La benevolencia de Dios condena sin paliativos la transgresión y la carga sobre el Justo, para que los transgresores puedan ser libres de ella.
Una de las cuestiones que no tienen solución desde el punto de vista penal es cómo ejercer benevolencia hacia un transgresor sin quebrantar la justicia. En estos últimos años asistimos en España a la puesta en libertad de criminales, con una amplia trayectoria terrorista a sus espaldas, que campan a sus anchas por las mismas calles que un día regaron de sangre con sus bombas y pistolas. Se ha ejercido hacia ellos benevolencia, pero es a costa de la justicia. En el caso de que se aplicara la justicia no habría sitio para la benevolencia. Es decir, benevolencia y justicia, a la vez, son incompatibles.
Cuando se traslada esta desavenencia entre benevolencia y justicia a nuestra relación con Dios, se plantea la cuestión de si él tendrá solución para la misma, ya que de no tenerla sucederá uno de estos dos extremos: O no habrá remedio para nosotros, porque la justicia de Dios nos condenará irremediablemente, o Dios tendrá que saltarse su propia norma de justicia para ejercer benevolencia, con lo cual actuará injustamente y se contradecirá a sí mismo. Pero antes de dilucidar si hay solución verdadera a la cuestión, veamos las falsas soluciones al dilema.
La auto-justificación es el método más socorrido y del que universalmente echamos mano para descargarnos de toda responsabilidad. Pero a todas luces se trata de una justificación falsa, porque el interesado se convierte en juez y parte y al faltar el elemento de imparcialidad y neutralidad, necesariamente el procedimiento está viciado desde su origen. Por tanto, la resolución del caso siempre será favorable, ya que nadie quiere perjudicarse a sí mismo. La auto-justificación está arraigada en la naturaleza humana y desde el principio podemos notar su presencia. Fue la vía de escape que Adán buscó cuando Dios le pidió cuentas por lo que había hechoi. No es que negara el acto, pero encontró una manera de rebajar su responsabilidad, una eximente que anulara su culpabilidad. El hijo de Adán, Caín, fue más lejos que su padre en este mecanismo de auto-justificación, al no contentarse con buscar paliativos a su crimen, sino al negarlo abiertamente.ii
Otro método de justificación, pero falso igualmente, es procurar que otros den por buena mi conducta. Es decir, se buscan cómplices que me den la razón y de esta manera me sirvan para fortalecer mi posición. El auto-justificado necesita la justificación de otros y cuantos más sean, mejor. Pero de nuevo estamos aquí ante un mecanismo similar, ya que el auto-justificado recibe justificación de los que se auto-justifican a sí mismos. El transgresor recibe benevolencia de los transgresores. Es lo que dice la antigua máxima: ‘Los que dejan la ley alaban a los impíos.’iii Es decir, los que abandonan la norma de justicia se convierten en amigos de los malvados. El caso de Miley Cyrus (la antigua Hannah Montana) sería ilustrativo de esta verdad, ya que al renegar de su fe ha tomado como modelo de su vida a Madonna.
Esa necesaria complicidad entre auto-justificados es la que el apóstol Pablo señala que existe en cualquier sociedad humana decadente, al hablar de la mutua complacencia que ejercen entre sí quienes viven perversamenteiv. Es como un baluarte, una cerrada defensa, representada por el respaldo que recíprocamente se prestan los que andan de manera torcida.
Pero frente a estas falsas justificaciones, que sólo agravan aún más la condición de quienes se sirven de ellas, se encuentra la verdadera justificación, que no viene, por supuesto, ni de uno mismo ni de los demás. Viene de Dios y está expresada en la antigua declaración que dice: ‘Por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos.’v Lo primero que se advierte en ese texto es que quien va a efectuar la justificación es justo. Esto es, esa justificación no es a costa de la justicia sino de acuerdo totalmente con ella y todo el procedimiento es conforma a derecho. En segundo lugar, la justificación procede del conocimiento de ese Justo por excelencia. Un conocimiento de su persona y de su obra, como el que tuvo aquel condenado que estaba en la cruz al lado del Justo, cuando exclamó: ‘Acuérdate de mí, cuando vengas en tu reino.’vi Este condenado se auto-inculpóvii, no se auto-justificó, y además reconoció que aquel que estaba junto a él en la cruz era alguien singular, con poder para salvar y facultad para reinar. El ojo de la fe discernió verdades que el ojo físico no podía captar. En tercer lugar, ese Justo lleva las iniquidades de los culpables, asumiendo la responsabilidad que ellos tienen y las consecuencias que se desprenden. Sufre el castigo en lugar de ellos y carga con sus culpas. Es así como la justicia es vindicada y la ley satisfecha, a la vez que se ejerce benevolencia y perdón hacia el transgresor.
La justificación del pecador no es justificación de su pecado. Equivocarse en esto es letal. La benevolencia humana empequeñece la transgresión para justificar al transgresor. Por eso tal benevolencia nace ya contaminada. La benevolencia de Dios condena sin paliativos la transgresión y la carga sobre el Justo, para que los transgresores puedan ser libres de ella. Eso es el evangelio. La única respuesta a la máxima necesidad humana.
i Génesis 3:12
ii Génesis 4:9
iii Proverbios 28:4
iv Romanos 1:32
v Isaías 53:11
vi Lucas 23:42
vii Lucas 23:41
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