Aunque hoy muchos ciudadanos de países protestantes no son creyentes, lo cierto es que esta mentalidad ha impregnado aquellas sociedades.
En una reciente entrevista de Iñaki Gabilondo a Arturo Pérez Reverte en Canal Plus, el influyente escritor dejaba más que claro que una de las peores decisiones de la historia de España fue no habernos decantado por “el Dios de los protestantes”.
Con una contundencia más propia de un predicador de Texas, Reverte concluye que este suceso nos ha hecho “cobardes, acríticos, analfabetos, viles, ruines y envidiosos para tantas cosas” y se lamenta de no habernos subido al tren de “un Dios moderno que nos dice: bueno, tu negocia, trabaja, sé un ciudadano honrado”.
Ayer mismo, a colación de la flagrante corrupción que asola nuestro país, un habitual tertuliano de Onda Cero se lamentaba también de que nuestro país hubiese cerrado las puertas al protestantismo.
En este sentido, Transparency International parece confirmar estas reflexiones al situar a los países de trasfondo protestante como, con diferencia, los menos corruptos del mundo.
¿Por qué?
Entre otras muchas razones, y simplificando mucho, ha sido clave que en el protestantismo el clero no dicta qué debes creer y hacer sino que cada persona necesita conocer directamente las enseñanzas de Jesús y los apóstoles en La Biblia.
Cuando esto se pone en práctica, uno rápidamente asume que nadie es suficientemente bueno (Ro. 3:10) -un hecho que por otro lado debería ser obvio- y que, por tanto, necesitamos de un control y rendición de cuentas de unos a otros (Ef. 5:21).
Se trata de establecer estamentos contrapeso en el ejercicio del poder, sea religioso o político, pues tal como afirma el popular divulgador científico Eduard Punset, debemos darnos cuenta cuanto antes de que “cuando al ser humano lo colocamos en un entorno autoritario, despótico; la mejor persona del mundo puede convertirse en un simple asesino[i]”.
Y aunque hoy muchos ciudadanos de países protestantes no son creyentes, lo cierto es que esta mentalidad ha impregnado aquellas sociedades. No olvidemos tampoco que el protestantismo enseña que esta rendición de cuentas es igualmente personal, entre uno mismo y Dios (1 Ti. 2:5), un hecho que forja en el individuo una conciencia cívica en la que mi conducta no resulta afecta cuando otros no hacen bien las cosas. Se trata de una relación directa con Dios que deriva en una responsabilidad y libertad interior en la que desparece el “yo a lo mío, que nadie se entera" o "yo pillo, que otros también pillan, y más que yo“. Lo hago por Dios, mi salvador y libertador, no sólo si otros también lo hacen.
En España no cuajó esta mentalidad y, quizás por eso, preferimos llamar picaresca o “ser listo” cuando, por ejemplo, tras una oferta de trabajo el enchufado somos nosotros. O quizás algo de esto explique por qué no vemos tan mal que nos den un subsidio o beca sin haber sido honestos describiendo nuestra situación. Mil ejemplos que solemos justificar de mil maneras, pero cuyo hecho objetivo es que se trata de una apropiación de beneficios que, por justicia, deberían corresponder a otros.
Se ha cultivado una “ética” que nos parece hasta divertida cuando la practicamos nosotros, familiares o amigos. Pero que nos indigna y la llamamos corrupción cuando otros la cometen a mayor escala. Sin embargo, el principio ético es el mismo. Y es por esto que si los de abajo no dejamos que nuestro interior sea transformado, nada cambiará cuando subamos arriba, por muchos 15-M que hagamos.
Obviamente, necesitamos más mecanismos de control, transparencia y mayores consecuencias a mayores delitos. Pero también debemos preguntarnos si nuestro corazón pertenece al Reino de Cristo o si, por el contrario, hacemos válidos los argumentos más corruptillos y traviesos de la calle.
Al fin y al cabo, más que ética o moral protestante, el evangelio le llama a esto santidad, adoración, nacer de nuevo… fundamentos imprescindibles que lleva a las personas a un mundo que primero requiere salir de éste. Por eso, para ser fiel en lo mucho primeramente debemos haberlo sido en lo poco (Mt. 25:23) pues, de otro modo, será como pedir sacar músculo a quien nunca ha ido al gimnasio. No hay de dónde.
[i] Redes. TVE. La pendiente resbaladiza de la maldad. 04/04/2010.
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