La vieja y sucia ciudad de los “años de la coca y la música disco” –que recrea la serie Vinyl–, era un mundo tan sórdido y peligroso que si Scorsese y Jagger no hubieran estado allí, nos costaría creer que fuera así.
Nueva York no fue siempre ese parque temático que ahora visitan los turistas. La vieja y sucia ciudad de los “años de la coca y la música disco” –que recrea la serie Vinyl–, era un mundo tan sórdido y peligroso que si Scorsese y Jagger no hubieran estado allí, nos costaría creer que fuera así. Aquellos lugares ya no existen, pero los supervivientes de la generación de las drogas, el rock y el sexo – ¡en este orden! –, gobiernan el mundo...
Si la nostalgia se ha convertido en una industria que domina el mundo de la música, el cine y la televisión, es porque aquellos que vivieron aquella época tienen la capacidad para comprar los productos que sus hijos piratean. Lo que pasa es que la nostalgia idealiza unos años, que era bastante más oscuro de lo que recordamos.
Si al gran público le ha costado identificarse con el sentido apocalíptico de la serie cancelada por la HBO, la generación que representa Garth Risk Hallberg (1978) ha hecho de aquella “Ciudad en llamas”, el escenario de la “gran novela americana”, cuya música sigue inspirando a los adolescentes actuales. Nunca han estado tan de moda, los 70.
Veo mucha televisión de aquella época, pero poco a poco, mis amigos Julio y Marimar me han ido introduciendo en el inmenso mundo de las series de culto actuales, hasta el punto de que he visto ya esta temporada, incluso antes de que se estrene en España. Quien conozca aquella década, no parará de identificar personajes. Y los que nos fascina esta ciudad, podemos ver lugares que ya no existen.
LA VIEJA Y SUCIA GRAN MANZANA
En los 70 se produce en Estados Unidos, lo que se llamó la “crisis urbana”. Es decir, la huida de las clases medias hacía las zonas residenciales que los americanos llaman “suburbios”, donde nace una nueva generación con casa y jardín. Su seguridad y limpieza, hace crecer las localidades que rodean las grandes ciudades, que se hacen más dependientes que nunca del automóvil. El centro es repoblado por gente desesperada y sin futuro, que transforma la urbe en una jungla de asfalto. Es en ese Nueva York, que vivió mi padre a principios de los 70.
En el 73, cuando comienza la acción de Vinyl, un organismo federal –llamado Law Enforcement Assistance Administratión– publicó un informe donde se recogía que en el año anterior, ciudades como Nueva York, habían sufrido cuatro millones de robos con intimidación, 145.000 violaciones y 20.000 homicidios, cuando en un barrio como Harlem, el paro entre los jóvenes afroamericanos era del 86%. Al tráfico de drogas, la segregación racial y el vandalismo, se une un galopante déficit del ayuntamiento, que obliga a despedir entre 1975 y 1976, 3400 policías, 1000 bomberos y 4000 trabajadores sanitarios. Lo que unido a la proliferación de armas semiautomáticas y la locura del regreso de Vietnam, lleva a la población urbana al borde del abismo.
Scorsese reconstruye para el piloto de la serie, el centro de artes Mercer –cuyo derrumbe no coincidió con un concierto, pero se produjo ese mismo año–; las oficinas del edificio Brill – donde estaba basada la industria musical desde los años 60–; el Madison Square Garden –para un concierto de Led Zeppelin–; el edificio del Bronx donde nació el hip-hop; o el Hotel Jane como el Oasis, un trasunto del Plato´s Retreat –el club de intercambios de parejas que había en los bajos del Ansonia–.
En el segundo episodio aparece la Silver Factory –el estudio que Warhol recubrió con papel de estaño, espejos rotos y pintura plateada–. El cuarto transforma el local de Rough Trade en Brooklyn en la tienda de discos Sam Goody e imagina los conciertos en la Academia de la Música. El sexto recrea el Hotel Chelsea, ahora en obras –donde Cohen, Nico o Dylan escribieron canciones y Sid Vicious pudo haber apuñalado a su novia en 1978– y el restaurante Max´s Kansas City –donde trabajaba la cantante de Blondie como camarera y se reunía los artistas pop con músicos entre los que surgían inesperadas colaboraciones, como la de Springsteen y Patti Smith–.
