Ser predicador del Evangelio en un mundo tan materializado como el que estamos viviendo, supone una aventura espiritual.
El Credo Apostólico se abre con una profesión de fe en Dios: "Creo en Dios". Como ocurre con Moisés en el primer versículo del Génesis, los autores del Credo presentan a Dios como un hecho natural, sin molestarse en probar su existencia ni en historiar su origen.
No es misión del cristiano probar la existencia de Dios. Al ateo es a quien corresponde demostrar -si puede- que Dios no existe.
Ser predicador del Evangelio en un mundo tan materializado como el que estamos viviendo, supone una aventura espiritual. Y Dios debe estar como origen, como centro y como meta de esta aventura. "En el principio... Dios", dice la Biblia. Dios debe ser el principio y también el fin de nuestra vocación misionera.
Cuenta Cervantes que, en su segunda salida, Don Quijote no quiso ir solo. Y pensando en esto "solicitó don Quijote a un labrador vecino suyo, hombre de bien (si es que este título se puede dar al que es pobre), pero de muy poca sal en la mollera. En resolución tanto le dijo, tanto le persuadió y prometió, que el pobre villano se determinó de salirse con él y servirle de escudero. Decíale, entre otras cosas, don Quijote, que se dispusiese a ir con él de buena gana, porque tal vez le podía suceder aventura, que ganase, en quítame allá esas pajas, alguna ínsula, y le dejase a él por gobernador della. Con estas promesas y otras tales, Sancho Panza, que así se llamaba el labrador, dejó su mujer e hijos y asentó por escudero de su vecino".
La fe de Sancho en su amo es tanta, que cuando don Quijote le dice que no se le apoque el ánimo ante la grandeza de sus promesas, el escudero responde: "No haré, señor mío, y más teniendo tan principal amo en vuestra merced, que me sabrá dar todo aquello que me esté bien y yo pueda llevar".
Así es Dios en relación con nosotros. Dios promete y exige. Promete estar con nosotros en la lucha y protegernos en la tormenta. Y quiere que creamos en Sus promesas. "Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas" (Josué 1:9), dice la Biblia. Y en otro lugar: "No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia" (Isaías 41:1O). Y sigue añadiendo la Escritura: "Por tanto id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén" (Mateo 28: 19-20).
Sancho Panza dejó familia y hogar para seguir al hidalgo. No era mucho lo que poseía, pero lo dejó todo.
La fe en Dios debe llevarnos hasta el abandono de todas las ataduras humanas. Cristo así lo exige. "El que ame a padre o a madre más que a mí -dice-, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí. El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará" (Mateo 10:37-39) .
Pero aún cuando no se la busca de una forma egoísta y calculada, la fe en Dios tendrá su recompensa. No será una ínsula artificial, sino un reino seguro de gloria. Mateo escribe en su Evangelio: "Entonces respondiendo Pedro, le dijo: He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido, ¿qué, pues, tendremos? Y Jesús les dijo: De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Y cualquiera que haya dejado casa, o hermanos, o hermana, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna" (Mateo 19:27-29) .
Esta es la promesa divina. Promesa que hemos de aceptar en fe, pero como si ya fuera una gozosa realidad. La exquisita y delicada poetisa Gabriela Mistral tiene un poema, precisamente titulado "Credo", en el que abre su corazón en pétalos de fe para que Dios lo llene de Su perfume. Dice la poetisa chilena:
Creo en mi corazón, ramo de aromas
que mi Señor como una fronda agita,
perfumando de amor toda la vida
y haciéndola bendita.
Creo en mi corazón, el que no pide
nada porque es capaz del sumo ensueño
y abraza en el ensueño lo creado,
¡Inmenso dueño!
Creo en mi corazón que cuando canta
sumerge en el Dios hondo el flanco herido
para subir de la piscina viva
como recién nacido.
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