ayudar condenamos con nuestras maneras. Para hacer el bien no necesitamos presentar nuestro carné.  



Entonces, ¿no será más importante, sea quien sea el necesitado, seamos quienes seamos nosotros, aportar nuestra ayuda sin que nuestra procedencia o posición deje su primordial impronta como hecho principal?



Mateo 6, 1-2 habla sobre la limosna y bien podría emplearse este consejo en estos casos también ya que el buen samaritano lo que hizo fue darle limosna de amor.




“No practiquéis vuestra religión delante de los demás solo para que os vean. Si hacéis eso, no obtendréis ninguna recompensa de vuestro Padre que está en el cielo.   “Por tanto, cuando ayudes a los necesitados no lo publiques a los cuatro vientos, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles para que la gente los elogie. Os aseguro que con eso ya tienen su recompensa. Tú, por el contrario, cuando ayudes a los necesitados, no se lo cuentes ni siquiera a tu más íntimo amigo.  Hazlo en secreto, y tu Padre, que ve lo que haces en secreto, te dará tu recompensa.




Cuando Jesús explica que los que pasaron de largo sin ayudar eran un sacerdote y un levita y que de quien menos se esperaba la ayuda fue quien la prestó, da un mensaje importante pero a la vez en su historia no incluye que esta información la tenga el asaltado y herido, al él no le importa quienes eran. La acusación recae sobre quienes se suponen que tenían que ayudar. 



¿Es posible que el buen samaritano hubiese pasado por un trance parecido en su pasado y por eso estaba concienciado a beneficiar a los que sufrían y además eran abandonados? Es posible.



¿Qué pudo aprender el hombre herido de esta historia, qué otra enseñanza podemos sacar de esto? Pues si no lo estaba, se concienció del mal ajeno, se le abrió la mente a la empatía, al dolor del extraño que se le hizo más próximo y si la historia hubiese tenido una segunda parte es posible que le hubiésemos visto ya recuperado acercándose, haciendo el bien a los más desfavorecidos, derrochando sobre ellos su compasión. Ve, pues, y haz tú igualito.


 

 


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