Igual que en el pasado, también hoy en día la oración, la protesta y el cambio de estilo de vida pueden acelerar los cambios en las políticas gubernamentales.
‘La creación aguarda con ansiedad la revelación de los hijos de Dios’ (Rom 8:19)
A finales de septiembre los líderes mundiales se reunieron en Nueva York para adoptar los ‘Objetivos Globales’, afirmando así su compromiso por un mundo mejor, libre de pobreza, con un medio ambiente restaurado, paz e igualdad.
Sin embargo pocos líderes parecían dispuestos a enfrentarse a la magnitud de los cambios que estos ambiguos objetivos requieren para ser cumplidos. Como cristianos ¿estamos interesados en ellos? ¿Y estamos dispuestos a llenar ese vacío?
Avances significativos
La humanidad ha progresado enormemente en los últimos 25 años. El número de personas que viven en la extrema pobreza ha caído a la mitad, el número de mujeres que mueren en el parto en regiones clave se ha reducido en dos tercios y hemos superado importantes hitos en la lucha contra el sarampión, la malaria, el VIH y multitud de enfermedades tropicales. La próxima generación tiene unas expectativas muchísimo mejores que en el pasado; por ejemplo, más niños que nunca tienen la posibilidad de completar su educación y las niñas en particular han experimentado una constante mejora en su acceso a la escolarización.
En general hemos logrado avanzar de una manera significativa, sin precedentes en la historia.
Crisis inminente
Pero el trabajo no está terminado. Mil millones de personas, sobre todo mujeres, siguen atrapadas en la pobreza extrema, muchas de ellas políticamente marginadas o residentes en las áreas de conflicto del mundo o en estados fallidos. Aún más, quienes siguen debatiéndose en la pobreza son quienes están expuestos a los mayores riesgos derivados de los crecientes daños a los sistemas que sustentan la vida en el planeta Tierra.
Con el creciente consumo humano de los recursos naturales de la tierra estamos poniendo una presión cada vez mayor sobre los ecosistemas que soportan la vida. Según el Centro de Resiliencia de Estocolmo ya hemos superado límites clave en cuatro áreas esenciales para el mantenimiento de un medioambiente saludable (integridad de la biosfera, ciclos biogeoquímicos, cambio climático y cambios en el sistema de explotación de tierras.)
Esto supone un incremento dramático del riesgo de que ‘las actividades humanas podrían, sin darse cuenta, llevar al Sistema terrestre’ a un estado mucho menos hospitalario, dañando así los esfuerzos de reducción de la pobreza y llevando a un deterioro del bienestar humano en muchas partes del mundo.’ Ya en la actualidad, más de mil millones de personas viven en cuencas hidrográficas en las que el uso del agua supera los límites sostenibles y muchos de los ríos más conocidos del mundo como el Colorado, el Indus y el Amarillo ya no llegan al mar. Según informan iglesias y personas que trabajan en el desarrollo uno de los resultados es que la vida se está haciendo más difícil para los pobres, como en los casos de embalses que se están secando en Brasil y las lluvias monzónicas que se van haciendo cada vez más erráticas, afectando a los agricultores del Nepal.
La Consulta de Lausana de Jamaica en 2012 llegó a la conclusión de que ‘nos enfrentamos a una crisis [medioambiental] apremiante, urgente y que tiene que ser resuelta en nuestra generación’. En un reciente trabajo para Tearfund, Alex Evans y un servidor usábamos las palabras de Charles Dickens para describir nuestra época actual: ‘Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, era la era de la sabiduría, era la era de la insensatez, era la época de la fe, era la época de la increencia, era la estación de la Luz, era la estación de las Tinieblas.’
A pesar de todo lo logrado en las últimas décadas, si seguimos más o menos como hasta ahora corremos el riesgo de que los sistemas que sostienen la vida en la Tierra se colapsen provocando un aumento de conflictos, la fragmentación de sociedades y una marcha atrás en todo lo alcanzado.
¿Cómo nos ayuda nuestra teología?
Las Escrituras nos presentan una visión holística del conjunto de la creación. La esperanza del evangelio va más allá de nuestra expectación personal de salvación y restauración en el cielo con Dios tras la muerte: es la esperanza de la restauración de todas las cosas. Creemos, como dice Tom Wright, que hemos sido llamados a ser colaboradores de Dios (1 Cor 3:9) en la renovación y restauración de todas las cosas (Mat 19:28), de las que nosotros, habiendo sido salvados y hechos nuevos en Cristo (2 Cor 5:17) somos un anticipo de lo que Dios quiere hacer con la creación entera. Esperamos con impaciencia el tiempo del alumbramiento de un nuevo mundo por el viejo (Rom 8; Ap 22) y mientras tanto rogamos y vivimos venga tu Reino.
