Vivimos en una sociedad donde el dolor es un tabú, el sufrimiento ofende, la depresión aburre y todo tienen que ser fotos de sonrisas y paisajes increíbles en Facebook.
Quiero que sepáis que sostengo una gran lucha por vuestro bien y por el bien de los que están en Laodicea, y de tantos que no me conocen personalmente. Quiero que lo sepáis para que cobren ánimo.
Colosenses 2:1-2
Este verano lo estoy pasando en la Colosas del siglo I. Cada semana leeré una parte de la carta de Pablo a los cristianos de esa ciudad e intentaré entender qué dice allí que, en amor, es aplicable a nuestro contexto. Si queréis acompañarme, podemos comentar el viaje en Twitter y Facebook a través de #VeranoEnColosas.
Leía Colosenses 2 para el artículo de esta semana, y aunque me sentía llamada a escribir sobre el engaño que nos aparta de la libertad en Cristo, los dos primeros versículos han comenzado a brillar, como a centellear con chispitas, y atraían constantemente mi atención, aunque yo pensaba dejarlos pasar de largo. Supongo que esa sensación os resultará familiar.
La razón por la que me ha llamado la atención es porque me he dado cuenta de que yo no tengo esa misma libertad de Pablo de decir abiertamente que, aunque no cedo en mi alegría, estoy luchando y sufriendo.
Las superestrellas del mundo evangélico siempre suben videos y se sacan fotos sonriendo, y estoy segura de que muy a menudo en su vida lo pasan mal. Nunca publican videos en medio del momento en que solo te apetece encerrarte en tu cuarto a orar a oscuras. Supongo que eso se nos ha pegado de nuestra cultura, porque vivimos en este mundo, en esta sociedad, donde el dolor es un tabú, el sufrimiento ofende, la depresión aburre y todo tienen que ser fotos de sonrisas y paisajes increíbles en Facebook.
Sin embargo, en contraste con todo eso, Pablo explica que está peleando por ellos, por los colosenses que no conoce, por llevar lo más lejos posible el mensaje de Cristo, y por llevarlo en plena calidad, sin contaminaciones ni añadidos. No se para a detallar cuál es su lucha, pero no sería raro pensar que parte de ella tiene que ver con lo que dice un poco antes, en el 1:24: “Ahora me alegro en medio de mis sufrimientos por vosotros”. Pablo está bajo arresto domiciliario en Roma, esperando el juicio por predicar el evangelio. Quizá su lucha sea mantener el ánimo, la concentración y la actividad en medio de una incertidumbre que proyectaba una alargada sombra de muerte sobre Pablo. La tarea de Pablo bajo arresto ya estaba lejos de su época de gran misionero itinerante por todo el Mediterráneo, de aquella primera línea de la Gran Comisión: ahora se limitaba a ponerse al día de lo que pasaba en las iglesias, según le iban contando los que le visitaban, y seguramente aprovecharía para escribir cartas, recomendaciones y pasar a limpio (quizá a escrito por primera vez) su gran corpus de enseñanza. Y no es raro pensar que en todo esto le ayudaba su amado discípulo Timoteo, al que cita en la salutatio de la carta en un lugar de honor.
Pablo dice que sufre, y a la vez que se alegra. Dice que lucha, pero que lo hace para que sus hermanos cobren ánimo. Esta aparente contradicción solo la entenderán lo que de verdad conocen al Señor; para el resto es algo imposible. Pero muchos hemos vivido esta paradoja en nuestras vidas en multitud de ocasiones.
A diferencia de las filosofías engañosas de hoy en día, del “pensamiento positivo” y demás vanidades, nuestro Dios y Padre permite y acepta nuestro desánimo, nuestra frustración y decaimiento, aun a pesar de que tenemos todas las razones del mundo (y también las del mundo venidero) para sumergirnos en la mayor alegría de todas y quedarnos ahí. Que no se nos olvide a Jesús llorando frente a la tumba de un Lázaro que está a punto de resucitar. Ese es nuestro Señor, el que se pone al lado de sus amigas y llora hombro con hombro con ellas en vez de mandarlas callar porque su pena no está justificada.
Nuestra esperanza no flaquea; nuestras promesas siguen intactas. Nuestro futuro está sellado con Cristo. Aun así, Dios sabe que, al igual que experimentó Pablo, los que andan en sus caminos la mayor parte de las veces lo hacen desde la lucha y el sufrimiento. Al fin y al cabo, nuestro trabajo es ser embajadores de un reino de los cielos que se abre camino a través del pecado y la corrupción profunda de este mundo. Fácil no es.
Al leer estos versículos caía en la cuenta de que todos, absolutamente todos los cristianos que he conocido a lo largo de mi vida que han vivido (y viven) en el verdadero evangelio han pasado por esta lucha y este sufrimiento; y realmente es como dice la misma Palabra: es algo que debemos esperar. Habrá momentos en que seguir al Señor supondrá pelearte con gente, desoír cierta clase de “consejos”, incluso llevarle la contraria a tu propio sentido común. Supondrá llegar a pensar que te has equivocado de lleno con toda tu vida y tus decisiones y tener que volver a hacer el viaje de vuelta hacia la fe y la confianza en los caminos del Padre. Por eso hay que desconfiar del que dice que su vida cristiana es muy monótona. Lo más seguro es que no esté viviendo el evangelio verdadero, sino alguna falsificación de mercadillo y nos la esté intentando colar.
El reino de Dios en esta tierra tiene esas consecuencias: pura lucha, puro sufrimiento y pura alegría. Todo junto. ¿Cómo es posible que los colosenses cobren ánimo de que Pablo sufra? ¿Cómo es posible que yo tome aliento de las dificultades de los misioneros, pastores y líderes? No lo sé muy bien; pero el versículo 2 continúa diciendo que, de alguna manera, tener esta convicción te acerca más a Cristo.
Lo que más me sorprende de este versículo es la sencillez y honestidad con que Pablo reconoce que no está del todo bien de ánimo. Como decía antes, no hay nada más cargante que ese rollo moderno del pensamiento positivo, ese obligarte constantemente a que todo sea alegre, rosa, lleno de flores y filtros vintage de Instagram. Incluso como cristianos caemos en ese bucle sin querer. Yo creo que la vida de cualquiera que tenga a Cristo es mil veces mejor que la de cualquiera que no lo tenga. No se puede ni comparar. Pero soy muy consciente de que una gran parte de la gracia de Dios en mí es dejar que me queje cuando lo necesito.
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