¡Al rico coquiiiiii!

Creo que todos los malagueños que peinamos canas, guardamos en la memoria aquel grito varonil lanzado al aire que decía: ¡¡¡Al rico coquiiiiii!!!

El coqui era un cucurucho pequeño del que asomaba merengue rosa algo empalagoso, con una cucharilla de plástico incorporada. Con el paso de las horas se quedaba acartonado.

Era un de helado de mentira; un helado que no estaba helado ni aspiraba a estarlo.

Aquella golosina tenía un precio asequible para todas las familias. Se despachaba por las calles de los barrios humildes. El vendedor elevaba el brazo mostrándolos como un trofeo que acabara de ganar en una gran competición.

A los pequeñines nos gustaban mucho. Aunque en raras ocasiones, todavía se ve flotar la batea entre las masas que acuden a la zona centro para estar presentes en algún evento. Los padres explican a sus hijos la antigüedad y las particularidades del dulce.

Recuerdo el grito anunciando los coquis con nostalgia y lo comparo con exclamaciones actuales que se hacen en algunas iglesias al final del culto, cuando sacan la batea de caprichos empalagosamente dulces ante las narices de los congregados como si expusieran un  trofeo antes de ganarlo:

¡Al rico Cd con sabor a coritos!;¡a la rica camiseta de puro algodón con versículo en la espalda!; ¡a la rica entrada para concierto cristiano!;¡a la rica ofrenda voluntaria para los enviados del cielo!; ¡a la rica Biblia de oferta, muy propia para hacer un regalo!;¡al rico calendario con guía espiritual diaria!; ¡a la rica ofrenda para proyectos sin sentidos!; ¡al rico págame los caprichos de mis hijos que valen más que los de los tuyos! 

Sólo que la gente no acude a comprarlos con el mismo entusiasmo que si fueran pasteles, ni dada la situación actual, son tan asequibles para los pobres.