El Evangelio de Marcos y el Dios que desciende (1: 40-45): tercera parte.
En el anterior artículo sobre el Evangelio de Marcos me permití una pequeña digresión con el verbo griego kazaridso, pero ésta recupero el hilo del relato del leproso.
El versículo 42 afirma taxativamente que el leproso se vio limpio de su terrible enfermedad. Un leproso limpio de la lepra no es algo que suceda cada día.
A decir verdad, más bien lo que vemos es la búsqueda enloquecida del testimonio de alguien curado para que así se inicie un proceso de beatificación -¡cuántos de esos testimonios se demuestran después falsos!– y la proclamación de prodigios supuestos que sirvan para ensalzar a la persona que, supuestamente, los realizó. Jesús no era así.
A decir verdad, andaba a años luz de semejantes conductas.
En una empresa de relaciones públicas, en la oficina de un obispo o en el equipo de un político Jesús no hubiera podido entrar jamás y de haber entrado no habrían tardado en despedirlo.
Al respecto, lo que contemplamos en los versículos 43-44 es sublime, pero nada se parece a aquello a lo que estamos acostumbrados.
1. No digas nada.
El leproso no se iba a convertir en un personaje al servicio de las relaciones públicas de Jesús. Había sido sanado porque Dios desciende hasta los que sufren y Jesús sabía lo que era el amor, pero de él no se esperaba que se transformara en una foto parlante para posibles adeptos o donantes. Bajo ningún concepto.
2. Obedece la Torah.
Jesús es el gran predicador de la gracia inmerecida de Dios y semejante circunstancia volveremos a verla una y otra vez. Otros habrían dicho al leproso que tenía que llevar a cabo determinadas ceremonias, acudir a un santuario, ofrendar dinero o realizar ciertas obras para merecer la atención de Dios.
Jesús enseñaba exactamente lo contrario. Dios te ha dado gratis cuando se lo has pedido. No lo merecías ni lo puedes pagar. Ahora, tras ser objeto de esa acción de Dios, sería lógico que, tras recibir, lo obedecieras y
3. Da testimonio.
No publicidad, no propaganda, no difusión. Testimonio. Algunos quizá no alcancen a ver la diferencia y, sin embargo, es muy clara.
El versículo 45 nos dice que el leproso no obedeció a Jesús y lógicamente la reacción de las masas fue la esperada.
La fama de Jesús se hizo tan grande que tenía dificultad para entrar en las ciudades de manera que decidió quedarse en lugares desiertos y aún así las gentes acudían.
Es difícil creer que Jesús hubiera organizado eventos para llenar estadios o plazas. No era un dirigente carismático que juntaba a las masas para aprovecharse de ese desequilibrio mental que se da lo mismo en un partido de fútbol que en un concierto de rock o en una misa masiva. No. Su mensaje era mucho más importante que el del llamado poder de convocatoria. Lo suficientemente importante como para no estropearlo con determinadas conductas. Pero a ello me referiré la semana que viene cuando acabe, Dios mediante, este capítulo primero de Marcos.
Continuará
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