Las palabras bellas y la práctica del ritual de espaldas al dolor de los hombres es simplemente una mentira.
Tendríamos que preguntarnos si el templo, la catedral o el local de la iglesia garantizan siempre la presencia de Dios. Quizás, a veces, somos demasiado ritualistas y basamos nuestra vivencia de la espiritualidad en una simple ética de cumplimiento. Esa no es nunca la forma de vivir la espiritualidad cristiana que exige mucho más. No debemos poner nunca nuestras seguridades en ningún tipo de templo hecho de manos no sea que también caigamos en una especie de idolatría no deseada por Dios.
Se dice que Jeremías clamó contra el templo de forma provocadora, pero quizás su clamor no era contra esas cuatro paredes que conformaban un ámbito dedicado a Dios, sino contra aquellos que lo usan para un simple ritual de cumplimiento religioso olvidándose de hacer justicia y de practicar la projimidad, la misericordia para con el prójimo en necesidad, oprimido o empobrecido.
No vale con el cumplimiento del ritual si damos la espalda al dolor del prójimo apaleado. La presencia de Dios entre nosotros o en nuestro interior no se da solamente con la entrada en el templo y exige otros compromisos en la línea de que creer ya es comprometerse con Dios y con el prójimo.
A veces se nos llena la boca de templo, de iglesia, de catedral. Aquellos cristianos de tiempos de Jeremías se engrandecían diciendo: “Templo de Jehová, templo de Jehová, templo de Jehová es este”. Parece que ni Dios ni su profeta Jeremías veían en ello palabras consecuentes, sino que había en ellos mentira.
Era palabrería vana y deseos de ritual y cumplimiento religioso, porque hablaban y se les llenaba la boca de templo, pero no actuaban en consonancia en sus estilos de vida y compromisos. No siempre al entrar en el templo está la presencia de Dios con nosotros. A veces nos grita con su megáfono divino: Sal, “reconcíliate primero con tu hermano” y después vuelve a la iglesia de Dios, pero no hacemos caso.
No se nos ocurra, pues, entrar a orar a la iglesia o al templo si no estamos practicando, a su vez, el amor, la justicia y la misericordia como prueba de una fe viva que está actuando por el amor. Sería vano y se daría el silencio de Dios.
Si entras al templo para reconciliarte con Dios, recuerda que antes debes estar reconciliado con tu hermano, con tu prójimo, especialmente aquel que ha quedado tirado en los márgenes del camino apaleado y robado. A veces comenzamos a andar el camino eclesial y, neciamente, podemos tener la impresión de que ya hemos llegado al final del camino y que Dios va a estar con nosotros hagamos lo que hagamos.
El error es refugiarse en el templo como si ya estuviéramos al final del camino y lo hubiésemos conseguido todo y dejamos a los pobres, a los sufrientes, a los desclasados y oprimidos en la estacada. ¡Terrible pecado! Sin embargo, nos sentimos demasiado cómodos. Pues bien, nuestra sentada en el templo y nuestros disfrutes religiosos un tanto egoístas, no nos garantiza el que el Señor esté con nosotros cuando insolidariamente estamos dando la espalda al gemido del prójimo.
No todo está correcto en nuestra vida cristiana por el hecho de practicar rituales de cumplimiento religioso en la iglesia cuando no entendemos el amor y la entrega al prójimo necesitado. Las palabras de Jeremías siguen sonando: “No os fieis de palabras de mentira”. Porque las palabras bellas y la práctica del ritual de espaldas al dolor de los hombres es simplemente una mentira, prueba de una religiosidad mentirosa, no comprometida y alejada de la auténtica y verdadera religión que se nos define en la Biblia.
Me recuerda todo esto a la frase neotestamentaria: “No todo el que dice Señor, Señor, entrará en el reino de los Cielos, sino el que hace…”. Aquí se contrapone el que habla y el que hace. Dicho de otra manera, se critica al que sólo alaba, sólo ora o cumple con el ritual del templo, pero luego no hace, es incapaz de pasar a la acción de misericordia, a la entrega, a la búsqueda de justicia para con todos aquellos que han sido abandonados y lanzados al lado del camino para que vivan en el no ser de la pobreza, la marginación o el sufrimiento.
Muchas veces tenemos que imitar a los profetas que gritaban contra la interpretación que, erróneamente, se hace del templo o del ritual. Nuestro ritual puede ser una mentira y Dios se está tapando sus oídos para no escucharnos. Nosotros, en cambio, notaremos el silencio de Dios como si fuera un grito ampliado por algún megáfono celeste que es capaz de atronarnos.
No se puede buscar solamente la verticalidad del Evangelio como si fuéramos ángeles, mientras nos olvidamos del grito del hombre que implora misericordia en su desgracia. Si es así, falseamos el ritual, falseamos el templo, falseamos nuestra relación con Dios.
Si nuestro ritual no nos habilita también para la práctica del amor para dignificar a los colectivos marginados y excluidos compartiendo y haciendo justicia, en vano se dice la expresión “Templo de Jehová”. Nos hemos quedado buscando una relación vertical que nos dé gozo, pero hemos olvidado la otra dimensión: la horizontal de relación con el hombre al que hemos de amar de forma semejante a la que amamos a Dios mismo.
Recordad el auténtico significado de la palabra religión en la Biblia, la definición de la religión pura y sin mácula de la que nos habla el apóstol Santiago en la que comienza con la relación con el hombre marginado y empobrecido como lo eran los huérfanos y las viudas en aquellos tiempos de indefensión de estos colectivos marginados. Nos da un poco de miedo cuando se pospone lo que para muchos es lo más espiritual, pues, se nos dice que es después, “venid luego” —nos dirían los profetas—. Es después de hacer justicia y practicar misericordia cuando hemos de buscar la presencia de Dios y el auténtico ritual.
Termino con las palabras del profeta Jeremías: “no os fieis en palabras de mentira, diciendo: Templo de Jehová, templo de Jehová, templo de Jehová es este, pero sí mejoraréis cumplidamente vuestros caminos y vuestras obras; si con verdad hiciereis justicia entre el hombre y su prójimo…”. Yo añadiría: entonces responderá Jehová y vuestro ritual será atendido por el Altísimo. El Señor nos dirá: Heme aquí.
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