En palabras de Chris Wright:
‘El evangelio no es simplemente “yo y mi salvación”, es decir, un medio para que yo pueda ir al cielo cuando muera… el evangelio es la historia completa de lo que Dios ha hecho para tomar la creación, rota y fracturada por el pecado y la rebelión, y llevarla a la unidad y plenitud y redención en el Señor Jesucristo.’
En el principio vemos a la creación caracterizada por el shalom, una palabra que significa mucho más que paz y que incluye ideas de integridad, plenitud, equilibrio, sanidad, bienestar, tranquilidad, prosperidad, seguridad y justicia. El Shalom queda roto por el pecado y la rebelión humanas y es restaurado por medio de la muerte y resurrección de Jesús, aunque aún no está plenamente revelado en el mundo. Esta restauración del shalom es lo que esperamos y para lo que trabajamos. Como dicen las últimas palabras del Credo Niceno: ‘esperamos… la vida del mundo venidero’.
¿Qué significa esto en términos económicos?
Evans y un servidor argumentamos que el sistema del Jubileo del Antiguo Testamento ofrece un atisbo de cómo sería en términos económicos el resultado del shalom. Esto es lo que llamamos ‘la economía restaurativa’. Se trata de un modelo económico en el que todos somos empoderados para participar como productores creativos en vez de como simples consumidores pasivos, en el que trabajamos junto con la naturaleza siguiendo el propósito original para Adam ‘en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara’ (Gen 2:15) y sobre todo en el que respetamos la imagen de Dios en los demás seres humanos.
Una economía así tendría tres características:
1. Se mantendría dentro de los límites medioambientales. Chris Wright ha escrito: ‘Las leyes del Jubileo de Israel regulaban la propiedad y el uso de la tierra por parte de los israelitas para que fuera sostenible y para que pudiera haber shalom en la comunidad’; por ejemplo, cada séptimo año era un año de sabbat, un tiempo de ‘reposo en honor al Señor’ (Lev 25:4) que le permitía a la tierra recuperar su fertilidad. Los Jubileos eran una cuestión de ‘suficiencia, reconocimiento de límites y la necesidad de descanso para la creación de Dios’.
2. Salvaguardaría la capacidad de todos para cubrir sus necesidades básicas, incluida nuestra necesidad fundamental de relacionarnos. Los sabbats semanales y de un año cada siete, por ejemplo, garantizaban un ritmo iinstitucional nacional de trabajo y descanso que dejaba tiempo para las relaciones y la vida comunitaria. Es más, los israelitas tenían prohibido aprovecharse de los pobres subiendo los precios de los bienes básicos o prestando a un interés alto. Las instrucciones para los agricultores eran: ‘no seguéis hasta el último rincón de vuestros campos… dejadlo para los pobres’ (Lev 19:9-10) y una parte del diezmo era también reservada para ‘los extranjeros, los huérfanos y las viudas’ (Deut 14:28, 29). Sobre todo, si se seguían estas normas, dice el Deuteronomio que ‘entre ustedes no deberá haber pobres’ (Deut 15:4).
3. Mantendría la desigualdad dentro de unos límites razonables. Bajo el sistema del jubileo la propiedad de la tierra se restablecía cada 50 años a su distribución per cápita inicial. En el contexto agrario de la época la tierra era también el principal depósito de riqueza y el restablecimiento de su distribución funcionaba de una manera más general como una forma de recomenzar la distribución de la riqueza, previniendo así el incremento de la desigualdad económica a lo largo de las generaciones. Esto proporcionaba igualdad de oportunidades. Cada 50 años cada familia podía tener la oportunidad de empezar de nuevo, libres de deudas y como propietarios de sus propias tierras.
El sistema del Jubileo nos ofrece un modelo para la actualidad. Si bien es cierto que los mercados y el comercio son importantes, y mucho, para la reducción de la pobreza, los principios del Jubileo garantizan que el bienestar humano y la integridad de la creación no queden a merced de esos mercados. Necesitamos urgentemente encontrar formas modernas de expresión de estos principios en el funcionamiento de nuestra sociedad y en las leyes que regulan nuestra economía.
