A lo largo de toda su trayectoria, David Fincher indaga en lo más inquietante del ser humano. Su última película no es la excepción.
La autora de la sorprendente novela “Perdida” –ahora llevada al cine por David Fincher– dice que trata de “cómo contamos nuestra historia para justificar nuestras acciones”. No es sorprendente que para ello, recurra a algo tan revelador como el matrimonio, que saca a la luz nuestro lado más oscuro y doloroso.
Javier Marías describe el matrimonio en “Corazón tan blanco” como “una institución narrativa”. Lo que quiere decir es que el “otro” se convierte en recipiente del relato que cada uno hace de sí mismo. Una historia que siempre tiene sus silencios, motivos recurrentes, debilidades y engaños.
Stanley Hauerwas dice que “siempre nos casamos con la persona equivocada, porque nunca sabemos con quién nos casamos. Creemos que sí, pero incluso si nos casamos con la persona apropiada, después de un tiempo cambiará. No somos los mismos, que cuando nos casamos”.
El matrimonio nos cambia. Saca a la luz y revela cosas ocultas que no conocemos, incluso nosotros mismos. No crea los problemas, sino que los revela. Por eso saca a veces, lo peor de nosotros. En ese sentido, se puede ver como apocalipsis –literalmente, revelación–.
EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS
No hay duda que a Fincher le atraen las historias oscuras. Si hay una constante en su trayectoria, es su estudio del mal. El libro de Gillian Flynn (Kansas City, 1971) le fascinó no sólo por los giros de su complejidad narrativa, sino por lo que él llama: “el corazón de las tinieblas”. La autora había hecho antes, dos novelas sobre temas tan siniestros como el asesinato de niños (Heridas abiertas) y los crímenes rituales satánicos (Dark Places).
Su escritura había sido ya elogiada por el maestro del terror, Stephen King, pero ha sido con “Perdida” que ha sido aclamada por la crítica y el público norteamericano, que ha comprado más de dos millones de ejemplares de su novela. Alabada por el prestigioso crítico argentino Rodrigo Fresan, el libro fue traducido en una colección de novela negra (Roja & Negra), que él mismo dirige para Mondadori.
La propia Gillian ha hecho ahora, el guión de la película, puesto que no es ajena al mundo del cine. Su padre era profesor de cinematografía y ella solía escribir cada semana, sobre películas, para una revista especializada. El libro era complicado de adaptar, no sólo porque es muy largo, sino que casi toda la información se da a través de monólogos interiores. Tiene más actos, personajes, y hasta cuatro finales, que en la película se convierten en uno.
CUESTIÓN DE IDENTIDAD
El tema de “Perdida” es la cuestión de identidad. Lo que a Fincher le interesa del libro de Flynn es “esa noción de que somos inherentemente mentirosos”. Algo difícil de negar, cuando nos damos cuenta que “proyectamos la imagen con la que desearíamos que nos vieran los demás”. El problema es que “los demás hacen exactamente lo mismo”.
Esta es una historia sobre la percepción de la realidad. Es por eso, que Fincher la compara con “Vertigo (De entre los muertos)” de Hitchcock. Ya que “las dos películas tienen un momento clave de revaluación de lo que sucede”. Muchos ven al director de “Seven” y “Zodiac”, como el más claro heredero del “mago del suspense”, dada su tremenda capacidad para crear desasosiego con relatos de gran complejidad narrativa, que resuelve con mucho ingenio visual y una visión personal del mundo.
A lo largo de toda su trayectoria, David Fincher (Denver, 1962) indaga en lo más inquietante del ser humano. Desde “Alien 3” a la serie de televisión “House of Cards”, pasando por “The Game”, “El Club de la lucha”, o “El curioso caso de Benjamin Button”, pero incluso “La red social” retrata los rincones más sórdidos del alma humana, en su visión nada hagiográfica de los creadores de Facebook, que presenta como niñatos abominables.
Famoso por hacer tomas hasta el hartazgo, Fincher es un maestro de la precisión, como lo fue Hitchcock. La exactitud perfeccionista de Kubrick, se combina aquí con el tenebrismo de Lang y la fluidez del “thriller” de los setenta, que muestra la desolación que vemos en las películas de Lumet, o Pakula. Como dice Juanma Ruiz, si “madurar es perder la necesidad de sorprender a toda costa”, “Perdida” es una obra de madurez. Ya no necesita recurrir a golpes de efecto. No tiene un diseño visual envolvente. Su impacto es mucho más sutil. Es sobria, desnuda, casi naturalista, porque su intensidad es más interior, que pirotécnica.
EL MAL EN EL SALÓN
Esta es una de esas películas, que cuánto más se disfruta, es cuando menos se sabe sobre ella. Lo único que puedo decir del argumento, es que trata sobre un matrimonio, Nick (Ben Affleck, “un actor que no da la sensación desde el primer momento que aparece en pantalla que en cualquier momento va a empezar a destrozar los muebles”, dice Fincher) y Amy (Rosamund Pike, una actriz británica no muy famosa, porque el director buscaba una interprete que diera la impresión, “no sólo que todos conocemos a alguien que nos podría recordar en parte a ella, sino que también haya algo de ella en todos nosotros”).
Como el título dice, habla de una desaparición, la de Amy, que investiga una mujer policía, ya que hay indicios de violencia. No sabemos si es un secuestro, o un asesinato, pero los medios de comunicación empiezan a sospechar desde el primer momento, que el marido puede estar detrás de todo ello. La novela está desarrollada a dos voces, mientras que en la película, escuchamos la perspectiva de ella, pero la que vemos es la de él, que se transmite en su comportamiento. Al ser una pareja de escritores, los diálogos son especialmente ágiles y afilados. Hay una sofisticación y seducción en su expresividad.
