El auténtico lugar sagrado por excelencia para Dios es el hombre mismo. Y nosotros, los cristianos, lo deberíamos tener en cuenta.
La palabra dignidad no se usa mucho en las iglesias. En la Biblia se usa muchas veces el calificativo “digno”, pero menos la palabra dignidad aunque su significado empapa todos los contenidos bíblicos desde el principio al final. Deberíamos usarla más como cristianos porque la sociedad hoy comprende perfectamente la palabra dignidad aplicada a las personas, a los hombres y mujeres de nuestra historia tanto pasada, como presente, como futura.
Si nos apoyamos en la Biblia, todos los creyentes, para defender o definir al concepto de dignidad acudimos a la frase del libro del Génesis: Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”. (Génesis 1:26-27).
Los hombres todos somos imagen y semejanza de Dios. Habría que ver cuál es el concepto de imagen en los tiempos bíblicos. Igualmente el concepto de semejanza. Ser imagen de algo, ser imagen de Dios. ¡Casi nada! Es como si en el hombre pudiera haber “cierta presencia” de lo original, cierta presencia de Dios.
Sin embargo, muchos no creyentes o ateos hablan también de dignidad, de la dignidad innata en el hombre, algo que no se le puede robar ni quitar, algo que no se puede perder por ninguna causa. ¿Será que incluso desde la increencia se mantiene el concepto de que el hombre es imagen y semejanza de sublime, de lo trascendente?
El ser original invade al hombre, lo impregna, lo anima. Dignidad se puede entender como Dios en el hombre mostrando su presencia. Por eso puede ser un pecado contra Dios el robar la dignidad del hombre, el sumirle en el no ser de la marginación en donde decimos que al hombre se le ha robado su dignidad. Lo decimos sólo para entendernos, pues ni aún en esas circunstancias de exclusión hasta sumirles en una especie de no ser, el hombre sigue manteniendo su dignidad, sigue siendo imagen y semejanza del Dios verdadero, sigue reflejando la presencia de Dios en el hombre.
Ser imagen de Dios es como si, en el fondo de nuestro ser y existir, estemos mostrando que poseemos algo de la esencia del mismo Dios. Así, pues, ¡cuidado! No se puede intentar robar la dignidad del hombre, ni destruirla. Estamos atentando contra Dios mismo, contra su imagen, a esa “cierta presencia” del Creador que se refleja en todo hombre. Eso es lo que le da un valor infinito que le convierte en un ser inviolable. Por eso, el que oprime al pobre y le deja en el no ser de la marginación social, está oprimiendo a su creador, el que pasa de largo ante el grito del excluido está dando la espalda al mismo Dios. Al no amar al hombre olvidando su dignidad, estamos rechazando el amor del Creador.
Hay confesiones cristianas que hacen imágenes de palo y quieren transferirles también dignidad, concederles el que haya en ellas “cierta presencia” de Dios mismo. ¡Falso! La Biblia lo repite continuamente. La única imagen en la que podemos observar esa “cierta presencia de Dios”, imagen cargada de dignidad como si lo divino lo pudiera estar impregnando y empapando, es el mismo hombre.
Por eso se puede decir que el lugar sagrado por excelencia para Dios no es el templo, no son los lugares que alberguen imágenes de palo, no son los santuarios o lugares calificados por los humanos como milagrosos. El auténtico lugar sagrado por excelencia para Dios es el hombre mismo. Y nosotros, los cristianos, lo deberíamos tener en cuenta. Nuestro lugar sagrado es el prójimo, impregnado de dignidad y portando sobre su vida la imagen del mismo Dios.
Gracias a esta imagen que portamos, gracias a esta presencia divina en el hombre, se puede llegar a conclusiones que se desprenden del concepto de la dignidad que tiene todo ser humano: Quien maltrata, explota, margina, despoja, empobrece, oprime o abandona al hombre, al prójimo, está haciendo lo mismo, en todos los aspectos, con su Creador, con Jesús que se identifica con el hombre en su sufrimiento y abandono.
Esa es la grandeza del concepto de dignidad, esa es la grandeza del hombre, esa es la importancia de ver al hombre como el auténtico lugar sagrado después de Dios mismo. Si podemos hablar de justicia e igualdad entre los hombres, si podemos hablar de la posibilidad de repartos igualitarios de los bienes del planeta tierra, si se puede defender la justicia social, la eliminación de las acumulaciones desmedidas que oprimen al hombre y, a través de ellos, imagen y semejanza de Él, al mismo Creador, es gracias al concepto de dignidad que hoy entienden los hombres en la sociedad en la que estamos.
Deberíamos trabajar más este concepto los creyentes que somos seguidores del Maestro e impregnarlas de todo el contenido bíblico que hace del hombre un lugar santo. Deberíamos trabajar más el texto bíblico que hemos citado y que habla de que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza.
El hombre es propenso a caer en la necedad, a no saber interpretar el concepto de dignidad. Así, si en la estulticia humana no todo hombre vale igual, no todo hombre es igual a cualquier otro hombre y sigue considerando la riqueza y el prestigio como un plus añadido de dignidad para algunas personas. ¡Terrible falsedad humana! La vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee, nos dice la propia Biblia, el mismo Jesús. La misma dignidad tiene el rey que el mendigo, el rico que el pobre… aunque ninguno de los dos, en estricta justicia, debería existir.
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