El cambio comienza por nosotros
¿Cómo podemos hacerlo? Muchos de nosotros ya damos dinero a organizaciones que luchan contra la pobreza, o contra la degradación medioambiental, o la desigualdad o los abusos de poder. Sin embargo, la superación de estos problemas exige cambios en nuestros estilos de vida, además de en el uso de nuestro dinero, y cambios en las políticas que siguen nuestros gobiernos.
La clases de cambios de políticas necesarios se han planteado claramente en varios lugares, pero la historia nos enseña que para convencer a los gobiernos de que adopten grandes cambios sistémicos es necesario que haya un profundo cambio en los valores de la sociedad. En otras palabras, el cambio empieza por nosotros y nuestros estilos de vida y depende de la creación de un entusiasta movimiento a favor del cambio y no simplemente de profesionales que hagan presión entre bastidores.
Frente a la magnitud de los desafíos arriba descritos nuestras acciones individuales pueden parecer insignificantes, pero el reto al que nos enfrentamos en la actualidad difiere poco del reto al que se enfrentaron los activistas cristianos que cambiaron las actitudes hacia la esclavitud, los derechos civiles, el derecho de las mujeres al voto y a la educación, el perdón de la deuda a los países pobres y muchos otros asuntos.
Los cristianos han sobresalido en la defensa de la necesidad moral del cambio porque tenemos en las Escrituras un rico tesoro de valores al que acudir. La historia nos enseña que a menudo son los argumentos morales los que persuaden a la gente para cambiar de actitud. La esclavitud, el trabajo infantil, el perdón de la deuda: todas estas cuestiones se ven ahora desde una perspectiva moral más que económica.
Entonces ¿qué podemos hacer?
Podemos usar nuestro poder como votantes, ciudadanos y consumidores. Los políticos responderán si ‘hay una masa crítica que eleve la voz y manifieste valores superiores de una forma visible’. De manera similar nuestras decisiones de consumo e inversión pueden ejemplificar los argumentos morales en pro del cambio.
Podemos protestar. En el pasado los cristianos han sido maestros de la protesta profética y del teatro político. En el pasado en EE.UU. el Revdo. Martin Luther King y el movimiento por los derechos civiles usaban todo un abanico de tácticas de protesta como las sentadas, los boicots y las marchas por la libertad ancladas en el primer punto de las tarjetas de compromiso de los miembros: meditar diariamente en las enseñanzas y la vida de Jesús’.
En la campaña del Jubileo del año 2000 por la cancelación de la deuda de los países más pobres se usaron cadenas humanas que rodearon las cumbres del G8 para simbolizar las cadenas de la deuda con las que cargaban las sociedades pobres. También de una manera más lúdica le dieron al César lo que era del César enviando monedas de una libra esterlina al Ministerio de Hacienda británico para ayudar a pagar la deuda, junto con un mensaje pidiendo la cancelación de la misma; esto causó consternación y un montón de trabajo en el Ministerio, seguido de la cancelación de la deuda que se pedía.
Podemos cambiar cómo respondemos a la pobreza, quebrantamiento y problemas medioambientales en nuestra propia vida. Thabo Makgoba hace notar que ya en 1978 la Conferencia de Lambeth de la Comunión Anglicana lanzó un desafío a ‘renovar [tu] estilo de vida y usar los recursos del mundo para que el servicio al bienestar de toda la familia tome precedencia sobre el disfrute autocomplaciente de la propia abundancia.’ De conformidad con esto podemos vivir más sencillamente, manteniéndonos dentro de los límites de los recursos que nos corresponden y respondiendo a la pobreza con una generosidad radical.
Y finalmente podemos orar. A lo largo de la historia las comunidades orantes de discípulos han tenido una repercusión sobre la sociedad mucho mayor de lo que podían pedir o imaginar.
También hoy en día la oración, la protesta y el cambio de estilo de vida pueden acelerar los cambios en las políticas gubernamentales y darle a la humanidad una oportunidad de alcanzar las nobles ambiciones de los Objetivos Globales: poner fin a la pobreza en el mundo, salvaguardar nuestro planeta y promover la paz y la igualdad. Esto nos ofrece un pequeño atisbo de la ‘vida del mundo venidero’ que esperamos.
Si deseas saber más sobre el trabajo de Tearfund para ayudar a que la Economía Restaurativa se haga realidad puedes ponerte en contacto con nosotros en [email protected].
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