Mi único propósito es remontar las corrientes y volver al lugar del que provengo, quiero llegar allí con la satisfacción del deber cumplido.
Me invade una maraña de pensamientos opuestos entre sí. Por una parte el deseo de hacer la voluntad de Dios, poner la otra mejilla, pasar página, hacer que mis oídos no presten atención a lo que oigo y tanto dolor me provoca.
Esta pretensión de obediencia es rebatida por un sentimiento proveniente del centro de mi pecho, una sacudida que aflora con la imperiosa necesidad de revelar al exterior lo que fluye dentro de mí y así poder expresar con firmeza ese descontento que late con coraje, un malestar que hiela.
Me siento salmón, nadando contracorriente, surcando un caudaloso río que me arrastra hacia al lado contrario al que pretendo ir.
Me siento salmón, mi único propósito es remontar las corrientes y volver al lugar del que provengo, quiero llegar allí con la satisfacción del deber cumplido y una vez culminada mi tarea, fenecer en paz.
Mientras nado río arriba encuentro algunos peces que hacen lo mismo que yo, luchan. Los veo nadar extenuados, sorteando corrientes y rápidos. Verlos cercanos a mí me anima a seguir batallando.
Pero mientras me aferro a la ardua labor de nadar hay muchos otros peces que se limitan a seguir la corriente del río, a dejarse llevar por los torrentes de agua.
No tengo derecho a juzgar, no debo detenerme a contemplar la necedad que inunda lo que me rodea, aún así, a veces me puede mi parte humana y con ojos enturbiados miro de soslayo a quienes se creen poseedores de un poder mágico, esos súper hombres y mujeres que blanden a diario su preponderancia y falta de comprensión. Hablan de solidaridad, de empatía, de implicación, de integración, de cooperar… pero los términos quedan presos en el aire no compartido, son meras palabras sin sentido.
Ante tal falta de sensibilidad y para no caer en la tentación de hacerme semejante a ellos hago uso de ese bien preciado que es la Palabra de Dios y dejo que ella matice con amor lo que esta sociedad no hace más que deslustrar. Encuentro en soledad las palabras que atenúan mi dolor, veo sus manos clavadas mientras pronuncia: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.
Mis ojos se llenan de claridad y veo lo que sólo se logra ver a través de la Cruz.
Encuentro en Cristo crucificado ese caudal que me conduce a mi destino, el agua que calma mi sed.
Soy un salmón y sé a dónde voy porque el autor del amor me muestra el camino.
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