Este no conocer bien el compromiso de orar, el cambio de actitud vital que conlleva, nos conduce a la conclusión de que la realidad no importa.
Costumbres en algunas congregaciones hacen salir de casa un día determinado de la semana con el propósito de clamar al Padre en comunión, aunque se va imponiendo la moda de hacerlo en pequeños grupos y esto puede causar frustración.
Se anuncian los motivos de oración antes de comenzar y se manifiesta: "Cuando se ora en grupo se termina antes y oran todos". O sea, con toda buena fe, parece que lo importante es que a la hora de orar se ore poco, oren todos y que no se tarde mucho. En situaciones así, sería mejor aprender lo que significa orar, aconsejar no irse por las ramas y que cada cual no se dilate en el gusto de oír sus propias palabras.
Es cierto que en estos pequeños grupos se termina antes, como también es cierto, si lo que se busca es terminar pronto, que el Señor todo lo sabe e incluso no haría falta reunirse en su nombre para contarle nada de lo que afecta a la comunidad o a la vida personal. Opino que a esta práctica no se le puede llamar oración comunitaria, ya que los demás no saben exactamente la importancia de lo pronunciado por otras bocas ni se puede llegar a conocer el cariz de lo que sale del corazón ajeno.
Otro aspecto es cuando los dirigentes, con toda buena intención, animan a que se dividan en grupos por sexos, que los hombres se dirijan a Dios como hombres y las mujeres lo hagan como mujeres, haciendo diferencias ante Dios Padre que no atiende a diferencias. Repito, no entiendo que tiene esto que ver con la oración comunitaria.
En ocasiones puede pasar que toque orar con los propios de la familia y en ese caso surjan las preguntas, o se le pregunta al Señor pues se está hablando con él: ¿Para qué hemos venido?, podríamos habernos quedado en casa. ¿Para qué este gasto de gasolina y tiempo en el desplazamiento? ¿No estamos convocados para orar como congregación?
También puede ocurrir que haya gente que, por su falta de formación sobre el significado de comunión, se moleste y manifieste públicamente que en estos grupitos "siempre le toca orar con los mismos". En estos casos, la torpeza hace que se ore de manera errónea y sin alegría. El motivo del encuentro pierde su sentido.
En estos diminutos círculos la oración termina antes, es cierto. Los presentes que se han dado prisa se ven obligados a mirar alrededor para ver cuando han terminado los otros y saber si tienen que repetir ronda abusando de la vana palabrería, escuchándose a sí mismos para llenar el tiempo establecido no ya dirigiéndose al Señor, o decidan sacar un tema de conversación ajeno a la reunión mientras los otros finalizan.
Desconocer el sentido de la oración hace que se concluya felizmente, pues con toda buena intención, se ha logrado orar por los que no vienen a la iglesia para que vengan, sin querer entrar ni buscar soluciones en los motivos de su ausencia; se ha orado por aquellos a los que no son capaces de saludar cuando los ven en el templo; se ha pedido por la sanidad de los enfermos, sin querer preguntarles cómo van de salud cuando los tienen delante; se ha solicitado al Señor que los que están sin empleo lo encuentren, aunque sea un tema que no duela ya que en casa todos están contratados.
Es como si esta costumbre, este no conocer bien el compromiso de orar, el cambio de actitud vital que conlleva, nos condujese a la conclusión de que la realidad no importa y durante ese rato de supuesta oración comunitaria, se entrase en un mundo mágico del que salimos descargados de mala conciencia para seguir como si nada pasase, como si la petición pronunciada fuese suficiente y no llevara consigo variación alguna en nuestro comportamiento a partir de ese momento.
Lo que le comunicamos al Padre lo hacemos a través y en nombre de su Hijo. Él es nuestro intermediario. No sabemos cuántas de nuestras oraciones hechas de manera poco consciente le llegan, cuántas pueden ser rechazadas por Jesús después de descifrar nuestras intenciones y examinar nuestras maneras. Es obvio que las reuniones de oración no se pueden plantear como a nosotros nos conviene, sino como pensamos que al Señor le agrada.
Dice Dietrich Bonhoeffer en El precio de la gracia: "La oración es una necesidad natural del corazón humano, pero esto no la justifica delante de Dios. Incluso donde es hecha como una disciplina y una práctica sólida, puede ser estéril, carecer de promesas".
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