LOCURA AUTODESTRUCTIVA
“Vinyl” cuenta la historia de Richie Finestra, el responsable de una compañía de discos, que está a punto de vender su sello a la multinacional alemana Polygram. El personaje que poderosamente encarna Bobby Cannavale, es un adicto a la coca, que está al borde de romper su matrimonio, cuando la esposa que interpreta la atractiva Olivia Wilde –que se desnuda física y emocionalmente– le deja con sus hijos.
Finestra es una creación del productor Terence Winter, que trabajó con el mismo actor en “Boarwalk Empire”. Como todas las figuras de la serie, parece estar inspirado en alguien. En este caso, recuerda al director ejecutivo de la CBS, Walter Yetnikoff, que perdía el control por el uso de drogas –según recuerda Jagger–, aunque como el protagonista, tampoco era un mujeriego. Lo que hace el protagonista de “Vinyl” es destruir lo que más ama, la familia que ha creado al lado de Devon, la mujer que se ha sacrificado todo, para estar a su lado.
Todo es excesivo en esta serie, pero los 70 eran también una época de excesos, brutal, como Scorsese nunca tiene miedo de mostrar. Incluso para un medio tan poco moralista, como la televisión por cable, “Vinyl” traspasa la barrera de lo “políticamente correcto”. La visión que tiene de las mujeres, incluso el racismo de su protagonista, hace que hasta Don Draper resulte moderno y “Mad Men” casi feminista. La verdad es que los protagonistas de muchas series actuales no pueden ser más desagradables.
Hay otros elementos que te dejan perplejo en “Vinyl”, como son esos “flashbacks” en los que los actores, difuminados por la iluminación, interpretan clásicos de músicos de los 50 y 60, como Buddy Holly, Bo Didley, Otis Redding y hasta Karen Carpenter. Lo más enigmático, sin embargo, es el personaje fantasmal que acompaña a Finestra en su lado más oscuro, Ernst –sólo habla con él, aparece y desaparece misteriosamente–. Por un lado, parece que le lleva a mayores abismos de depravación, pero por otro, le acusa de que está intentando escapar de su conciencia de culpa, por haber matado a un hombre. Parece una alucinación de la droga.
EL SUEÑO SE ACABÓ
En los 70, como decía Lennon –otro de los famosos que frecuenta el Max´s Kansas City, junto a su inseparable Yoko–, “el sueño se acabó”. El momento que para mí, pone en evidencia, el espejismo de “la generación de las flores”, es cuando los Finestra han invitado a sus amigos y compañeros a una fiesta en su casa con piscina de Connecticut. En cierto momento, se hace silencio para que Devon haga un brindis. Para sorpresa de sus oyentes, ella dice que tiene una confesión que hacer. Anuncia que ella y su marido nunca estuvieron en el festival de Woodstock. Prefirieron pasar el fin de semana juntos, en la cama.
Cuando los colegas de Richie preguntan si no era verdad entonces, la historia sobre cómo vio a Pete Townshend golpear su guitarra, o el tiempo que pasó con Alvin Lee. “¿Qué queréis?”, dice Finestra, “¿qué admita que me perdí Woodstock? Perdería toda mi credibilidad, ¿no?”. Lo que hoy llamarían los jóvenes, su “postureo”, revela cómo el rock se ha convertido en una leyenda útil para el mercado capitalista. La serie te ilustra sobre cómo se compran las canciones en la radio, se falsifican las ventas, se manipulan los contratos y se crea el boom discográfico de los 70. Algo de lo que Jagger sabe algo, me parece.
Cuando Richie pasa por el Times Square de entonces, vemos que es el año de “Garganta profunda”, la película que llevó el “porno duro” a las salas comerciales. Hoy ya no encontrarán ninguno de esos cines en el centro de la ciudad. Parecería como si los turistas, las luces de neón y los espacios peatonales hubieran sido limpios por la lluvia que invocaba el protagonista de “Taxi Driver”. Desgraciadamente, la suciedad e inmundicia, la llevamos dentro. Y eso no la puede limpiar la sangre de Otro, que Aquel que murió en la cruz.
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