En Francia los protestantes han sido generadores de profundas transformaciones especialmente en dos áreas: la educación y el establecimiento de la laicidad.
Acaba de fallecer Michel Rocard, que fue primer ministro de Francia. Era un buen creyente protestante.
Rocard participó en los acontecimientos de mayo del 68; posteriormente asumió un papel fundamental en la modernización del socialismo francés, encabezando el ala moderada del PS y rompiendo con el dogmatismo; su amplitud de miras le llevó a incluir en su gobierno a cuatro ministros de centro-derecha, un ejemplo de flexibilidad y capacidad de integración.
La educación y la ecología estuvieron entre sus prioridades. En política exterior, fue un europeísta militante; su capacidad de tender puentes se probó en el difícil conflicto de Nueva Caledonia, en donde un grupo armado se levantó por la independencia; Rocard renunció a la imposición, reconoció la legitimidad de las aspiraciones de la colonia y coordinó una comisión negociadora en la que incluyó a Jacques Stewart, presidente de la Federación Protestante francesa; se ha dicho que la filiación protestante de Rocard y de una buena parte de los independentistas de Nueva Caledonia facilitó el acuerdo final.
El actual primer ministro, Valls, se define como “rocardiano” y destaca de él que siempre vivió en coherencia con sus principios. El propio Rocard reconoció que esos principios nacían de una mentalidad protestante que, en sus palabras, asienta “el derecho a pensar, a cuestionarse las cosas y a no estar de acuerdo”.
Los protestantes son una pequeña minoría en Francia, pero su influencia en la vida pública ha venido siendo muy notable. Nos recordaba Enrique Meyer que, desde la II Guerra Mundial, en casi todos los gobiernos del país ha habido algún ministro protestante –el actual es una excepción–. Otro primer ministro (no creyente, pero de mentalidad definitivamente protestante) fue Lionel Jospin, una figura ampliamente reconocida en el P. Socialista porque lo salvó en sus horas más bajas. Pero no fueron los únicos: el mismo cargo lo ocuparon otros protestantes como Waddington y Couve de Murville. Además, el protestante Doumerge fue presidente de 1924 a 1931. Ministros de gobierno protestantes fueron Louis y Pierre Joxe, André Philip, Defferre, Mexandeau o Bombard, por citar a los más conocidos; uno de los más recientes es David Douillet, ministro de Deportes, católico convertido al protestantismo.
Esta lista de políticos protestantes la inició en el s.XVI el almirante Coligny, asesinado en la matanza de S. Bartolomé, al que acompañaron muchos notables hombres de estado evangélicos. El genocidio que sufrió la comunidad protestante interrumpió su presencia en la dirección del país y expulsó a muchos al exilio (Lothar de Mazière, descendiente de hugonotes expulsados a Prusia, fue el último presidente germano-oriental que facilitó la reunificación alemana). Los protestantes participaron posteriormente en la Revolución francesa y el pastor Rabaut Saint Étienne fue presidente de la Asamblea Nacional.
Los protestantes han destacado en otras áreas de la vida pública francesa, desde la literatura a la universidad o la industria (pocos saben que Peugeot fue fundada por protestantes). Suponen un porcentaje similar al de sus hermanos en España, ¿y por qué su presencia en la política es mucho más notable?
Apuntamos varias razones: A pesar de la dura persecución sufrida, no se encerraron en sí mismos, sino siempre trabajaron por el bien de su país, incluso desde el exilio. No se han dejado invadir por el complejo de minoría. Han aplicado a la vida pública la apertura de mente que descubrieron en la Palabra de Dios. Han sido coherentes con lo que creen, como recordaba Valls con respecto a Rocard, y esto les ha otorgado un enorme capital de credibilidad; es la misma razón que explica el apoyo recogido por primeros ministros o presidentes en países en los que los protestantes son exiguas minorías, como Buzek en Polonia, Trajkovski en Macedonia o Klaus Iohannis en Rumanía.
En Francia los protestantes han sido generadores de profundas transformaciones especialmente en dos áreas: la educación y el establecimiento de la laicidad, como nos explica Jean Baubérot; es una laicidad que nada tiene que ver con el laicismo antirreligioso de la izquierda española, heredera en esto de la intolerancia católica tridentina. La laicidad que los protestantes aportaron a Francia no arrincona la fe, sino separa instituciones religiosas y poder político, al tiempo que visibiliza la fe bíblica colocándola en la arena pública como motor de cambio de mentalidades, libertad de criterio y de conciencia y progreso social. Lionel Jospin lo explica así en primera persona:
“Creo haber heredado [del protestantismo] una voluntad de estudiar seriamente los problemas para analizarlos cada uno por sí mismo, no para quedar bien con la gente, de expresar claramente mi pensamiento, no para descargar en la comunidad las responsabilidades propias, sino asumiéndolas en mis actos individuales. Por supuesto, poseo un gran amor a la libertad de decisión y poco agrado por la hipocresía, por las formas pomposas de manifestación del sentimiento religioso, o por la reverencia en política [...] En mi contexto cotidiano, protestantismo ha significado libertad, espíritu crítico, voluntad de reforma, justicia social.”
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