Dueño mío (Salmo 86, a mi aire)

 Qué bueno eres Dueño mío, qué bueno eres. Prestas oídos a mi plegaria y respondes a mi situación de desamparo. Conoces mi deseo de agradarte, esas ganas de querer hacerlo todo bien y que no siempre sé cómo alcanzarlo. Entiendes mi voluntad de serte fiel todos los días, porque sabes que es en ti en quien tengo depositada mi confianza.

Desde los más lejanos recuerdos que habitan mi memoria eres mi Dios. De niña te buscaba. Ya en mi inocencia sabía de la imposibilidad de complacerte en todo lo debido. En mi pequeñez caía y me perdía por los bosques confusos que construye la infancia. Te llamo hoy. Te llamo como mujer formada. Te llamo porque tú eres mi Señor, porque tienes piedad de mí. Aun sin voz te llamo a cada instante, a todas horas. Todo el día proclamo tu nombre.

Alegra mi tristeza. Da luz al propósito de mi existencia, que al postrarme ante ti me inunde la luz de tu esperanza.

Eres bueno con todos. Eres perdonador de las flaquezas de los que te servimos. Tu misericordia se derrama sobre las almas, como el calor del sol en días de invierno sobre los cuerpos desamparados, desprovistos de abrigo.

Sé que me escuchas. Sé que estás atento a mi ruego. Tú siempre me das respuesta. Siempre. Soy tu sierva, tú mi Dueño. Tus revelaciones no pueden compararse con las de los seres mortales. Eres como eres y no necesitas nada a cambio.

Si quieres, Señor, si quieres, enséñame los caminos por donde transitar hacia ti con fidelidad única. Enséñame a respetarte. Iníciame en lo que hayas dispuesto para mí. Quiero conocer tus maravillas, las maravillas de mi Dueño. Eso quiero. Eso pido.

Me libras de los abismos que buscan hacerme desaparecer. Me desvías de las trampas que la vida prepara a mi paso conociendo mi torpeza. Me proteges de todos los que desean mi mal. Me cuidas. Eres Dios de amores, Señor de generosidades, maestro de compasiones, conocedor de piedades y fiel a tus promesas.

Mientras no haya luna en mi noche negra, mientras el mal me cerca, dame fuerzas, pues las necesito. Dame el vigor que me hace falta. Dame tu auxilio. Regálame tu consuelo. Sostenme en volandas.

Tus cuidados serán para mí como oxígeno que alimentan mis células, tranquilidad ante mis sinsabores. Serás para mí como el deseado reposo en las madrugadas inquietas. Quiero cumplir tus propósitos y mi corazón, por todo, te dará las gracias.