El ministerio de la oreja

¡Las orejas están perdiendo su verdadera misión dentro de los sentidos del cuerpo humano!

Me confieso: estoy dentro del saco. Por otra parte, jamás he sabido de nadie de los nuestros que diga: Yo tengo el ministerio de la oreja. Otro tanto está pasando fuera.

¡La buena escucha agoniza! ¡Las palabras se atropellan sin encontrar lugar donde refugiarse y hacer nido! En la atmósfera, en la que nosotros mismos nos creamos y en la otra, se está creando una enorme bolsa de frases nunca oídas a punto de estallar, ¡cuidado! Ni pensar quiero lo que podría ocurrir si, en un descuido, nos caen encima.

Los expertos cristianos se han puesto a trabajar. Quieren evitar esta hecatombe y buscan orejas desesperadamente, no bocas (dice el comunicado). Orejas que sepan oír con atención y estén colocadas donde deben. Ni más arriba. Ni más abajo.

Orejas con imanes que atraigan al prójimo. Orejas comprensivas. Manojos de orejas que, como semillas, florezcan con su ejemplo. Orejas que entiendan los idiomas más extraños, los sentimientos más íntimos. Y si esta intimidad nos conduce a un acercamiento con el hablante, dejémonos llevar.

Sólo las orejas pueden sanar la enfermedad social de incomprensión que nos invade.

Y dicen (esto aparece en el mismo comunicado) que el que no pone sus orejas en el arado de la escucha al prójimo y no cierra su boca cuando es necesario, no sigue a Jesús con la atención debida. A continuación citan como ejemplo varios textos donde, el Admirable, atiende con sus orejas a los necesitados antes de sanarlos.

En un oído fecundo (y tenemos dos), en un solo oído fértil dispuesto a prestar atención, cabría toda la incomprensión que padece el Universo, restableciéndose, en su conjunto, todos los enfermos que padecen desatención y soledad.

Amigos y amigas, pongámosles las pilas y pulsemos ON.

El destino del mundo ya no está en nuestras manos, está en nuestras orejas.