La vejez es un tabú. Algo de lo que nadie habla y a todos nos molesta. Es como si los ancianos estuvieran mejor escondidos, donde nadie los vea, porque rodeados de imágenes de cuerpos jóvenes, parece que el tiempo no pasa. En la devastadora Amor, el director austriaco Michael Haneke, nos presenta el físico octogenario de Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva, para mostrarnos, como en un espejo, la realidad de la que todos queremos huir: nos hacemos viejos.
“En este mundo, nada se puede dar por seguro, excepto la muerte y los impuestos” –decía Benjamín Franklin–. Lo segundo, hay quien lo intenta evitar, huyendo a un paraíso fiscal, pero de lo primero no podemos escapar, por muchas operaciones que nos hagamos, o más nos esforcemos intentando mantener una vida sana. Si es algo tan inevitable, ¿por qué nos da tanto miedo? Porque no tenemos control sobre ello.
Cuando la hija –que interpreta Isabelle Huppert–, le pregunta a su padre qué va a pasar ahora –que su madre ha tenido un ictus–, no puede aceptar que “empeorará, hasta que todo haya acabado”.
Vivimos en un tiempo en que todo parece tener solución. Da igual el problema, pensamos que con suficiente tiempo y atención especializada, todo se puede resolver. La vida nos enseña, sin embargo, que hay cosas que no se pueden arreglar.
LA MÚSICA SE ACABA
Georges y Anna son un matrimonio mayor, que vive encerrado en un piso de París, los últimos años de su vida. Al principio salían a conciertos. La película arranca en un patio de butacas, ocupado por espectadores expectantes. Los vemos desde el escenario, donde un antiguo alumno suyo va a dar un concierto de piano –Alexandre Tharaud haciendo de si mismo–. Como en los
Impromptu de Schubert, la música siempre se interrumpe. Hasta los créditos del film son en silencio. Ya que Haneke lo tituló al principio
La música acaba.
Amor es probablemente la obra más personal de este cineasta austriaco. La patética descripción que Georges hace del funeral donde ha estado, es el de su propio padre. El ambiente de la música lo conoce tan bien, porque su padrastro era compositor. El decorado está basado en la casa en que se crió en Viena. El relato que cuenta sobre su experiencia en el campamento, le pasó al mismo Haneke. Tenía una tía de noventa años, cuya salud también se deterioró. Trató de matarse con pastillas, pero la encontraron a tiempo. Lo logró, mientras el director estaba en el festival de Cannes.
Allí recibió la Palma de Oro –la segunda ya, después de
La cinta blanca (2009)–. La Academia del Cine Europea le dio sus cuatro principales galardones a
Amor, como mejor film, mejor director, mejor actor y mejor actriz. Ganó el Globo de Oro a la mejor película extranjera y es candidata a los Oscar por las cinco categorías principales, a pesar de estar hablada en francés y subtitulada en inglés –un hito en la Historia de los Oscar–.
UNA MUERTE ANUNCIADA
La película es un largo flash-back, en torno a una muerte anunciada. Tras el silencio de los créditos, irrumpe el sonido de los bomberos, al forzar la puerta de la casa, que el matrimonio encuentra abierta al volver del concierto. La amenaza invisible da lugar a la rutina del desayuno al día siguiente, en una esquina de la cocina. Cuando él descubre que el salero está vacío, se levanta para llenarlo, mientras continúa hablando. Al volver a la mesa, ella está como congelada. No se mueve, ni reacciona cuando pasa la mano delante de sus ojos, o le pone un trapo mojado sobre la cara.
Cuando Georges se viste, para buscar ayuda, deja el grifo abierto. De repente el agua deja de sonar. Anna ha vuelto a la normalidad, pero no se acuerda de nada. Lo único extraño es que al echar el té, no se da cuenta dónde está la taza. Son los síntomas de un ictus, que muchos conocemos –mi padre tuvo uno en el púlpito, antes de morir del corazón–. Cuando los volvemos a ver juntos, ella está en una silla de ruedas, paralizada de medio cuerpo –como está ahora mi suegra–. Uno reconoce a continuación, la reacción de su hija, frustrada y molesta por una situación con la que no había contado.
La soledad del paciente, no viene aquí por falta de ayuda, sino por la incomprensión e incomodidad que produce en todos los que le rodean. Cualquiera que haya estado enfermo, sabe además lo molesto que pueden ser ciertas visitas. Muchos comentarios bien intencionados, no sólo carecen de lógica, sino que no muestran la menor sensibilidad con la persona que está sufriendo.
Se comprende así la reclusión progresiva del enfermo y los que le cuidan –como la pareja del film–, que no aguantan ya a nadie, “más que en pequeñas dosis” –como ella dice de su yerno–.
