El Evangelio de Marcos: Reino vs. religión (I): Capítulo 2, versículos 1-12.
Si el capítulo 1 de Marcos constituye una presentación del Rey-mesías y de cómo es su Reino, a partir del capítulo 2, el evangelista va a mostrarnos cómo ese Reino, por su propia naturaleza, va a chocar con la religión organizada que comprende, siquiera de manera intuitiva, que constituye una terrible amenaza para ella.
El primero de estos episodios es el del paralítico.
La vida en la Palestina de la época era, como en otras zonas del Mediterráneo, muy al aire libre. Quien visitara Galilea, Decápolis o Judea lo habría captado desde el inicio. No sólo es que las noticias corrían como la pólvora –no digamos ya si llegaba un personaje llamativo como Jesús– sino que además las puertas siempre estaban abiertas. Se abrían por la mañana; sólo se cerraban en casos excepcionales durante el día y en las casas humildes ni siquiera existía un recibidor sino que la puerta de la calle daba directamente a una habitación.
No sorprende que, como señala Marcos, la gente entrara en la casa para escuchar a Jesús y pronto la abarrotara.
Fue entonces cuando cuatro personas llegaron hasta el lugar llevando la camilla en la que descansaba un amigo paralítico. Sin duda, habían escuchado que Jesús sanaba a los enfermos y deseaban que aquel hombre también se beneficiara del poder curador del predicador.
El problema era que había ya tanta gente que resultaba imposible acercarse. Sin embargo, no se desanimaron.
A la sazón, la techumbre de muchas casas era plana y servía también ocasionalmente de azotea. Su trazado consistía en algunas vigas tendidas de manera transversal sobre la casa y sobre las que se depositaba una mezcla de barro y paja o serrín. Se accedía generalmente por una escalera exterior y la gente podía subir para descansar e incluso dormir en días calurosos.
Previsiblemente, los cuatro amigos subieron hasta el techo y luego lo agujerearon –una tarea no especialmente difícil– para dejar pasar por el hueco la camilla en la que yacía el paralítico. De esa manera, el desdichado se encontró frente a frente con Jesús.
El versículo 5 señala que, “al ver Jesús su fe”, dijo al hombre que sus pecados quedaban perdonados.
Aquella afirmación resultaba, como mínimo, escandalosa. No es que los judíos de la época no vieran relación entre el pecado y la enfermedad. Todo lo contrario. La mayoría de ellos estaba convencida –hay ejemplos en otros episodios de los evangelios– de que la enfermedad estaba íntimamente vinculada con el pecado.
Lo que resultaba intolerable para algunos de los presentes era la manera en que Jesús había realizado semejante afirmación.
De un judío pecador se esperaba que ofreciera un sacrificio en el templo controlado por la casta sacerdotal. Sólo después de haberse sometido a un sistema que el mismo Jesús calificaría de cueva de ladrones, aquel paralítico podía sentir que Dios lo escucharía y esperar el perdón de sus pecados y quizá su curación. Eso era lo establecido, lo enseñado, lo exigido, lo ineludible y ahora aquel Jesús se permitía anunciar que aquel hombre era perdonado porque tenía fe. ¡Intolerable! ¡Inaceptable! ¡Insoportable! Sólo Dios podía perdonar los pecados y lo hacía a través de los sacerdotes de Jerusalén… aquel Jesús blasfemaba.
Jesús captó a la perfección lo que se movía en el corazón de alguno de los presentes. Decidió, por ello, dar una prueba definitiva de que era él quien tenía razón y no los que subordinaban todo a un sistema corrupto.
Fue así como les preguntó qué era más fácil, si afirmar que los pecados de aquel hombre estaban perdonados u ordenarle que se levantara y echara a andar. Antes de que pudieran responder, señaló que para que pudieran ver que el Hijo del hombre tenía el poder para perdonar pecados ordenaba en ese momento al paralítico que caminara (v. 9-11)… y el paralítico se levantó y echó a andar.
No puede sorprender la sorpresa de la gente al contemplar lo sucedido ni tampoco que glorificaran a Dios o que reconocieran con sencillez que nunca habían visto nada parecido (v. 12). Ciertamente así era porque el Reino de Dios se manifestaba de una manera que nunca habían contemplado en la religión que conocían.
Su experiencia era la de una sumisión a castas religiosas que los juzgaban con desprecio y altanería, que los sobrecargaban con mandatos derivados de tradiciones humanas y que pretendían monopolizar el perdón de los pecados.
Y ahora llegaba Jesús y actuaba de una manera totalmente distinta.
1. El perdón no era fruto de un ritual desarrollado en el templo. Era un regalo de Dios que podía recibirse incluso en una casa sin tejado.
2. El perdón no estaba en manos de una casta sacerdotal que decía impartirlo en nombre de Dios. Por el contrario, emanaba directamente de Dios y era proclamado por el mesías-Siervo.
3. El perdón no era adquirido por méritos, obras y rituales. Como Jesús anunció, el perdón era un regalo gratuito e inmerecido de Dios que se recibe a través de la fe, la misma fe que vio en aquella gente y
4. El perdón se podía VER de manera clara. Aquel paralítico no fue el mismo después de aquel episodio. Se levantó y caminó. Quizá uno de los argumentos más sólidos en contra de creer que determinadas personas pueden perdonar pecados esté en la manera en que la vida de los supuestamente perdonados sigue exactamente igual que antes de pronunciarse la absolución. No fue lo que sucedió en esta ocasión.
Por supuesto, siempre habrá gente que prefiera quedarse con su clero, sus rituales, sus anuncios de absolución, su insistencia en que sólo sus sacerdotes pueden perdonar pecados… sucedía igual en la época de Jesús. Pero el anuncio del Reino es muy diferente y aún continúa vigente: veo tu fe, recibe pues el perdón de tus pecados, levántate y anda.
Continuará
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