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Dos pasiones, dos dolores

En Semana Santa deberíamos celebrar el dolor de dos pasiones, de dos dolores: la de Dios y la del hombre.

DE PAR EN PAR AUTOR Juan Simarro 31 DE MARZO DE 2015 18:53 h
Collage B/N (Mariya Prokopyuk - Flickr -CC BY 2.0) y Semana Santa Zaragoza 2015 - Holy Week Spain - Street Photo (Gaudencio Garcinuño - Flickr - CC BY-SA 2.0)

Llegamos a la semana en la que parece que celebramos el dolor y el sufrimiento. En la conocida como Semana Santa se hace mucho más énfasis en el duelo, en la corona de espinas, en el abandono, en la sangre y en la muerte, que en el gozo de la resurrección.



En nuestra España recibiremos turistas y gentes que caminarán hacia esas ciudades en donde el dolor es celebrado de forma extrema. A muchos les gusta ver penitentes dándose latigazos dejando sus espaldas manando sangre o caminando hiriendo sus rodillas martirizadas y también sangrientas. Pero el concepto de projimidad nos lleva a tener que contemplar dos pasiones, dos dolores.



Si la celebración del dolor en la persona de Jesús es porque somos sensibles a él, a esa pasión dolorosa, debemos unir las dos pasiones, los dos dolores y no debemos exaltarlos sólo en Semana Santa. Todo el año el mundo está regado de un dolor especial en los campos o focos de pobreza, entre los torturados y vejados, entre los que son privados de sus derechos humanos, en las filas de los hambrientos y excluidos de los bienes del planeta tierra. ¿Por qué no nos acordamos de ese dolor si somos sensibles al dolor de Jesús en la cruz? En Semana Santa deberíamos celebrar el dolor de dos pasiones, de dos dolores: la de Dios y la del hombre.



Unamos ambos dolores. Quizás la expresión de Jesús “por mí lo hicisteis” o su negativo “por mí no lo hicisteis”, cuando actuamos o, en su forma negativa,  pasamos de largo ante el prójimo sufriente, une ambos dolores. ¡Extraordinaria identificación de Jesús con el dolor humano! Los que son sensibles al dolor de Jesús en la llamada Semana Santa, deberían ser también sensibles al dolor del prójimo que, en cierta manera, está también apaleado, abofeteado, mofado y crucificado por aquellos asentados en el oro, en el poder y en la celebración del banquete del consumo humano.



Dos pasiones, dos dolores. Reflexionad esta Semana Santa. Deteneos. Paraos unos momentos ante las demandas del Evangelio. Es posible que se pueda llegar a una conclusión avalada por la Biblia: Quizás no sea consecuente ni honesto fijarnos sólo y exclusivamente en el dolor de Jesús, celebrarlo por amor a él, cuando estamos dando la espalda al dolor de los hombres. Se estaría destruyendo el aserto de Jesús de que el amor a Dios y al hombre está en relación de semejanza. Unamos esas dos pasiones, vinculemos esos dos dolores. 



Es curioso que la celebración del nacimiento de Jesús, de la Navidad, nos lleve a la solidaridad con los pobres y sufrientes de la tierra, al compartir y a la entrega en la ayuda al prójimo —hecho comprobable en todo el mundo—, y que en la Semana Santa en la que celebramos su sufrimiento, su abandono, su sed y su dolor, no nos acordemos tanto de los desheredados y sufrientes de la tierra. La Semana Santa nos debería llevar a sensibilizarnos contra la injusticia y el abandono de tantos pobres en la tierra uniendo las dos grandes pasiones del universo.



Dos pasiones, dos dolores. La memoria de la Pasión, la del crucificado, nos debería lanzar a volvernos hacia los sufrientes de nuestra historia, cara a cara, mirándolos a los ojos. Cuando miremos esta Semana Santa a la cruz, a las bofetadas y a la injusticia, de alguna manera deberíamos volver también, uniendo esos dos dolores, nuestra mirada al hombre sufriente, los abandonados de nuestra historia, los que mueren de hambre o por enfermedades vencibles por falta de medicinas, los excluidos que mueren en el no ser de la marginación, en la infravida por el egoísmo humano de muchos de sus congéneres.



Pasión del hombre empobrecido y oprimido. Celebremos la Semana Santa mirando también al hombre que sufre. Unamos esas dos pasiones, esos dos sufrimientos. Quizás quien da la espalda al grito de los pobres, no pueden celebrar bien la auténtica Semana Santa, no la del folklore y de las vacaciones, no la de aquellos que disfrutan viendo a imágenes que mueven sus brazos y sus pies con mecanismos rudos de mecánicos o carpinteros. Porque si no, es posible que caigamos en la tragedia de estar sólo celebrando ritos, procesiones y tradiciones en una semana a la que ya no le va el nombre de Santa. 



Dos pasiones, dos sufrimientos. Yo me sentiría más cerca de los costaleros que cargan con las procesiones gastando energías y fuerzas, con aquellos cofrades capaces de hacer las catorce estaciones del “vía crucis”, si viera que esos mismos cofrades o costaleros son los que están paseando por el mundo, en procesión singular, la solidaridad para con los pobres y los oprimidos, con los migrantes de la tierra, con la feminización de la pobreza, con los hambrientos del planeta compartiendo vida y hacienda con ellos. Los costaleros que el mundo necesita son los que son capaces de unir y cargar con las dos pasiones, loa de Dios y la del hombre. 



Del campo evangélico quizás se podría decir lo mismo. ¿Sabemos unir las dos pasiones, los dos dolores? Ojalá que el Sermón de las Siete Palabras que en algunas iglesias se hace, estuviera uniendo esas palabras de Jesús al grito de los pobres y oprimidos de nuestra historia, de cara a las problemáticas del mundo y al concepto de projimidad que nos enseñó Jesús. Si podemos cantar himnos como “Cabeza ensangrentada, cubierta de dolor”, debería suceder que esta contemplación de la faz o del rostro de Jesús nos lanzara también al encuentro del rostro del prójimo sufriente. Porque aunque no paseamos procesiones, ni cargamos con velas y capirotes, tampoco agarramos con fuerza la antorcha de la justicia y del trabajo a favor de los huérfanos, las viudas y los extranjeros como prototipos de los colectivos marginados de hoy.



Domingo de Ramos. Si los cristianos no gritamos contra la injusticia, quizás las piedras gritarán por nosotros. Habremos olvidado el dolor del hombre. No podremos ya reflexionar en el dolor del Dios crucificado. Si nos callamos es posible que Dios tenga que hacer gritar y gemir a las rocas y a las piedras de los caminos.  



Me gustaría que, si no usamos procesiones, nuestra Marcha por Jesús que algunos evangélicos celebran, fuera una marcha de todos los creyentes del mundo a favor de los pobres, de los proscritos, de los migrantes abusados de la tierra, de los hambrientos hombres, mujeres y niños… Como recuerdo del dolor de la Pasión. Quizás sería una de las posibles formas de celebrar la Semana Santa. 



Esa sería nuestra procesión a favor del Jesús sufriente. Por Él lo hacemos. “Por mí lo hicisteis”, son las palabras del Jesús crucificado. Lo hicisteis al dulcificar mi pasión dulcificando también la del hombre junto al cual también padezco. 


 

 


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COMENTARIOS

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Respondiendo a

Carlos Sánchez
04/04/2015
09:45 h
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Me parece sacrilegio mezclar los padecimientos del Señor, el Justo, con los problemas sociales de la gente menos favorecida.
 



 
 
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