Tengamos cuidado de no mirar a Dios a través de un prisma distorsionante ensuciado y teñido por los valores del mercado y de la sociedad de consumo.
Estos prismas falsos pueden ser: el mercado, la sociedad de consumo, la cultura económica de nuestro sistema mundo, los falsos conceptos de bendición y de prosperidad, la incitación a una escalada social egoísta y otros.
A veces cometemos el error de relacionarnos con Dios a través del mercado. Otras veces nos relacionamos con Él mediatizados por los valores de la sociedad de consumo como si el mercado o la sociedad de consumo fueran un tupido velo negro a través del cual nos queremos relacionar con el Creador, un velo que difumina la interpelación que Dios nos hace directamente a nuestras conciencias.
Nos seduce lo productivo como si fuera la trampa del dios de las riquezas que nos quiere hacer caer en el hecho de que nos relacionemos con el Dios de la vida a través de ellas o para demandárselas. Los estímulos que nos incitan al consumo mediatizan también nuestra relación con Él. Le pedimos bendiciones muchas veces relacionadas con lo económico. Pensamos que el dinero es una de las grandes bendiciones que Dios nos da.
Le construimos, así, al Dios de la vida, un altar junto a Mamón cuyo rostro sólo brilla ante el oro. La cultura que nos rodea no ha sido evangelizada con los valores del Reino y nos lanza al abismo antibíblico de considerar la riqueza como prestigio. Valor aún vigente dentro de nuestras iglesias y para muchos creyentes que educan a sus hijos preparándoles para una escalada social de espaldas a los valores bíblicos. Es el triunfo del sistema mundo y de los valores mundanos en contracultura con los valores bíblicos. A veces queremos ver a Dios a través de estos cristales manchados y satánicos que nos hacen dar la espalda al grito del prójimo sufriente.
Tenemos que tener cuidado de no mirar a Dios a través de un prisma distorsionante ensuciado y teñido por los valores del mercado y de la sociedad de consumo. Esa distorsión nos hace malos, egoístas, sordos a los gemidos de los pobres. Tenemos que hacer pedazos ese prisma que distorsiona nuestra relación con Dios y que hace que le construyamos en nuestras mentes imágenes idolátricas del mismo Dios de la vida.
¿Qué pides a Dios? ¿Qué le demandas? ¿Qué tipo de bendiciones esperas de él? ¿Qué le ofreces a cambio? ¿En qué consiste tu entrega a Él y al prójimo? ¿Cuál es el sentido, la dimensión y la dinámica de la vivencia de tu espiritualidad cristiana? ¿Está todo esto mediatizado para ti por el mercado, por la escalada social, por el ascender en una escalada social egoísta que te aleja de los valores del Reino, por una inmersión en la sociedad de consumo alienante?
El gran problema o la gran trampa en la que caen muchos cristianos y que destruye la auténtica vivencia de la espiritualidad cristiana, consiste en querer pedir a Dios cosas en las líneas que nos demarcan las relaciones consumistas y productivas sociales como si esto fuera lo bueno y lo que Dios provee para nosotros.
Así, nos equivocamos y nos convertimos en cristianos de visión distorsionada e idólatras que ponemos un altar al dios de las riquezas sustituyendo y renegando del Dios justo que quiere que sepamos que debemos ser manos generosas y conformarnos con lo mínimo imprescindible para vivir con dignidad.
Construimos un altar a los ídolos y distorsionamos la imagen del verdadero Dios, cuando nuestras oraciones, nuestras peticiones a Dios y nuestros deseos van en la línea del poseer, del éxito, de las apariencias, de las bendiciones económicas y simples peticiones de salud física a la que también solemos hacerle un altar idolátrico.
Los cristianos deberíamos renunciar, si seguimos al auténtico Maestro, a ciertos estilos de vida consumistas y egoístas y conformarnos, en la línea de las prioridades y estilos de vida de Jesús, con aquello que es simplemente necesario para vivir. Los que tienen bienes de este mundo son así llamados a repartir, a dar, a vender y deshacerse de la carga de las riquezas. Los que no tenemos, debemos ser llamados a no afanarnos por conseguir más de lo que simplemente necesitamos. ¡Fuera los altares idolátricos del consumo y del mercado injusto!
Es falso, totalmente falso, el pensar que el competitivo y agresivo que triunfa amparado por los valores antibíblicos de una sociedad injusta y de consumo, es un hombre bendecido por el Señor. Podría ser en algún caso, pero al menos no es frecuente. Muchas veces son los impíos los que se encumbran. Y viceversa: que los menos encumbrados no sean instruidos y enseñados a relacionarse con Dios a través del prisma defraudador y distorsionados de pedir continuas bendiciones al Señor para estar en la línea de los escogidos. Hay que educar en el servicio, en el compartir, en el hecho de saber que lo que tenemos no es nuestro, mucho menos aquello que nos sobra. No distorsionemos nunca el concepto de Dios y el concepto de bendición.
Si miramos a través de estos prismas falsos vamos a caer en el abismo anticristianos de la insolidaridad y al desamor para con el hombre. Tenderemos a configurar un cristianismo falso que sólo funciona en el ámbito de lo privado y nos haremos sordos ante el grito del prójimo. Será el gran fracaso ante la vivencia de le espiritualidad cristiana y nos veremos lanzados en brazos de otros dioses falsos o ídolos incompatibles con el Dios que nos demanda amar al prójimo en semejanza con el amor que debemos tenerle a Él mismo. Rompamos todo prisma falso que nos separe de Dios o que nos lleve a hacer de él un ídolo con el simple brillo y el necio resplandor del oro.
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