¡Siéntate y come!

Los papás y las mamás que tienen niños moviditos entenderán perfectamente la frase: ¡Siéntate y come!

Esta expresión es muy común en mi casa a la hora del almuerzo, pues tengo una hija que no para quieta y a la que tengo que repetir una y otra vez que por favor se quede sentada mientras come. Esta rutina me llega a cansar, pero mi hija sabe cómo conseguir que esta continuada súplica no llegue a crisparme. Me mira y con un tono de voz apaciguador me dice: Ya está bonita. Ya me siento y me lo como todo todito.

La muy pilla siempre consigue arrancarme una sonrisa.

Me pregunto cuántas veces, Señor, me pides que me siente a tu mesa y coma.

Tengo necesidad de sustentarme de ti, pero esta necesidad no siempre la establezco como prioridad.

Para tener verdadera hambre he de dejar de comer aquello que me hace sentir saciada. Me acostumbro al picoteo, a saturarme con atractivas golosinas que sacian momentáneamente mi apetito pero que no tiene los nutrientes necesarios para llevar una vida saludable.

Necesito comer aquello que tú mi Dios me preparas.

Comer de tu palabra. Saciarme con tus enseñanzas.

Tú eres el único que me aporta una dieta equilibrada. Sin embargo… me cuesta sentarme a comer. Detenerme en ese ir de un lado para otro y centrarme en lo que realmente importa.

Sólo comiendo lo que tú me das podré crecer.

He de aprender a saturar mi alma con el sustento adecuado, haciendo que mi vida deje de planear a ras de una quimera y comience realmente a vivir.

Me cuesta sentarme y prestarte atención, reconozco que mi trasiego diario me hace perder mucho tiempo, un tiempo que cuando lo dedico a atender tu voz se convierte en un remanso de paz.

Me desequilibrio en este desierto, necesito de ti.

He de pararme, oírte, ser aleccionada por ti.Todo lo demás es superfluo, insignificante, insulso.

Tú haces que todo tenga sentido, que mis vivencias cobren un colorido diferente, que dejen de ataviarse en blanco y negro.

Para adquirir ese precioso colorido no existen fórmulas mágicas, tan sólo la labor ardua y a la vez sencilla de aprender a sentarme y comer en tu mesa.