Dialogando sin ton ni son

Pienso que esa persona no tiene con quien hablar; que está sola. Tal vez porque no goza de una familia, o no es capaz de mantener un dialogo real con nadie... ¡Vaya usted a saber!

A veces, ante escenas así, las hormonas de la maternidad se me suben a borbotones, se me encajan en el lado izquierdo del pecho y se me hace un nudo tan grande que me alcanza hasta la garganta. Entonces siento el impulso de intervenir en este juego porque creo que, el que habla solo, necesita un poco de apoyo.

Lo noto más cuando veo a la persona mirando a su alrededor por si alguien la está observando y engancharse enseguida a su oído y a sus ojos. Pobre gente. Otras veces lo hago sin darme cuenta, guiada quizás por la fuerza de la costumbre. Comienzo asintiendo, sonriendo con palabritas sueltas como un sí..., un no..., y termino igual, vociferando contra la pantalla, pero cómplice ya de una conversación que, llegado el momento, no sé como terminar.

El otro día, entré en la cafetería de mi barrio donde suelen ocurrir estas cosas y oí a un hombre, periódico en mano, comentar sobre el último asesinato de otra mujer. Decía muy convencido que a la esposa no se la mata, en todo caso uno se separa de ella, la deja en paz y los dos viven en la gloria. Al escucharlo no pude evitar interrumpir el monólogo que mantenía con la espalda del camarero ya que éste no le hacía el menor caso. Para no dejar en mal lugar al camarero aclaro que era hora punta.

Segundos después, entre sorbo y sorbo, estábamos mutuamente dándonos opiniones sobre el caso. El hombre terminó contándome la historia reciente de su divorcio, de su soledad y de su ruina. También me dijo que los psicólogos no sirven para nada, por eso no iba a verlos, que nada más intentan sacar cosas del interior que nunca quieren salir a la luz y lo mejor que una persona puede hacer cuando tiene problemas es dejarlos fluir espontáneamente, tal como él estaba haciendo conmigo y además era gratis. “¡Claro, hombre! —le dije— ¡para eso estamos! Sin embargo, pienso que los psicólogos hacen una buena función en la sociedad.”

Terminé el café aunque aquél hombre divorciado, solitario y arruinado a quien no le gustaban los psicólogos no terminaba de contarme su vida.

Sentí remordimientos de conciencia al dejarle allí, a punto de continuar su charla como al principio, con la espalda sin oídos de un hombre ajetreado, pero me estaban esperando otros asuntos urgentes. A modo de despedida le dije que hiciera todo lo posible por ser feliz y le agradecí sus confidencias.

¡Cuánta soledad!