Rezos retóricos

A veces, cuando hablo de la defensa de los derechos del hombre o, también, de la situación en la que muchos viven. Cuando comento el robo de dignidad que de muchos se hace a lo largo y ancho del planeta o saco a la luz los textos bíblicos en torno a la projimidad y a cómo somos llamados a servir a ese prójimo necesitado siguiendo las líneas proféticas y del propio Jesús, siempre hay cristianos que levantan su voz apelando a que hay que centrarse más en Dios y menos en las problemáticas humanas. 

Se centran así en una espiritualidad un tanto desencarnada, sólo buscan los derechos que Dios tiene de ser exaltado y se olvidan del prójimo, de sus derechos,  de las obligaciones que tienen para con él si quieren exaltar, realmente, al Dios de la vida. Desde ahí, todas las alabanzas, todas las oraciones, rezos y liturgias, son mera retórica humana que Dios no puede oir. 

Hablaba con un pastor sobre la responsabilidad social de los creyentes, del fuerte mandamiento de amar al prójimo que Jesús nos había dejado, de vivir un cristianismo  comprometido también con el hombre basándome en que el amor a Dios y al hombre están en relación de semejanza, y me dijo con voz seria y como teniendo la última palabra evangélica: Para mí lo más importante es la proclamación. Se entiende proclamar a Dios con su voz o con sus rezos o alabanzas.

Se supone que hablaba de proclamar a Dios verbalmente y, fundamentalmente, en el ámbito de las cuatro paredes del templo. ¡Cómo si pudiera haber proclamación de Dios de espaldas al hombre, fundamentalmente negando la mirada al hombre que sufre, de espaldas a los pobres de la tierra, a los excluidos de los bienes del planeta tierra! Quien da la espalda al hombre, no puede proclamar a Dios. Todos sus esfuerzos rituales se convierten en mera retórica religiosa que desagrada a los oídos del Altísimo.

Todos deben saber que los que enfatizamos los derechos de los pobres o los derechos humanos de los hombres en sí, no lo hacemos nunca olvidando los derechos de Dios, ni olvidando la alabanza, ni la proclamación. Buscamos un Evangelio integral y una vivencia de la espiritualidad cristiana no mutilada. Lo hacemos precisamente porque al abrirnos a Dios reconociéndole en su grandeza tenemos la necesidad inmediata de abrirnos al hombre, al prójimo y, fundamentalmente, a aquellos que han quedado tirados en los márgenes de los caminos de forma inmisericorde como excluidos de todos. Sobrantes humanos que se convierten para muchos en una molestia a la que desean evitar. Cantar, alabar y orar de espaldas al grito de los pobres y sufrientes es mera retórica humana con la que sólo se goza Satanás.

Es tan fuerte el concepto de Jesús: “Por mí lo hicisteis”  refiriéndose a que hacemos por Él todo lo que hacemos por los más débiles e insignificantes de la historia, los don nadie, los desclasados, los oprimidos y humillados, que no queda más remedio que darse cuenta que es recíproco y que están en relación de semejanza el amor a Dios y el amor al prójimo que nos necesita. Si no actuamos en nuestras liturgias teniendo en cuenta esta relación de semejanza, estamos en los simples rezos retóricos.

Así, defender los derechos que creemos que Dios tiene en relación a nosotros, implica también defender los derechos del hombre, de los pobres. Y, lanzándonos un poco más a lo trascendente, servir al prójimo, denunciar la maldad en el mundo, buscar justicia y hacer misericordia, es una forma de alabarle y proclamarle en el mundo. Nuestros hechos hablan, si no más, al  menos con la misma fuerza que nuestras palabras y avalan nuestra proclamación y alabanzas como verdaderas. 

Así, cuando dignificamos, cuando servimos, cuando sacamos de la esclavitud de la pobreza a algunas personas, cuando clamamos por justicia, cuando denunciamos la maldad en el mundo y las estructuras de poder y de pecado injustas, podemos estar proclamando al Señor, estamos revalorizando la creación cuya cumbre está en el momento en que Dios formó al hombre. Es lo que va a autenticar nuestra proclamación.

A veces podemos ver en la literatura, o en la filosofía o en la historia textos que exaltan al hombre y su valor, pero que en muchos casos son formas de alabanza retóricas o prepotentes, de autoalabanzas que no nos conducen a una acción liberadora y que acerque los valores restauradores del hombre, los valores del Reino, a aquellos que están sufriendo siendo las víctimas de nuestra historia en nuestro aquí y nuestro ahora. Son proclamaciones y alabanzas retóricas que, en la mayoría de los casos, ni mueven a los hombres a la solidaridad con nuestros semejantes que sufren pobreza, exclusión o robo de dignidad, ni conmueven a Dios. 

Si queremos ensalzar realmente al hombre sin retóricas y fortalecerle en su dignidad, debemos de trabajar por la justicia, mancharnos las manos como buenos samaritanos y tenderlas solidariamente en ayuda al prójimo sufriente. Es así como llegaremos a comprender el enorme valor del hombre, imagen y semejanza de Dios, huyendo de las simples alabanzas retóricas. 

Elemosna / Luca Cerabona (Flickr -CC BY-NC-ND 2,0)

El amor a Dios, nos debe llevar a lo que es semejante: el amor al hombre.  La proclamación auténtica y no retórica nos debe animar a pararnos y hacer las consideraciones éticas necesarias sobre la dignidad del hombre. Tenemos que conseguir que nuestras consideraciones éticas pasen a plasmarse en hechos concretos y justos no buscando solamente la misericordia, sino la justicia. Quizás una combinación de ambas: una justicia misericordiosa como vía o senda para llegar a una auténtica proclamación de Dios en el mundo.

Si no, de nada valen nuestras proclamaciones ni nuestras alabanzas. Mera retórica. El Señor, nuestro Dios, no se gozará en ello ni nuestras oraciones cruzarán los techos de nuestras iglesias. La voz de Dios seguirá sonando: Buscad justicia, haced misericordia. Venid luego. No antes, no sea que caigáis en la mera retórica, porque la fe viva actúa por el amor proclamando así a Dios.