Si Dios hablaba a través de sus profetas, ¿es, quizás, que también llora a través de ellos?
El mundo necesita profetas llorones. ¿Quién llora por la situación del mundo hoy? Se necesita experimentar el poder de las lágrimas. Las catástrofes no faltan en el mundo, los ladrones se apoderan de la tierra con sus corrupciones, sus robos, sus grandes desequilibrios en el reparto de los bienes del planeta, sus mentiras y sus engaños que nos envuelven. De espaldas a Dios y sin oídos para escuchar el gemido de los pobres.
¡Acudid, profetas llorones! ¡Demostrad que las lágrimas tienen poder! Nadie se siente conmovido, ni movido a la práctica del llanto. Quizás necesitamos en el mundo hoy nuevos Jeremías, profetas llorones capaces de llorar por el mundo en su camino de autodestrucción, profetas que llamen a las plañideras y que escribieran sus lamentaciones.
Se buscan profetas que derramen sus ojos en lágrimas y busquen también a todas aquellas personas que sean capaces de llorar por el mundo para ver si se puede conseguir que éste rectifique. Por eso, gritemos con Jeremías, con el profeta llorón: “llamad a las plañideras… deshagamos nuestros ojos en lágrimas, y nuestros párpados se destilen en aguas”. Sería un intento de que estas aguas fueran purificadoras y llamaran la atención de los corruptos que desequilibran el mundo y, finalmente, éste, como sistema corrupto, cayera en lágrimas de arrepentimiento.
Excepto para una pequeña parte de la humanidad, son tiempos de grandes tristezas en donde podrían encuadrarse perfectamente las plañideras de los tiempos de Jeremías. ¿Por qué no lloramos hoy? Quizás sólo puede llorar el que sufre el problema del otro como si se tratara de sí mismo, que es capaz de tener una empatía que viva el dolor del prójimo como en propia carne, que asuma el dolor del mundo como con dolores de parto en espera de la liberación.
Palabras de Jeremías, de ese profeta llorón que, quizás, están simbolizando las lágrimas de Dios mismo por el mundo: “¡Oh, si mi cabeza se hiciese aguas y mis ojos fuentes de lágrimas para que llore día y noche…!”. ¿Dónde estáis, profetas llorones, para que haya alguien que llore por el mundo? ¿Quién acompañará al Señor en sus lágrimas? Las palabras que Jeremías dedicaba a Jerusalén en su destrucción, las podríamos aplicar al llanto por el mundo hoy: “amargamente llora en la noche, y sus lágrimas están en sus mejillas. No tiene quien lo consuele. Todos sus amigos le faltaron, se le volvieron enemigos”.
Quizás es que, como yo digo a veces, el problema es que el mundo ha caído en la trampa de los malvados como el apaleado de la parábola del buen samaritano, o sea, que ha caído en manos de ladrones y nadie llora su desgracia. “Por esta causa lloro; mis ojos, mis ojos fluyen aguas”, diría nuestro profeta llorón, Jeremías el autor de las Lamentaciones, libro de la Biblia que habría que leer hoy, junto al libro que lleva su nombre.
Quizás el mundo necesita evangelistas que no solamente anuncien que es necesario un arrepentimiento y una vuelta a Dios, un retorno a los valores del Reino, sino que lloren por el mundo, por sus habitantes. Jesús mismo también lloró, lloró sobre la ciudad de Jerusalén que es, en cierta manera, símbolo del mundo con sus grandes urbes plagadas de problemáticas, de incorrupciones y de insolidaridades.
¿Debemos llorar los cristianos sobre nuestras ciudades? ¿Lo debemos hacer sobre el mundo? Quizás nos falte concienciación y valor para dejarnos interpelar por las graves problemáticas del mundo. Si nos ponemos de espaldas al grito de los oprimidos, despojados y vejados, nuestras lágrimas no podrán fluir como ríos de aguas que puedan lavar o purificar al mundo.
Si Dios hablaba a través de sus profetas, ¿es, quizás, que también llora a través de ellos? ¿Faltan profetas en el mundo? ¿Falta llanto por el mundo? ¿Por qué ante las situaciones escandalosas del mundo no lloramos como Jeremías? ¿Acaso Dios no sigue pendiente del sufrimiento de los pequeños de la tierra esperando que le demos de comer y de beber en su sufrimiento o llanto por todos ellos? ¿Acaso no sigue llorando por las ciudades del mundo hoy?
¡Llorad, llorad, profetas llorones! ¡Llorad vosotros los que tenéis capacidad de empatizar con los proscritos, con los robados de hacienda y dignidad, con los desclasados de la historia que viven en la infravida de la pobreza y de la marginación! ¡Ojalá que podamos encontrar profetas llorones que lloren sobre nuestras ciudades donde se concentran y multiplican todas las grandes problemáticas de exclusión, donde se concentran los corruptos, los ladrones de dignidad, los robadores del mundo!
Que se levanten profetas llorones capaces de llorar también por los apaleados y olvidados en los campos y en los terrenos agotados y esquilmados por las multinacionales donde ni siquiera se pueden ya cultivas alimentos, allí donde se desenvuelve la vida de muchos de los hambrientos y sedientos de la historia. ¡Llorad, llorad, cristianos de hoy, todos aquellos que os llamáis seguidores del Maestro que también lloró!
Tiempos de muchas tristezas para muchos hombres, mujeres y niños. ¿Cómo puede dar un cristiano la espalda a estas tristezas a no ser que es que no quieran llorar, que no deseen contemplar a los profetas llorones y quieran vivir en la pasividad del pecado de omisión? ¡Levantaos, profetas llorones! Haced un esfuerzo para ver si el río de vuestras lágrimas consigue limpiar la tierra… ¡para siempre! Quizás, al final, te des cuenta que al llorar con el hombre, percibas que estás llorando también con el Creador. Y también, puede ser que al final descubras el gran poder de las lágrimas.
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