Vacía y hueca, sí, así me presento ante ti, Yahvé, vacía y hueca. Soy una mujer fuerte que atiende su casa. Trabajo en ella desde que amanece. En cuanto sé que hay necesitados cerca acudo en su ayuda. Me regalaste el don de componer ungüentos para sanar el cuerpo, descubrir y elaborar delicados perfumes para cuantos me rodean. Me conferiste la intuición necesaria para conocer las plantas y tratarlas hasta conseguir el efecto que deseo. Gracias, porque esta labor llena mis días. Sin embargo, sufro.
Sabes que deseo agradarte, que cuido mi boca para no ofenderte. ¿Cuál ha sido mi error, entonces, Yahvé? ¿Cómo se llama mi pecado? ¿En qué te he ofendido, Yahvé de los ejércitos, para que no me des hijos? ¡Dímelo!
¡Háblame! Libérame de esta maldición. Los que antes me estimaban se han vuelto ingratos, me salen al paso y me señalan con el dedo. Las mujeres fecundas de mi casa se ríen en mi presencia, disponen sus hijos a mi paso para avergonzarme. No quiero mirarlos. No sé donde esconderme para no verlos.
Cada mes, puntualmente aparece la mancha roja oscura que golpea mi ofensa.
Si me hiciste mujer, ¿por qué mi vientre no alberga semillas? Si había de conocer varón, ¿por qué no prospero y doy frutos? ¿Para qué me enseñó mi madre el arte de tejer lana, lino y telas finas a la perfección si no tengo a quien vestir? ¿Para qué me enseñó mi padre a componer tiernas canciones si no tengo a quien cantarlas?
Los animalillos del campo tienen crías y celebran una felicidad que me rompe. ¿Qué será de mí? ¿Quién guardará mis consejos? ¿Cuál será la huella que deje a mi paso? ¿Cómo se prolongará mi descendencia? ¿Quién me evocará cuando me haya ido?
El consuelo de mi esposo no me basta. Sus palabras de comprensión no me sirven. Quiero esparcirme. Quiero ilusionarme. Quiero ser madre. Quiero un hijo. Quiero escuchar el llanto de mi cosecha para hacerla sonreír. Quiero que mis pechos se derramen, que destilen leche dulce y templada. Quiero tener entre mis brazos un cuerpo al que haya dado vida. Besarlo. Protegerlo. Acurrucarlo. Dormirlo. Quiero gritar a los que me afrentan "¡mirad, he aquí la sangre de mi sangre!, ¿dónde están ahora vuestras risas?"
Tengo miedo. Día y noche clamo a ti, Yahvé todopoderoso, nuestra luz, que afirmaste los cielos y la tierra. ¿Por qué me hiciste incompleta? ¿Por qué mi vientre está seco?
¿Por qué no me amas como amas a las otras desposadas? ¿No sientes mi preocupación y mi angustia? ¿No te duele?
Hay un lugar, pequeño y acogedor, preparado en la esquina más cálida de mi alcoba, está vacío y hueco como mi vientre. Si ha de permanecer así prefiero la muerte, que me sepulten en el campo, lejos de mis antepasados. Que nadie me recuerde.
Creced y multiplicaos, y llenad la tierra. Eso ordenaste. ¿Vencerá tu palabra?
¡Ayúdame o no podré cumplir tu mandamiento!
¿Para qué sirvo, Yahvé? Te lo ruego, no prolongues más mi sufrimiento. Perdona mis ofensas, perdona la altivez con que te habla esta tu sierva, pero dame un hijo, un hijo que se forme en mis entrañas, un hijo que me duela dentro y lo entregaré para que sea tuyo, siempre tuyo, tuyo para siempre.
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