Los libros proféticos (XVI): Habacuc, aunque parezca que tarda, Dios siempre dará respuesta. El justo vivirá por la fe.
La Historia no se detiene y el caso del Israel antiguo no fue una excepción. Asiria no sólo no consiguió entrar en Jerusalén sino que además acabó siendo aniquilada, como profetizaron Isaías y Nahum.
Sin embargo, tras manifestaciones de la acción de Dios tan sobrecogedoras, ¿qué pasó con el reino de Judá?
Tras Ezequías, Judá pasó a ser gobernada por Manasés. Su reinado –el más dilatado de la Historia judía– se prolongó más de medio siglo y se caracterizó por la apostasía espiritual.
El templo de Jerusalén seguía recibiendo peregrinos y se celebraban las fiestas judías, pero Manasés era un rey que a la verdadera enseñanza de la Torah contrapuso la idolatría que gustaba a los habitantes del reino de Judá.
Lo que ahora se denomina con el eufemismo de “religiosidad popular” era también del agrado de los judíos de la época de Manasés. Viajaban a distintos santuarios, iban en procesión tras una imagen, rendían culto a imágenes de madera y piedra y, por supuesto, insistían en que nada de aquello era incompatible con la fe en el único Dios verdadero.
Sin embargo, para los profetas aquella conducta sólo era idolatría, una idolatría repugnante que cegaba a la nación espiritualmente y que la llevaba a la ruina. Algunas fuentes señalan que Manasés se arrepintió al final de su vida y que intentó desandar de sus pasos, pero lo cierto es que el cambio sólo tuvo visos de llevarse a cabo con su sucesor Josías.
Como ha sucedido siempre a lo largo de la Historia, la Reforma comenzó cuando se escuchó lo que decía la Biblia y se obedeció (2 Reyes 22) y en esa obediencia tuvo un papel esencial el abandonar el culto a las imágenes y a cualquier ser creado (2 Reyes 23). Como establece claramente la Biblia una y otra vez, donde se da culto a las imágenes o a otro ser que no sea el mismo Dios sólo hay una idolatría que Dios acabará castigando.
La reforma de Josías despertó en muchos la impresión de que, al fin y a la postre, Israel se iba a comportar cómo debía y que las mejores relaciones con Dios se verían restauradas. No fue así. El entusiasmo inicial pronto dejó paso a un enfriamiento y a un deseo de volver a los antiguos caminos.
Entonces volvió a sonar la voz del profeta advirtiendo de lo que se venía sobre Judá. Fue el caso de Habacuc.
A Habacuc no se le escapaba la existencia del mal, un mal relacionado con el hecho de que siempre hay potencias que tienen como dios a la fuerza (1: 11). El problema es cómo conciliar los episodios terribles de la Historia con la idea de un Dios santo cuyos ojos no pueden contemplar el mal (1: 12-3). ¿Cómo puede Dios tolerar el mal y, de manera especial, un mal que se va desencadenar sobre Su pueblo?
Atenazado por lo que veía y por las preguntas que le provocaban, Habacuc decidió esperar una respuesta de Dios (2: 1), y, efectivamente, Dios le respondió. Le respondió, primero, diciendo que, aunque parezca que tarda, Dios siempre dará respuesta a través de los profetas (2: 2: 3). En segundo lugar, enfatizó algo de enorme relevancia y es que el justo vivirá por la fe (2: 4).
No por seguir ritos, cumplir con ceremonias o pertenecer a un club religioso. El justo vivirá, pero por la fe como ya señalaba el Génesis al decir que Abraham fue justificado por creer o recordará Pablo al decir que la salvación no es por obras sino por gracia a través de la fe (Efesios 2: 8-9). El que sepa esperar tendrá respuesta y el que crea, vivirá.
Esto es importante porque Dios aborrece especialmente cinco conductas que señala con ayes. Dios aborrece el que se saquee a otros (2: 6-8); Dios aborrece el que se expolie a otras naciones (2: 9-11); Dios aborrece el que se mantenga el poder sobre la base de la violencia y del derramamiento de sangre (2: 12-14); Dios aborrece el que se emborrache a otro para aprovecharse de él (2: 15-17); y Dios aborrece el que se rinda culto a las imágenes sean estas de madera, de piedra o forradas en oro y plata, porque carecen de alma (2: 18-19) y nada tienen que ver con el único Dios verdadero.
Cualquier nación que se entrega a esas conductas, más tarde o más temprano, será objeto del juicio de Dios.
Semejante circunstancia provoca el dolor del profeta. Porque el profeta, a diferencias de otros, no se complace con el anuncio de desgracias. Le apesadumbra, desearía que tuviera lugar el arrepentimiento y llora al ver que su mensaje no es escuchado y que, por lo tanto, el castigo se desencadenará. Por eso el capítulo 3: 1-16 implica el entrelazamiento del anuncio terrible del juicio de Dios, del dolor del profeta que ve lo que se avecina y de la convicción de que Dios actúa en la Historia y lo hace de manera inexorable.
¿Y qué pasará si, finalmente, el pueblo no se arrepiente, si se niega a la conversión, si se aferra a las tradiciones religiosas empeñado en que lo protegerán del juicio de Dios, si sigue avanzando hacia su castigo y si, finalmente, el desastre se produce?
Habacuc responde con uno de los poemas más hermosos que se han escrito jamás (3: 17-19) y que se podría parafrasear de la siguiente manera:
Aunque las empresas no creen puestos de trabajo
y las perspectivas laborales sean cero;
Aunque la economía se estanque;
y no se sepa cómo llegaremos al final de mes,
Aunque se acaben los ahorros de que disponemos
y no tengamos con qué afrontar el mañana,
A pesar de todo yo me alegraré en YHVH
Y me gozaré en el Dios que me salva.
Ciertamente, el justo vive por la fe, por la fe no en una monarquía religiosa, en el poder de una imagen o en los supuestos dones derivados de un santuario sino por la fe en el único Dios verdadero.
Esa fe no es credulidad ni fanatismo. De hecho, Habacuc señala en su último versículo algo que suele pasarse por alto y es de una importancia esencial. El profeta le atribuye a Dios que le da unos pies de animal. Algunas traducciones vierten ese animal como cierva o gacela, pero no se trata de una traducción adecuada. En realidad, es una referencia al rebeco, un animal que puede colocar sus cuatro patas en poco más del espacio de una moneda y que es capaz de descender por los desfiladeros saltando de roca en roca sin caerse ni hacerse un simple arañazo.
El mensaje de Habacuc es claro. Puede que nuestra generación no se arrepienta y puede que venga el juicio. Sin embargo, incluso entonces nos gozaremos en YHVH porque mientras otros caen en el abismo intentando sortear las amenazas de la vida, mientras otros se despeñan en los desfiladeros, mientras otros se desploman en los precipicios, el Señor nos ha otorgado esos pies peculiares del rebeco que nos permitirán caminar por las cumbres sin despeñarnos y que tendrán como consecuencia que incluso los peores y más arriesgados saltos no sean mortales. A fin de cuentas, el justo vivirá por la fe.
Continuará
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