Lo que comenzó siendo una hoguera hecha por los carpinteros valencianos para quemar las virutas la víspera de su patrono, el día de San José, se ha convertido en toda una fiesta de categoría internacional. En ese aspecto de crecimiento exponencial las fallas de Valencia se parecen a la fiesta de San Fermín en Pamplona, que empezó como un simple encierro local de reses y ahora viene gente hasta de América y Australia para correr delante de los toros.
En las fallas de este año 2014 uno de los
ninots, o monigotes, más destacados es el que representaba a Moisés, según la célebre escultura que hiciera de él Miguel Ángel y que se encuentra en la iglesia de San Pedro ad Víncula en Roma.
En las informaciones televisivas que cada día nos ponían al corriente del desarrollo de la fiesta, rara era la ocasión en la que no aparecía Moisés, hasta el punto de que en la retina colectiva la suya sería la falla más representativa de este año. Como todos los demás
ninots, menos el indultado, Moisés, con la Ley, ardió la nit de la cremá, devorando las llamas la colosal figura del legislador hebreo.
Dado que el carácter de los
ninots en las fallas es siempre satírico y humorístico,
hay que preguntarse qué sentido tenía que Moisés apareciera en una fiesta de esa naturaleza. También cabría preguntarse si hubiera sido viable la idea de representar a Mahoma con el Corán, para luego quemarlo con el resto de las figuras. Esta segunda pregunta parece que está contestada de antemano, ya que existe una escrupulosidad extrema para no herir a la ligera la sensibilidad religiosa musulmana. Aunque no sea por una mera cuestión de respeto, el temor a las represalias hace impensable que Mahoma sea un
ninot destinado a la hoguera. Pero Moisés sí puede serlo, ya que no va a suscitar la contrariedad prácticamente de nadie y resultará espectacular ver cómo las llamas acaban con él.
¡Qué de sugerencias sobre nuestro tiempo y nuestra sociedad indica esta desigualdad de trato!
Hemos llegado a respetar, por miedo, lo sagrado que nos es extraño y a reducir a cenizas, descaradamente, lo sagrado que nos es propio. Porque lo queramos reconocer o no, la civilización occidental no está en deuda con las enseñanzas que trajo Mahoma sino con la legislación que vino por medio de Moisés.
En realidad la quema de Moisés en Valencia es todo un símbolo de lo que está pasando en Occidente. Más allá de la intención de los autores del
ninot y de su cremación, el hecho es que Moisés se ha convertido en un referente intolerable, al que hay que destruir por encima de todo. Sus dos tablas de la ley, con sus exigencias morales, con sus directrices que trazan la diferencia entre el bien y el mal, es algo que no estamos dispuestos a soportar. Su testimonio sobre un Creador al que debemos obediencia y adoración, nos resulta repulsivo en extremo. Nosotros somos nuestros propios artífices y hemos fabricado nuestras normas éticas, definiendo qué es lo bueno y qué es lo malo, de acuerdo a nuestro criterio. Nadie nos puede venir a decir ahora en qué hemos de creer o cómo hemos de vivir. Y si alguien pretende hacerlo hay que ridiculizarlo, silenciarlo o quitarlo de en medio. La figura de Moisés con sus tablas de la ley ardiendo en Valencia es la expresión exacta de ese plan.
Moisés se ha convertido en el enemigo público número uno, con el que hay que acabar cuanto antes. Su enseñanza nos condena y en este tiempo de apoteosis de tolerancia su rigidez es insoportable. Es el paradigma de la intransigencia y ni siquiera retorciendo lo que escribió podemos escapar de su dedo acusador. ¿Cómo vamos a permitir que alguien así siga presente en nuestro medio? Mientras continúe de una u otra manera entre nosotros siempre lo tendremos de frente, acusándonos y llamando abominación a lo que nosotros denominamos derechos y libertades. No. O nosotros o él. Porque con él no es posible ni el consenso ni el diálogo; no se puede llegar a acuerdos; no cede en ninguna de las líneas maestras establecidas en esas odiosas tablas de la ley.
Hay que ir a por él y la caza del personaje y de lo que representa ya ha comenzado. Ha comenzado en los medios de comunicación, donde se celebra y fomenta lo inverso de lo que él mandó. Ha comenzado en las altas esferas de decisión, donde se establecen y promulgan los programas sociales cuyo objetivo es diseñar una sociedad de espaldas a cualquier influencia que venga de su parte. Ha comenzado en el hombre de a pie, que se siente tan fuerte en sí mismo como para no necesitar que alguien le diga lo que tiene que hacer.
¡Hay que acabar con Moisés! es la consigna general. Es el linchamiento colectivo de Moisés; o mejor, la quema colectiva de Moisés.
Pero lo que nos va a pasar es lo que le ocurrió a aquel rey de Judá, que quemó el libro en el que estaban escritas las palabras de Dios por medio de Jeremías contra la nación
i. Quemándolo, pensaba él, acababa con la amenaza. ¡Pobre iluso! Quemó el documento, sí, sin darse cuenta que su mensaje es mucho más que tinta sobre papel, porque se trata de una Palabra indestructible, lo cual él y su nación no tardaron en experimentar amargamente.
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