No es de extrañar que tantos ciudadanos del mundo hoy estén de espaldas a los discursos religiosos. Quizás es que no ven en ellos la coherencia necesaria.
¿Por qué hay tantas ocasiones en la sociedad actual en la que se cuestionan los discursos religiosos o, en su caso, a los pastores de la iglesia como si fueran simples profesionales de la religión que en tantos ambientes suelen causar rechazo? Se podría ser no creyente y, sin embargo, reconocer el trabajo de los líderes religiosos y de su discurso. ¿Qué es lo que pasa? ¿Es sólo culpa de una sociedad secularizada que tiene alergia a lo religioso? ¿Puede haber otras causas?
Nos deberíamos preguntar si la sociedad en general cuestiona los discursos religiosos por su increencia, si la pasividad e indiferencia ante ellos es la causa de sectores agnósticos o ateos que se dan en el mundo en el que vivimos, en nuestro aquí y nuestro ahora. ¿Se puede afirmar categóricamente que toda la culpa de esta indiferencia y cuestionamiento es sólo del receptor, de ese ciudadano que mira para otro lado ante las arengas religiosas o ante sus sacerdotes o pastores?
Analicemos. Es posible que la indiferencia, rechazo o cuestionamiento de estos discursos sea porque se quedan en el plano de lo teórico, en el ámbito de lo abstracto, en la orientación hacia la metahistoria, en el ofrecimiento de una salvación que nos orienta a mirar sólo hacia arriba sin que se den en estos discursos una llamada al compromiso con el hombre, con el prójimo, con la sociedad y la cultura en la que estamos envueltos.
¿Será que estamos transmitiendo un evangelio no inculturado, no arraigado en el compromiso con los débiles y necesitados del mundo? ¿Se pararían los ciudadanos secularizados ante el discurso religioso si hubiera una gran coherencia entre la doctrina y la práctica de los mandamientos y valores del Reino?
Dicen que una vez, un alcalde de Madrid, Tierno Galván, ese viejo profesor que ganó tanta simpatía de muchos madrileños, se reunió con una representación de los evangélicos de Madrid. No sé si este alcalde conocería bien la vida de los evangélicos en esta Villa y Corte. Lo curioso es que lo primero que les preguntó fue esto: “¿Qué hacéis además de reuniros?”. Al viejo profesor, quizás agnóstico, no le interesaba tanto el discurso religioso, sus principios evangélicos, como la práctica y el compromiso con la sociedad y con el prójimo de aquellos que decían ser cristianos.
Por eso, no es de extrañar que tantos ciudadanos del mundo hoy estén de espaldas a los discursos religiosos. Quizás es que no ven en ellos la coherencia necesaria. Ya sé que muchos me vais a decir que sí se hacen cosas en el ámbito social y cultural, pero, quizás, no lo suficiente para que vean tanto el discurso religioso como los profesionales de la religión con total coherencia entre lo que dicen y lo que hacen. ¿Qué hacemos además de orar, alabar, reunirnos, ofrendar? ¿Unimos todo esto a la búsqueda de la justicia, a la denuncia social, al trabajo por los más necesitados de ayuda, al compartir y dar ejemplo de solidaridad, de estilos de vida y de prioridades?
No sólo el discurso religioso se debe dar en abstracto y como doctrina consoladora y prometedora de la vida eterna, que es importante, sino que debe estar inculturado en la vida de los hombres y acorde a atajar las necesidades de la sociedad actual, del hombre de hoy en su aquí y su ahora, como hicieron los profetas.
No, no. El hombre no va a dar crédito al discurso religioso si no está avalado por los hechos. Se podría decir que, necesariamente, la verdad se da también en la acción, en el compromiso. Cuando no hay acción ni compromiso, quizás es que tampoco hemos contactado con la auténtica verdad. Esa verdad que es Jesús y que dice la escritura que nos hace libres.
Sí, sí. Ya sé de la importancia de la palabra, de la Palabra, del Verbo, de la proclamación y de la predicación. Pero es inconcebible que todo esto no nos motive a la acción comprometida con el mundo hasta llegar al equilibrio entre Palabra y Acción. No, no. Tampoco me digáis que hay discursos religiosos preciosos aunque éstos se den de espaldas al dolor de los hombres. No. No es cristianamente posible. Recordad la parábola del Buen Samaritano en donde religiosos y conocedores de la ley dieron más importancia al ritual que a la práctica de la misericordia y Jesús tiene que terminar su parábola con un imperativo: Haz. Haz tú lo mismo. Sé movido a misericordia.
Los cristianos, además de buscar su lugar de cultos y de práctica del ritual, deberían buscar también su lugar de misión. Normalmente estos lugares de misión, estos campos de misión preferente, si seguimos las pisadas del Maestro, van a estar allí donde se da la mayor fractura social, en los focos de conflicto, en los focos de pobreza, allí donde hay opresión e insolidaridad humana. Allí es donde deben actuar los valores del reino y allí es donde se debe evangelizar prioritariamente, para que desde allí, desde el compromiso con los pobres y sufrientes, podamos lanzar nuestros discursos religiosos al mundo, a los no creyentes que, a pesar de todo, piden coherencia a los cristianos.
Quizás entonces comiencen a escucharnos por nuestro compromiso, a escuchar la Palabra que compromete con el prójimo y con el mundo. Quizás comiencen a comprender el compromiso del Humano, del Dios que se hizo hombre identificándose con todos nosotros y, especialmente, con aquellos que nos necesitan en la práctica de la projimidad. ¡Venga tu Reino, Señor!
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