No hay nada previsible en esta historia. Nadie es lo que aparenta. Lo mismo pueden ser culpables, que inocentes. “Verdades y mentiras se mezclan, según los intereses del que habla y actúa –como observa Boyero–; conviven la farsa y la realidad, el acorralamiento estupefacto y el juego maquiavélico, el chantaje emocional y los sentimientos terroríficos”. Obvia decir que el final no es nada convencional. Lo inquietante es que “el mal no se esconde en el sótano”, como dice Fincher, sino que “está en el salón”.
ESCENAS DE UN MATRIMONIO
Esta es una película que te deja mal sabor de boca, como dice Brett McCraken. Hay algo claramente elusivo en la forma que presenta la verdad, para poder llamarla reveladora. Algunos la ven como una crítica al concepto actual de matrimonio – como podría ser “American Beauty”, o “Revolutionary Road” –, o sea carente de lirismo y falto de sustancia, pero en ese sentido, series como “Mad Men” o “House of Cards”, estarían más logradas, en la forma extrema que tienen, de revelar su frialdad.
Hay una fría objetividad e indiferencia moral en Fincher, que produce repulsión al público religioso, que suele ser básicamente moralista. El problema es que el discurso sentimental de las iglesias, sobre el matrimonio, no parece tener nada que ver con la realidad. Nadie que esté casado por más de un par de semanas, lo describiría en esos términos. Más bien, nos parece como dice Tim Keller, un puzzle irresoluble, un laberinto en que te sientes francamente, perdido.
Es interesante que la Biblia comience y acabe con una boda, la de Adán y Eva en el Génesis, así como la de Cristo y la Iglesia en Apocalipsis. No hay duda que el matrimonio es idea de Dios (Gn. 2), pero nosotros lo vemos con la visión distorsionada de nuestra experiencia. Si vienes de una familia estable, te asombrará lo difícil que es mantener una relación duradera, pero si estás divorciado, esperas ya de antemano, tener problemas en el matrimonio.
La Escritura ve el matrimonio como un reflejo del amor redentor de Dios por nosotros, en Cristo (Efesios 5). Es por eso, que es considerado un sacramento en la tradición católica, aunque la perspectiva protestante lo vea más bien, como algo que sirve al bien común. Lo cierto es que un matrimonio sólo funciona en la medida en que se aproxima al modelo del amor de Dios, entregándose por nosotros en Cristo.
EL MATRIMONIO NO SALVA
La razón por la que el matrimonio puede ser tan doloroso, pero también tan maravilloso, es porque es un reflejo del Evangelio, como dice Keller. Somos más pecadores e imperfectos de lo que nunca hubiéramos imaginado, pero también somos más amados y aceptados en Jesucristo, que nunca lo habríamos esperado. Ya que el matrimonio no salva. Es Cristo quien lo hace.
Si buscas en tu esposo, lo que sólo Dios puede darte, estás buscando lo imposible. El matrimonio no nos da valor y propósito. No encontramos el sentido de la vida en los brazos de otra persona, que Cristo Jesús. El es el único que puede curar todas nuestras heridas. Es por eso, una tragedia, que se hable tanto del matrimonio, o la familia, en algunas iglesias, y tan poco de Cristo.
¿Cuál es la visión bíblica del matrimonio? Ciertamente, no se basa en el amor romántico, sino en lo que uno está dispuesto a perder por otra persona. Hoy, uno permanece unido a una persona, en la medida que satisfaga sus necesidades, mientras suponga un coste aceptable. En la Escritura, cuando se habla de amor, no se refiere principalmente, a lo que quieres recibir de otros, sino a cuánto estás dispuesto a dar a otro. La esencia del matrimonio es un compromiso sacrificado por el bien de otro. Tiene que ver con actos, más que con emociones.
AMOR ETERNO
Si el matrimonio es un pacto entre un hombre y una mujer, “ante Dios”, es porque está inspirado en ese amor supremo, que nos revela el Pacto. El amor en la Biblia no se ve como la respuesta a un deseo espontáneo, sino como la reacción a un acuerdo legal, o a una promesa. Es esa seguridad, la que nos permite abrirnos y revelar la realidad de lo que somos. Podemos ser vulnerables, cuando no necesitamos mantener las apariencias. Es así como nos desnudamos, tanto físicamente, como de cualquier otra manera.
Si el amor de Dios existe desde la eternidad en tres personas –Padre, Hijo y Espíritu Santo–, que se conocen y aman, el uno al otro, hemos sido creados a su imagen (Génesis 1:26), para relacionarnos, los unos con los otros. No nos ha de sorprender por lo tanto, que el dinero, las comodidades, o los placeres de este mundo, no puedan satisfacernos, como sólo el amor puede hacerlo. Buscamos en el otro, la intimidad, constancia, transparencia y sinceridad que necesitamos.
Cuando uno desea sentirse seguro con otra persona, no tener que medir las palabras, sino ser uno mismo, muestra una necesidad que sólo el amor eterno de Dios puede satisfacer. Es el único amor incondicional que existe. Todo otro amor depende de lo que nosotros hagamos y digamos. Es por eso, que es el único amor que nunca nos fallará, el que Dios tiene por nosotros en Cristo Jesús.
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