El estudio y la reflexión sobre ética sólo son válidos si, finalmente, nos lanzan a la acción.
Deberíamos hacer una ética confeccionada ante el rostro de los hombres, de los excluidos de la historia mientras miramos a los ojos del prójimo que hemos dejado tirado al lado del camino.
Necesitamos una ética de la projimidad. La auténtica ética. Yo creo que la ética que no mira a los ojos de los seres humanos, que nos interpelan desde su pobreza o sufrimiento, es una ética desarraigada aunque se preocupe de altos temas socioeconómicos abstractos de espaldas a estos sufrientes. Los ojos de los pobres, sus rostros, nos interpelan constantemente solicitando una ética de rostro humano.
Hay iglesias que hablan de preocuparse por el mundo, de una ética de sala de cultos, de nave de iglesia, de aulas, de universidades, pero que no se concreta en una ética de ayuda que le habilite para mirar a los ojos a los pobres de la tierra. Hay que sacar estas reflexiones de estos sitios, de los despachos y de las publicaciones filosóficas para llevarlas a la arena de la realidad mientras contemplamos los rostros de los pobres que nos miran esperando respuesta.
Necesitamos una ética que no se quede en algo formal, sino que nos convierta en las manos y los pies del Señor actuando en medio de un mundo de dolor. Una llamada a la ética de rostro humano la recibimos cuando nos atrevemos a mirar a los ojos de aquellos rostros consumidos por el hambre, la miseria y el robo de dignidad.
No creemos en una ética que no nos compromete y que no nos lanza a la acción, aunque haga reflexiones preciosas, reflexiones de despacho, de aula o de nave de iglesia. Necesitamos una ética social que no se haga ni siquiera ante el retrato de algún niño pobre, sino que parta de la contemplación directa de la realidad, de los rostros humanos cuyos ojos claman por justicia.
Este tipo de ética que arranca de la contemplación de los ojos de mi prójimo en necesidad no sólo me interpela de manera que yo pueda mirar para otro lado buscando la omisión de la ayuda, sino que me interpela porque esa mirada de pena me capta, me cautiva, me rinde y me impide pasar de largo. Es cuando necesito asumir esa mirada como mía, esa pena como propia.
Desde ahí, desde esa mirada o desde esa pena, noto que tengo que vencer mi pasividad y siento la necesidad imperiosa de pasar a la acción practicando tanto la misericordia como la búsqueda de justicia. Aquí es donde yo digo a veces que los cristianos tenemos que pasar a la confección de una teología de la acción social que para nada ha de ser solamente teórica, sino una teología confeccionada en la arena de la realidad mientras contemplamos esos rostros y esas miradas que nos llaman a la práctica de la projimidad.
Es verdad que las ciencias sociales nos pueden ayudar, que la sociología es una ciencia útil al igual que la filosofía o la teología. Pero la auténtica ética que mira a los ojos humanos no comienza cuando me pongo a estudiar, a reflexionar o a hacer cábalas teóricas. Comienza cuando me siento llamado y lanzado a la acción como buen samaritano, como buen prójimo. El estudio y la reflexión sólo son válidos si, finalmente, nos lanzan a la acción.
Es aquí, de nuevo, donde se puede cumplir el aserto de que sólo en la acción está la verdad. Todo lo demás son silogismos vanos y reflexiones inútiles. Por tanto la ética se encauza, se desarrolla y sirve cuando los ojos interpelantes de los pobres junto al concepto de projimidad bíblico, nos lanza a la acción misericordiosa y a la búsqueda de justicia.
Ojos que son una llamada de auxilio, miradas que son gritos, rostros que son un SOS a la humanidad. Ahora os hago una pregunta comprometida: ¿Si los cristianos no responden, se pueden llamar realmente cristianos? ¿Qué tipo de espiritualidad cristiana están viviendo? El mundo espera la respuesta positiva de los cristianos, su anuncio, su denuncia y su acción como respuesta ética al grito de los pobres y a la interpelación de su mirada. En una respuesta comprometida se podría fundamentar una verdadera teología de la acción social cristiana.
Una ética que mira el rostro y los ojos de los pobres y los sufrientes de la tierra es la que puede impedir el fallo de muchos religiosos: el pasar de largo ante el abusado, el herido, el reducido a la miseria y al hambre. Mirar el rostro y contemplar lo expresado en la mirada del marginado o excluido es lo único que puede hacernos sentirnos llamados a misericordia como buenos prójimos.
Ahora una llamada de atención: No hagamos del cristianismo una farsa ni de la vivencia de la espiritualidad cristiana una práctica egoísta y consoladora de nosotros mismos, no hagamos del amor al prójimo una mentira.
El cristianismo nos demanda una ética descendente hacia los bajos fondos, hacia los focos de conflicto, hacia el infierno de los hambrientos y los maltratados, el descenso hacia el lugar en donde están aquellos en la infravida, en el no ser de la pobreza y exclusión social.
Hemos hablado de la posibilidad de ayuda de las ciencias sociales, pero nunca debemos olvidar que nuestra principal fuente en busca de solidaridad y misericordia para con el prójimo está en la propia Biblia, en la propia Palabra de Dios que nos anima a lanzarnos a la acción, a la práctica de una ética social cristiana que sabe que lo que hace por el prójimo lo hace por Jesús mismo, que es capaz de ver en los ojos de los empobrecidos de la tierra, los mismísimos ojos de un Dios que sufre con la exclusión social de sus criaturas.
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