“¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?”. El grito de Jesús tiene vigencia hoy, sigue sonando.
Sí. Estas palabras de nuestro Señor son un grito: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?”. Este grito de Jesús nos lo reseña el evangelista Lucas. ¿Es un grito de dolor, de crítica, de angustia ante la vana espiritualidad, de búsqueda de compromiso? Quizás sea un grito ante la vivencia de una religiosidad poco humana… ¿quizás inhumana?
Este grito es necesario hoy, quizás imprescindible. Es muy duro el hablar de religiosidades inhumanas, más duro aún el pensar que algunas formas o intentos de vivir la espiritualidad cristiana pueden ser también inhumanas. A veces, cuando nos dirigimos hacia un Dios que consideramos preocupado por darnos gozo espiritual y bendiciones, cosa que es cierto, nos encontramos con el grito del Humano, del Dios preocupado por el hombre y que nos está encargando la vivencia de la projimidad, el amor a nuestro prójimo apaleado y tirado al lado del camino. Entonces en cuando podremos comprender su grito: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?".
El grito de Jesús tiene vigencia hoy, sigue sonando. ¿Es éste un alarido contra la falsa espiritualidad, contra la falsa religiosidad, contra la falsa aproximación al Dios comprometido con el hombre? Es posible que sea un grito que, como sonido de trompeta celeste, crítica a la vivencia de una religiosidad vana y no comprometida con el auténtico Evangelio, con el Evangelio a los pobres, con un Evangelio humano, muy humano.
¿Dónde colocar hoy ese grito tan necesario? ¿Qué opinaríais si este grito se pusiera en el frontal de las iglesias detrás del posible altar? ¿Qué si lo pusiéramos a la entrada del templo? ¿Nos ayudaría a la práctica de un Evangelio en compromiso con el prójimo? ¿Nos ayudaría a ser hacedores de la Palabra? ¿Nos ayudaría a reencontrarnos con algo central del Evangelio de Jesús que es el amor al prójimo y el mancharse las manos en ayuda a los caídos, los marginados, los apaleados y tirados al lado del camino.
Escuchad de nuevo el grito: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?”. La práctica del Evangelio no se basa en una vana palabrería, aunque ésta sea en busca de la alabanza del Creador. Sí. Es un grito, una llamada de atención, una llamada a que nos paremos para no pasar de forma inmisericorde ante el hermano que sufre, ante el oprimido, ante el robado de dignidad, ante el empobrecido, el enfermo.
¡Acojamos el grito del Maestro! Los cristianos tendríamos que recoger este alarido y dejar que nos martilleara en el cerebro. Es un rugido que nos dice: ¡Fuera espiritualidades insolidarias! ¡Basta del autodisfrute religioso! ¡Acabemos con la insolidaridad! ¡Vivid en Evangelio en compromiso con Dios y con el hombre! Es como si Dios nos dijera: ¡No quiero escuchar vanas palabrerías faltas de amor!
El grito: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” nos está preguntando que dónde y cómo estamos construyendo nuestra relación con Dios, la vivencia de nuestra espiritualidad. Jamás se ha de construir sólo en las palabras, sino que es necesario construirla sobre la acción, sobre los hechos. Tenemos que construir una espiritualidad y forjar una relación con Dios que, a su vez, implique una relación de compromiso con el hombre. Es por eso que Jesús pone el amor a Dios y el amor al hombre en relación de semejanza.
No dejéis de escuchar la voz de Jesús rasgando el aire con su fuerza. Según este grito, si es que le hacemos caso, se nos hace una advertencia de que podemos construir una casa fundamentada sobre la arena que no resistirá el embate ni del viento, ni de la lluvia, ni de los torrentes de aguas que la puedan azotar. El alarido de Jesús nos dice que es necesario, de forma imprescindible, el compromiso de vida a favor de los que nos necesitan, del prójimo robado y apaleado por las estructuras sociales injustas que se han creado como estructuras de pecado.
Escuchad de nuevo el grito: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?”. Este mensaje nos anima a no equivocarnos, no sea que estemos construyendo, trabajando y esforzándonos en cumplimientos religiosos, en ofrendas y alabanzas, pero que nuestro edificio tenga sólo una pata que no pueda sostenerlo.
El grito nos dice que hay peligros. Es como si los edificios insolidarios se pudieran derrumbar sin más, acabar en la ruina. “Será grande la ruina”, nos dice el Evangelio de Jesús. Construiremos edificios grandes y que parezcan arquitectónicamente bellos, pero que no sirven para nada. Edificamos edificios que pueden tener la crítica que tienen en la Biblia las imágenes: “Lo mejor de ellas, para nada es útil”.
Si en Jesús, la Palabra se hace carne para transformarse en hechos, nosotros debemos seguir el ejemplo. Si no, todo es un engaño teñido de una capa de insolidaridad que hunde todo intento de espiritualidad cristiana auténtica. El grito siempre te acompañará: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?”.
Así, pues, te dejo con este grito que espero te acompañe siempre para recordarte que creer en Dios es, a su vez, comprometerse con el prójimo. Sólo así podremos ser fieles servidores de Jesús.
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