UNA HISTORIA DURA
Muchas películas de televisión hablan de la enfermedad y la muerte –en España se suelen poner a primera hora de la tarde, justo después de comer–, pero siempre de un modo tan sentimental, que nadie se reconoce en ellas.
En Amor no hay embellecimiento alguno. Nos muestra las tareas cotidianas que implica ayudar a una persona anciana, casi paralizada, para poder lavarse, hacer sus necesidades o ingerir alimentos. No es una recreación en su dimensión más sórdida, sino con una profunda humanidad, llena de respeto por alguien cuyo cuerpo ya no le responde.
Lo poderoso del film de Haneke, es que
esta historia de amor no es un cuadro idealista del ser querido que no pierde nunca la paciencia. En una de las escenas más duras de la película, llega a abofetear a la enferma. Hay amor, pero también ira. Igual que él no ha sido el marido entregado, que podría haber sido. Se sugiere que ha tenido relación con una amiga, sobre la que ella le pregunta y él responde irritado. Hay ternura, pero no el romanticismo de un “amor al atardecer”. Su acto final no está libre por lo tanto de juicio, sino que ha de ser cuestionado moralmente.
¿Es la muerte la liberación del dolor?, ¿o el alivio egoísta del que vive pendiente de un enfermo? “La vejez no es para gallinas”, dijo Bette Davies –bueno, “mariquitas”, literalmente–. Ver la crueldad con la que el tiempo ha tratado al legendario galán de
Un hombre y una mujer (1966) –ahora con 82 años–y a la hermosa protagonista de
Hiroshima Mon Amour (1959) –85 ya–, nos habla de la transitoriedad de una vida, que no puede estar basada en apariencias externas. El peso y la seriedad de este drama incomparable nos lleva a meditar sobre el sentido de la vida misma.
¿ES LA MUERTE EL FIN?
Esta pieza de cámara nos presenta con dolorosa intensidad una realidad sobre la que debemos reflexionar. Ese es el propósito de la frialdad con la que el creador nos presenta a estos personajes perplejos, sin rastro del Autor que da sentido a su vida. ¿Es su gélido mensaje, que el amor no es una consolación ante la realidad de la muerte? O todo lo contrario, ¿que el amor da sentido a todo, aunque al final no lo haga más soportable?
Amor nos lleva a pensar sobre la muerte y cómo nos enfrentamos a ella. ¿Es un paso a otro mundo?, ¿o un oscuro descenso a la nada? ¿La abrazamos como una amiga?, ¿o luchamos valientemente con ella? El valor, ¿es rendirse?, ¿o resistirla? No queremos pensar en ello. El tiempo pasa, pero como dice Simona de Beauvoir, “cuando miramos la imagen de nuestro propio futuro, que nos da el anciano, no nos lo creemos: una absurda voz interior nos susurra que eso no nos pasará nunca –cuándo ocurra, ya no será a nosotros, a los que les pase–“.
Es el argumento del que dice que no teme a la muerte, porque no estará allí cuando le ocurra. Pensamos, como Paul Valery, que “la muerte sólo sucede a los demás”. ¿Por qué preocuparse de algo de lo que no serás consciente? La cuestión es cómo puedes saber eso. La vida eterna no es sólo un consuelo para el que ha sufrido mucho en este mundo y desea una vida mejor. La nada es también un deseo, para aquel que no quiere enfrentarse con el fracaso de su existencia y los errores que ha cometido.
AMOR AL FINAL
Las historias de amor se suelen centrar en el emocionante periodo del comienzo de una relación. Es el gozo de descubrir a una persona, con la que quieres compartir tu vida. El amor que nos une, lo pone a prueba el tiempo. Cuando vemos el cuidado de Georges, nos preguntamos, ¿seré yo capaz de mostrar la misma noble actitud? No es fácil ser generoso. Si soy sincero, dudo hasta dónde puede llegar mi amor.
El Evangelio nos muestra, sin embargo, un amor que nunca falla. Ha estado allí desde el principio –“Dios es amor” (1 Juan 4:8) – y nunca nos dejará. “En esto consiste el amor: No en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros” (v. 10a). ¿Cómo? “En esto se mostró el amor de Dios para nosotros, en que Dios envió a su único Hijo al mundo, para que vivamos por él (v. 9). Su amor vence al mal, cuando lo envía “en propiciación por nuestros pecados” (v. 10b), a morir en la cruz.
Si Dios nos ha amado tanto, ¿no puede ser que llegue el momento que le decepcionemos tanto que deje ya de amarnos? O por lo menos, no de la misma manera. ¿Cómo sabemos que Dios nos seguirá amando? “Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios y Dios en él” (v. 16b). No nos dejará de amar, porque nunca ha empezado a hacerlo. Siempre lo ha hecho. Su amor es eterno.
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